Evangelizar es luchar contra el mal

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

De nuevo nos reúne la Palabra alrededor de la Eucaristía, para invitarnos a dejarnos encontrar por Dios en medio de las situaciones adversas en que nos encontramos, agobiados por tantas tormentas que nos zarandean y amenazan con hacer naufragar nuestra fe y nuestra esperanza. Encontremos en la Palabra la clave y el sentido de las crisis que debemos afrontar hoy, como personas y como sociedad. – Domingo 12 del tiempo ordinario.

LECTURAS:

Job 38, 1.8-11: “¿Quién le puso diques al mar cuando irrumpía desde el seno de la tierra?”

Salmo 107(106): «Den gracias al Señor, porque es eterna su misericordia»

2 carta de san Pablo  a los Corintios. 5, 14-17: «El que vive con Cristo es una creatura nueva»

San Marcos 4, 35-4l: «¿Por qué están con tanto miedo?»

El riesgo de ir con Jesús

Como discípulos del Señor debemos aprender que seguirlo entraña vivir con él toda esa experiencia. En nuestro caminar de discípulos encontramos tempestades que amenazan nuestra entrega de fe al Señor, nuestro mismo amor a Dios y a los hermanos. Nos vienen de fuera: todos los obstáculos y fuerzas que contrarían la acción evangelizadora de la Iglesia y por tanto la nuestra. La historia está llena de mártires de la fe. Pero también es el drama que vivimos en lo profundo de nuestro corazón. Hondas horas de oscuridad, de desánimos, de frustraciones, de interrogantes ante situaciones que nos parecen absurdas e inexplicables. No podemos olvidar que Jesús va en la barca. Parece desapercibido pero su poder que engendra serenidad está ahí. Es posible que en lo íntimo de nuestro corazón oigamos el reproche que nos dirige: - cobardes y de poca fe. La fe y el temor se excluyen. Decía Jesús a los discípulos en su despedida: Tengan fe, yo he vencido el mundo. La fe destierra el temor.

Pero cuando hay temores en el corazón podemos reconocer que nuestra fe es débil y vacilante. El beato Juan XXIII decía: El que cree no tiembla. La invitación que hoy nos hace el Señor es ir al mundo en que vivimos a enfrentar los mismos males y situaciones que vive el hombre actual. Arriesgar incluso la vida por llevar la palabra liberadora del Evangelio. No olvidemos que lo hacemos en Iglesia, en comunidad de fe, presidida por el mismo Señor. Esto nos debe llenar de fortaleza y de confianza. Es nuestra hora, la hora de los testigos y de los apóstoles.

Misión actual

No es solo una historia del pasado. Es el presente de la Iglesia, de cada uno de nosotros los bautizados. Todos esos pasos se dan en nuestra experiencia de Dios. Bautizados hemos entrado en el plan salvador de Dios, en su barca. Hemos crecido oyendo hablar de él, de Jesucristo. Quizás hemos hecho ya un encuentro adulto, de fe madura, en él. Nos compromete con una misión que no es distinta de la suya. En nosotros prolonga él hoy su misión de servicio del hombre para su bienestar y su salvación final. Somos no solo pasajeros de su barca sino remeros de primera línea.

Enfrentar tempestades

Nuestra misión choca fuertemente contra obstáculos. Los hay en nosotros mismos, en nuestro mismo corazón. Algunos nos vienen del exterior. Es la tempestad que nos hace llegar al límite de nuestras capacidades: la pandemia y el conflicto social que causa tanto daño. Tenemos dos opciones: o rendirnos y abandonar la lucha y la misión; renunciar al esfuerzo por llevar una vida cristiana intensa y comprometida; desanimarnos ante la violencia del mal que se opone a nuestra lucha. O entrar por la fe, en el poder mismo de Dios. Alguna vez dijo Jesús a sus discípulos: «Si tuvieran fe como un grano de mostaza dirían a ese árbol que se arrancara de raíz y se plantara en el mar y les obedecería». La fe nos hace salir de nuestra debilidad para entrar en el dominio de Dios.

Todo porque, como nos dice san Pablo en la lectura de hoy: «El que vive en Cristo es criatura nueva». Entra en la vida de su Cuerpo que es la Iglesia y se deja actuar por él. La Iglesia siente hoy la fuerza opositora del mundo al Evangelio de la salvación. Hay poderes grandes que se enfrentan a su misión. Algunos proponen un mundo sin Dios. Lo quieren silenciar incluso en el corazón de hombre. La violencia y la injusticia son fuerzas opuestas al amor universal y a la lucha por el derecho de todos a una vida digna con que la Iglesia está comprometida en el nombre de Dios. No podemos sentirnos ajenos a esa lucha. La Iglesia que batalla por el hombre según la voluntad divina somos nosotros todos. Esa lucha se da en la medida de nuestra vida, en el campo en que nos toca vivir. Es necesario que, sabedores de que la lucha es de Dios y no solo nuestra, que Cristo nos acompaña siempre en la nave de la Iglesia, que el triunfo final será siempre de Dios, nos comprometamos a vencer y a seguir adelante en la búsqueda del hombre y sus necesidades para llevarle esperanza y remedio propicio.

Lo que nunca nos debe ocurrir es que, faltos de una fe fuerte y comprometida, abandonemos la lucha que es lucha de Dios en el hoy que nos toca vivir. A pesar de los obstáculos, de la fuerte tempestad, hay que pasar a la otra orilla donde nos aguarda el hombre deshumanizado, la mujer marginada, la niña que acaba de morir. Todos ellos ponen en nosotros su esperanza.

Contemplemos con el Papa Francisco:

«Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

LA PATRONA DE LA ARQUIDIOCESIS DE CALI

Hoy celebramos, con especial alegría, el día de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de la Arquidiócesis de Cali. Vemos en María, que supo acoger la Palabra de Dios, que fue brazos abiertos, ojos y corazón sensibles para ver las necesidades de los demás. Han pasado en el mundo, los más duros tiempos de crisis y epidemias, de guerras y pobreza, de tristeza y penuria… y ahí sigue firme, nuestra Madre, María, derramando amor a todo el que va a su encuentro a buscarla, consolándonos cuando más tristes estamos y poniendo remedio a todos los males que acechan a nuestra nación. Recurramos, pues, con mucha esperanza a Aquella Mujer, peregrina de la fe y consuelo de todos aquellos, que buscan su remedio. Participemos con gozo de esta celebración en nuestras Parroquias.

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