San Juan de Chamula

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


El mayor encanto del pueblo de Chamula ( México) es su cultura. Fuimos el domingo, desde San Cristóbal de las Casas, en un pequeño autobús. La ida fue fácil, no tanto la vuelta. Se puso a llover y todos los autobuses y colectivos iban llenos. Ese día había mercado, por lo que todos los mercaderes se pusieron a recoger, huyendo de la lluvia, por lo que iban cargados y todos los que estábamos bajo la lluvia esperando un transporte les cedimos el paso, aunque no hubiera hecho falta, porque ya se encargaban los transportistas de priorizar a los locales. No me quejo de ello, lo entiendo en parte. Eso hizo que después de una hora intentando coger algún tipo de transporte preguntáramos a un hombre si nos podía llevar, y nos hizo el favor, los seis,  aunque más tarde nos dimos cuenta que apenas nos entendíamos hablando castellano, porque su lengua matern era el Tzotzil.

Aunque esto es empezar por el final, así que antes de llegar a ese punto quiero compartir con vosotros todo lo que vi y aprendí en un pueblo tan único.

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San Juan de Chamula está a unos pocos kilómetros de San Cristóbal de las Casas, y también forma parte de los territorios que fueron cuna del zapatismo, movimiento armado (guerilla que fue evolucionando a movimiento político) contra el neoliberalismo y a favor de la lucha por los derechos de los pueblos indígena, que nació en Chiapas. Una de las frases más simbólicas del zapatismo era "La tierra es de quien la trabaja", acuñada originalmente por el propio Zapata. Esto me recuerda al poema “Aceituneros” de Miguel Hernández, un poema español en contra del caciquismo. Es un poema tan bonito que no puedo desaprovechar la ocasión de mostraros un fragmento:

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!» 

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos? 

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Los pueblos y las ciudades pueden ser distintas, pero las luchas sociales son parecidas en todos lados. En Chamula sin embargo ya solo quedan pequeños vestigios del zapatismo. Por otro lado, si han sabido conservar sus tradiciones, hasta tal punto que a nivel local se rigen por ellas, tienen su propio código de usos y costumbres aprobado  por el Gobierno de Méxicoy en el mercado continua la tradición del trueque, aunque no pudimos ser testigos de ello a causa de la lluvia.  

Las mujeres llevan faldas de lana negra de borrego cardadas y el largo y la cantidad de la falda indican su status. Los hombres que llevan chalecos de lana blanca y andan al compás de un bastón son los que velan por el cumplimiento de sus normas, son los llamados “guardianes” del pueblo.

Los dos elementos más llamativos del pueblo son el cementerio y la iglesia. El cementerio nos lo topamos de casualidad, no íbamos buscándolo, pero su ausencia de cemento y los sobresalientes montículos de arena captaron nuestra atención.  Más tarde nos enteraríamos porque la iglesia del cementerio estaba semiderruida. En el último terremoto en la zona la iglesia colapsó, y desde entonces fue abandonada, porque según los chamulas, no merece la pena rendirle culto a un templo que no es capaz de autoprotegerse de un desastre natural.

El otro elemento, es la iglesia, en el centro del pueblo, coronando la plaza central al final de la calle donde se coloca el mercado. Una plaza diáfana donde se eleva la iglesia toda vestidita de blanco. La entrada cuesta tres euros (13.600 COP) y te avisan que está terminantemente prohibido tomar fotos dentro. Actualmente, si te pillan haciendo fotos posiblemente solo te rompan el móvil o la cámara, pero hace no mucho, tu integridad física hubiera estado comprometida en una situación así.

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Nada más entrar a la iglesia sentí como la cálida luz de las velas nos abrazaba, velas pegadas al suelo con su propia cera en forma de pirámide con más o menos filas según la dificultad y complejidad del milagro que se va a pedir. Las familias se situaban en silencio a la espalda del chaman, que era quien dirigía el rezo. Todo el suelo estaba cubierto de hojas de pino secas, que amortiguaban el ruido de nuestros pasos, lo de los turistas, y los transformaban en un crujido suave y agradable. Las paredes estaban cubiertas por miles de santos cristianos, conviviendo con rezos indígenas. Estuve incomoda durante casi toda la visita, me sentía una intrusa dentro del templo. No me tocaba ser testigo del sufrimiento de esas familias, ni de sus oraciones pidiendo un milagro, eran momentos de su intimidad que solo deberían pertenecerles a ellos. Para paliar mi culpa les sonreía sinceramente cuando nuestros ojos se cruzaban, pero solamente me devolvieron la sonrisa dos niñas pequeñas, ajenas a todo lo que estaba pasando a su alrededor, que jugaban mientras su familia rezaba.

A pesar de la incomodidad, valió la pena la visita, las cosas que nos incomodan nos dan mucha información de nosotros mismos.

¡Hasta la semana que viene! 

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