Calle que pierde su nombre desdibuja su valor en la memoria urbana.

Por Carlos Botero |
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Un día cualquiera un ciudadano, llamado Fercho por sus más allegados, sale de su casa en el sur de Cali caminando unas cinco cuadras a lo largo de la avenida Alfonso Bonilla Aragón hasta encontrar una parada del MIO donde aborda un bus articulado. Sentado en su silla, al lado izquierdo del bus, mira hacia occidente y en varios cruces identifica, entre otros, y con el telón de fondo de la imponente silueta de Los Farrallones, los de la Calle del Muerto y la avenida Oscar Rizo con unas cuantas palmas aceiteras desvencijadas en primer plano. Registra de manera automática que debe cambiar de ruta para llegar a su destino habitual. Ha pasado por nueve paradas después de salir de su casa en Mayapán –todavía no está seguro del origen del nombre de su barrio- se apea del articulado y camina otras diez cuadras a lo largo de la avenida Manuel Santiago Vallecilla, cruza  por el arranque occidental de la avenida Eliseo Payán hasta llegar a la avenida Colombia, junto al río Cali. En términos de cualquiera otro que hace el mismo recorrido con Fercho, se trata de tomar el articulado en la ”quinta”, pasando por la carrera 22 y dirigiéndose hacia el río Cali, llegando a la carrera primera.

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retiene el nombre que en algún momento le asignaron a las calles, para él, más significativas

Ambos relatos son válidos porque mencionan lugares precisos. La diferencia entre ellos radica en que el primer narrador retiene el nombre que en algún momento le asignaron a las calles, para él, más significativas, mientras que el segundo escasamente menciona su correspondiente número en la nomenclatura de la ciudad. Ambos casos hablan de memoria urbana, de topofilia y de toponimia y ambos denotan una muy diferente relación afectiva con los lugares registrados.

Podría hacerse un listado de más de un centenar de lugares, calles y avenidas con nombre propio, unas veces de origen institucional, otorgado por el Concejo Municipal con carácter conmemorativo, otras asignadas espontáneamente por sus usuarios más recurrentes.

Aunque sería objeto de investigación establecer un listado completo de estos espacios con sus nombres, es posible afirmar de manera hipotética que los nombres asignados por la comunidad permanecen más tiempo en la memoria ciudadana que aquellos asignados por decreto o por acuerdo del Concejo Municipal. En el primer caso resultan de una especie de decisión colectiva tácita o manifiesta. En el segundo, aunque jurídicamente válida, no deja de ser una imposición. Es muy posible que para buena parte de la población al oriente de la calle 25 reconozca más fácilmente el cruce vial denominado Puerto Rellena por este nombre que por la exacta convergencia de la Autopista Oriental con  la calle 27 y la carrera 46.

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La misma avenida Simón Bolívar, llamada así oficialmente la calle 25 entre la carrera 15 (barrio Belalcazar) y la carrera 50 (barrio San Judas), es hoy simplemente la 25, lo mismo que su extensión hacia el extremo sur –al menos hasta la carrera 100-. Lo curioso es que la Autopista Oriental (calle 36 de la actual nomenclatura) ahora se denomina Autopista Simón Bolívar, más porque mantiene las dimensiones y diseño de sección de la nombrada extensión, que porque haya sido bautizada formalmente así. La original avenida Simón Bolívar es ahora sólo calle 25.

Los nombres de las calles no solo orientan sino que también relacionan con historias cercanas y lejanas

Los nombres de las calles no solo orientan sino que también relacionan con historias cercanas y lejanas. Es muy probable que calle que pierde su nombre desdibuja su valor en la memoria urbana.

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