Conociendo Latinoamérica: Viajar para cambiar III

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz

 

 


“Que nunca llegue el rumor de la discordia”.

Tras conocer la capital del país ( México D F ) , me dirijo a Guadalajara, la capital del estado de Jalisco, conocida como la perla de occidente. Apodo dado por su calidad de vida, pues es una ciudad con una gran oferta cultural, académica, deportiva, tecnológica,  y gastronómica en la que se mezclan armoniosamente modernidad y tradición.  Además, puedes recorrerla en tren, un privilegio en México.

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La tierra habla a través de su gente, y en Guadalajara yo tenía a Karla y a Juan Pablo. Las dos únicas personas mexicanas que conozco da la casualidad que ambos son de la ciudad de Guadalajara y los conocí en Barcelona, aunque en distintos momentos de mi vida. No tengo suficientes palabras para agradecerles la amistad que hemos construido a través de los años (y WhatsApp), especialmente a Karla, quien me acogió en su casa y con quien tengo un vínculo más fuerte. Nosotros somos la prueba de que las relaciones a distancia son posibles, es tener voluntad y empatía. Tras 6 años de amistad separadas por fin iba a conocer su casa, su vecindario, su familia. Mi experiencia en México no hubiera sido lo que fue sin ella. Karla me enseñó a amar el tequila, el chile, los chilaquiles, las rancheras, a decir “qué padre” o “qué chido”, y también a qué no decir, que es aún más importante. Recuerden españoles y latinoamericanos , en México no se coge una taza, se toma o se agarra.

Karla me profesó el amor por México nada más llegar, y esa forma de ver y querer el país la llevé  conmigo el resto del viaje. Así que si viajan les animo a utilizar couchsurfing* u otras aplicaciones para conocer a gente local que les pueda mostrar como ven ellos su tierra. Hasta Tinder creo que podría funcionar para ello.

Nada más llegar a la ciudad, Karla me estaba esperando en el aeropuerto con su auto. Era viernes, y ella aún no sabía que me iba a recibir por la puerta grande esa noche. Fuimos a tomarnos unas palomas, bebida a base de tequila como no podía ser de otra forma, a la Farmacia Rita Pérez, en la colonia americana. Un barrio y un bar con mucho ambiente, donde cada canción se canta de corazón y a grito pelao’ como diríamos en España y en muchos países latinoamericanos. Se nos unieron unos amigos y se nos subió el tequila y la emoción del rencuentro de forma que nos fuimos al palenque a buscar entradas de reventa para esa misma noche. Era octubre y eran las fiestas de la ciudad, por lo que cada día había conciertos de grandes artistas en el palenque. 

El palenque originalmente era el espacio dispuesto por un escenario circular con gradas, como si fuera un coliseo romano o dispuesto para bailes y peleas de gallo. Actualmente el lugar se utiliza en su mayoría para albergar conciertos y se ha vuelto algo habitual en las fiestas populares de la ciudad.

El ambiente es extraordinario, se puede y se debe beber, no hay lugares asignados y las gradas están muy pegadas las unas a las otras de forma que se hace difícil no interactuar con el resto de las personas. El artista y los músicos se encuentran en el puro medio y observan desde abajo al público que lo vitorea.

La suerte estuvo de nuestra parte y por un precio más que razonable encontramos cinco entradas.  Las camareras, gladiadoras del palenque que luchan por encontrarte un sitio y venderte el máximo de litros de tequila posible caminando entre eufóricos y borrachos nos sentaron ante el gran Alejandro Fernández, el hijo del rey (foto). Todo el mundo a mi alrededor se sabía todas las canciones y no dejaban de aplaudir y entonces Alejandro Fernández no dejaba de cantar, tal y como decía su padre. Que espectáculo, que voz, que ambiente en el palenque, la gente, no se puede describir, se tiene que vivir.

En los siguientes días recorrí el centro de Guadalajara, el paseo de Chapultepec, el barrio de Santa Tere, el mercado artesanal de Tonalá, el pueblo colonial de Tlaquepaque, el bosque los Colomos, plagado de quinceañeras haciéndose fotos con su vestido para la fiesta, bien peinadas y excesivamente maquilladas.

También pude presentar por fin a mis dos amigos y juntos fuimos a la copa champagne, el piano de copa con más historias de borrachos cantando hasta la madrugada de toda la ciudad. Un imprescindible.

De todo lo que vi en Guadalajara destacaría a mis amigos, Karla y Juan Pablo (espero que lean este artículo), los murales de Orozco en el Hospicio de cabañas (foto), que hablan de la conquista, de religión, de la opresión, de las raíces indígenas y juegan contigo. Según desde donde los mires se ven de una forma u otra.   

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También es una experiencia pasear por Tlaquepaque (foto), pensarás por unos momentos que ya no estás en Guadalajara, o siquiera en una ciudad, sino más bien en un pequeño pueblo que quedó atrapado en el tiempo. Está lleno de artesanía, helados artesanales llamados nieves y bonitos cafés. Aunque si quieres ver artesanía el lugar perfecto es el mercado artesanal que se instala en Tonalá cada jueves y domingo. De allí sales con una casa decorada del garaje a la buhardilla.

En Guadalajara fui testigo por primera vez del sincretismo que se creó tras la imposición del catolicismo en las culturas mesoamericanas que influye en todas las manifestaciones sociales. Durante mi visita a Tlaquepaque presencié una procesión que mezclaba elementos de culturas prehispánicas con elementos cristianos. Fue impactante ver como a golpe de percusión un grupo de personas vestidas con trajes indígenas entraban en una iglesia católica danzando.  

Mis días en Guadalajara fueron un regalo, volver a compartir historias con mis amigos, crear nuevas memorias y brindar por las que nos esperan.

Sin embargo, no hay lugar perfecto, y parece que esta linda ciudad ha sido y es un punto caliente del narcotráfico en México. A pesar de vivir en una burbuja de tranquilidad en la década de los 80 y 90, la violencia e inseguridad han aumentado en los últimos años. Sin ir más lejos, el día que llegué había habido una balacera en el centro de la ciudad. Pero como se puede leer en el frente del teatro degollado en la plaza de la liberación en el casco histórico de la ciudad, mantendremos la esperanza: “Que nunca llegue el rumor de la discordia”.

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