Luchamos esperanzados contra el mal

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

La Iglesia celebra en este domingo la solemnidad litúrgica de la Asunción de santa María Virgen. Dios ha querido asociar al ser humano, Hombre y Mujer, a su plan salvador. Es para bien del hombre pero lo realiza igualmente con el hombre. María ocupa un lugar excepcional en ese plan salvador. Ha sido llamada a ser la Madre del Hijo de Dios encarnado, y ella ha asumido, llena de fe, la realización de la misión que Dios Padre le ha conferido. Ha hecho el recorrido de ser discípula, de vivir en la Iglesia como Madre de los cristianos en ella.

LECTURAS:

Apocalipsis 12, 1-6a.10ab: «Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal»

Salmo 45(44): «De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro»

1Corintios 15, 20-27a: «Primero Cristo, como primicia; después todos los que son de Cristo».

San Lucas 1, 39-56: «El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes»

Nuestra esperanza

La muerte, fruto del pecado, inunda la tierra y nos agobia su realidad. Dos hombres están al principio de la muerte y de la vida: Adán y Jesús. Lo que uno destruyó, el otro lo reconstruyó maravillosamente. Pero, a pesar del triunfo de Jesús, vivimos bajo la tiranía del pecado. Sin embargo, nuestra esperanza en el triunfo es total: Cristo venció la muerte y nuestra fe la vencerá. Hoy celebramos ya el triunfo de María. Y ella es signo de que el cristiano, aunque muera, entra en la vida de Dios para siempre como la Virgen lo hizo. La victoria esta ya decidida. Cristo, el hijo de María, ha vencido la muerte, lo ha vencido por nosotros y para todos nosotros (por un hombre vino la muerte y por «otro Hombre» ha venido la resurrección: cfr. Ro. 5, 12.15-18). Si Cristo resucitó también nosotros resucitaremos, ya que la suya es la causa y el principio de la nuestra. La fe en esta resurrección de Cristo da razón, sentido y cumplimiento a ese algo invencible de la esperanza humana. Podemos celebrar esa victoria.

Creer en la resurrección de Cristo y en la asunción de María a los cielos, es creer que ya ha comenzado, lo que esperamos que suceda plenamente. Nos vamos sintiendo gestores de lo que sucederá al fin. La lucha y el trabajo tienen sentido; no cabe desmayar ante los peligros; las persecuciones y represalias contra los embarcados en esta empresa, vengan de donde vengan, sólo son dolores previos de un nuevo amanecer. La promesa ya se empezó a cumplir.

Acción de gracias

Mientras luchamos cantamos la victoria y la celebramos, dando por hecho lo que se ha de cumplir aún en la totalidad: «El Poderoso hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos colma de bienes y a los ricos los despide vacíos», proclamó, en el Magnificat, María, mujer forjada por la Palabra de Dios.

El Magníficat constituye un himno de acción de gracias a Dios. Nos describe, desde el corazón de María, la respuesta de la Virgen a la llamada de Dios. El relato de la Anunciación nos comenta las etapas externas de la vocación de María. El Magníficat nos hace saber cómo la llamada del Señor resonó en el corazón de la Madre de Dios. La experiencia de Dios anunciada por María en el Magníficat refleja plenamente la experiencia de Dios tenida por el pueblo de Israel. Nuestra vivencia de Dios es siempre particular y específica, pero participa totalmente de la presencia de Dios en el seno de la comunidad cristiana.

El eco de la voz de Dios en el interior de María, permite discernir la vivencia de Yahvé experimentada por Israel a lo largo de su historia. Una historia que es respuesta a la voz de Dios que suscita en Israel el deseo de santidad: «...sean santos como su Dios es Santo, recuerda a menudo el AT. El Dios de Israel y de María En el interior de María y en el corazón de Israel actúa un Dios personal que ama y libera. Veamos cómo es ese Señor:

a) El Dios que salva - La experiencia religiosa se sostiene en una certeza de fe: «...el Señor nos ha liberado de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso». Dios salva porque libera. María, como Israel, se siente salvada y liberada por Dios. El Señor la hizo suya de la misma manera que constituyó a Israel como pueblo de su heredad .

b) Dios salva desde la gratuidad

Yahvé eligió a Israel como posesión personal suya. Hubiera podido elegir a otros pueblos más grandes e importantes como eran Egipto o Mesopotamia. Pero el Señor eligió un pueblo pequeño, una nación de la que podía recibir pocas cosas a cambio de la elección. El Dios de Israel actúa gratuitamente. Cuando llama no es para obtener beneficios a cambio. Nos llama para llenarnos, como a María, de su gracia y de su ternura. En el momento en que Dios llamó a Israel lo constituyó en servidor.  - Para el AT un servidor no es un esclavo, ni tampoco alguien sometido a la tiranía de otro. El AT nos presenta a Moisés como prototipo de siervo del Señor, aquel que participa de la dimensión liberadora de Dios. María es la «sirvienta» (ἡ δούλη = dúle = lit. «mujer esclava»:  del Señor, aquella que participará de una manera privilegiada de la gran liberación de Dios en favor de los hombres: la encarnación, la muerte y la Resurrección de Jesús.

c) El Dios que realiza grandes maravillas

Yahvé es el Dios que liberó a Israel de Egipto, pero su misión no concluyó con este acontecimiento. Dios acompañó a su pueblo liberado y realizó constantes «maravillas»: el maná y las codornices; el pacto del Sinaí; derrumbó las murallas de Jericó; etc. - Los profetas, la voz de Dios en medio de Israel, nos recordarán la santidad de Dios; el amor constante indefectible de Dios por su pueblo (Os 1-3); la fidelidad permanente de Dios a sus promesas. Expresiones, todas ellas, que aparecen en el Magníficat.

Los escritos sapienciales, y especialmente los salmos, nos mostrarán el amor delicado del Señor en favor de su pueblo y de cada israelita en concreto. María, recogiendo la plegaria del Salterio, nos recuerda: «...su misericordia llega a sus fieles de generación en generación».

El libro de Job comenta la proximidad de Dios al sufrimiento de los doloridos, y a los que buscan a Dios sinceramente. Samuel describirá la ayuda constante del Señor a los humildes, los débiles, los que se acercan a Dios como refugio seguro. El Magníficat recoge, en su texto, la referencia a estos libros. Al igual que con Israel, Dios ha centrado atención en la humildad de María, su sierva.

Exaltación de la Mujer

Ante la exaltación de la Mujer-María, revisemos, en nuestra cultura actual, a la mujer y sus derechos: Los derechos de la mujer son los del hombre, no los del varón, sino los de la persona. Hombre y mujer iguales en cuanto persona, pero distintos como varón y mujer, sin desplazamientos ni reemplazos. Diferentes para complementarse, no para subordinarse. A veces, al hablar de la Asunción de la Virgen, nos quedamos en su sentido puramente sensible: ¡llevada al cielo!; ¡subida en brazos junto a Dios! No podemos quedarnos en eso. La Asunción nos dice que María alcanzó, de modo pleno, la vida lograda, merecida, y ofrecida por Jesús. La Asunción de la Virgen María es el final gozoso y normal, para una vida de fe. Así dice el Evangelio de hoy: «porque ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas por parte del Señor ». La Virgen depositó su confianza en Dios y no quedó defraudada.

No siempre conocemos los caminos de Dios. Pero sí sabemos con certeza, porque Cristo Jesús lo dijo, que para el creyente la muerte se abre a la vida y el sufrimiento se transforma en gozo. ¡Por eso celebramos con gozo la Asunción de María que supo mucho de sufrimiento, pero en ella fue mayor la fe y confianza en Dios!

Tres niveles

La fiesta de hoy se puede decir que tiene tres niveles.

a) Es la victoria de Cristo Jesús: el Señor Resucitado, tal como nos la presenta Pablo, es el punto culminante del plan salvador de Dios. Él es la «primicia», el que triunfa plenamente de la muerte y del mal, pasando a la nueva existencia, como el segundo y definitivo Adán que corrige el fallo del primero y conduce a la nueva humanidad a la salvación.

b) Es la victoria de la Virgen María, que, como primera seguidora de Jesús, la primera cristiana y la primera salvada por su Pascua, participa ya de la victoria de su Hijo, elevada también ella a la gloria definitiva en cuerpo y alma: «has elevado en cuerpo y alma a los cielos a la inmaculada Virgen María» (oración colecta). El motivo de este privilegio lo formula bien el Prefacio de hoy: «Con razón no quisiste, Señor, que conociera la corrupción del sepulcro la Mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo».

c) Pero es también nuestra victoria, porque el triunfo de Cristo y de su Madre se proyecta a la Iglesia y a toda la humanidad. En María se condensa nuestro destino. Al igual que su «sí» fue como representante del nuestro, también el «sí» de Dios a ella, glorificándola, es un «sí» a todos nosotros: señala el destino que él nos prepara. La comunidad eclesial es una comunidad en marcha, en lucha constante contra el maly contra todos los «dragones» que la quieren hacer callar y eliminar. La Mujer del Apocalipsis, la Iglesia misma, y dentro de ella de modo eminente la Virgen María, nos garantiza nuestra victoria final. La Virgen es «figura y primicia de la Iglesia, que un día será glorificada: ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra» (prefacio). Por eso, además de ser fiesta de la Virgen, es también nuestra fiesta. La Asunción es un grito de fe en que es posible la salvación y la felicidad: que va en serio el programa liberador de Dios. Es una respuesta a los pesimistas, que todo lo ven oscuro y sin sentido. Es una respuesta al hombre materialista, que no ve más que los factores económicos o sensuales: algo está presente en nuestro mundo que trasciende nuestras fuerzas y que lleva más allá.

Es la prueba de que el destino del hombre no es la muerte, sino la vida, y que es toda la persona humana, corporeidad y espíritu, la que está destinada a la vida, subrayando también la dignidad y el futuro de nuestro cuerpo. En María ya ha sucedido. En nosotros no sabemos cómo y cuándo sucederá. Pero tenemos plena confianza en Dios: lo que ha hecho en ella quiere hacerlo también en nosotros. La historia «tiene final feliz». En la oración colecta pedimos a Dios que «aspirando siempre a las realidades divinas lleguemos a participar con ella de su misma gloria en el cielo». María está presente en nuestro camino, como lo estuvo en el de su Hijo. Con su ejemplo, con su intercesión y auxilio materno.

Relación con la Eucaristía

En la persona de Cristo y en nombre de todos los fieles, el sacerdote proclama la Oración Eucarística en comunión con María y con todos los santos. En esta Celebración se transforma nuestro hombre interior y a partir de él transforma nuestro cuerpo. La Eucaristía nos hace aptos, para ser en el corazón de las realidades cotidianas del mundo, fuentes de liberación y de revivificación de la creación entera. El destino del mundo está comprometido en nuestra celebración. En la Eucaristía recibimos como alimento el Cuerpo y la Sangre del Señor Resucitado, que nos aseguró: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día». ´- La Eucaristía es como la semilla y la garantía de la vida inmortal para los seguidores de Jesús. Por tanto, también nosotros estamos recorriendo el camino hacia la glorificación definitiva, como la que ya ha conseguido María, la Madre. ¡Cada Eucaristía nos acerca a nuestra asunción!

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