Cuzco, donde la montaña toca el cielo

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


No sé cómo empezar describir mi experiencia en esta linda ciudad, supongo que, por el principio, pero las palabras se me arremolinan en la cabeza y las emociones en forma de monos invaden mis ideas y no me dejan organizarlas. La experiencia fue muy intensa. Por eso, me he puesto un té caliente, a 38 grados en Madrid, y me dispongo a abrir la carpeta de fotos, para a través de ella unir los recuerdos de esos días e intentar explicaros porque tenéis que ir a Cuzco, y porque todo depende de según como se mire.

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Las primeras fotos son de los primeros días con Connie y su marido, los tres juntos. No sabíamos si tomaríamos aquel avión desde lima.  Después de una noche de nerviosismo, con un nudo en el estómago, nos levantamos y parecía que la situación se estaba calmando, o simplemente la marea estaba retrocediendo para volver con más fuera como un tsunami, que se sabe que viene, pero no sabes cuando ni cuándo ni con que fuerza. Aprovechamos esa calma, cogimos las maletas y nos fuimos con tiempo al aeropuerto. Llegamos a Cuzco sobre las 6 de la tarde.

Esa noche salimos a festejar que estábamos cumpliendo un sueño, cenamos en la plaza de armas de Cuzco, rodeados de grandes monumentos a la luz de los adornos navideños, estábamos muy felices de estar allí. Al día siguiente el mal de altura golpeo al marido de Connie. Siempre aconsejan unos dos o tres días de aclimatación, la ciudad se encuentra a 3.400 metros sobre el nivel del mar, y subir unas simples escaleras es un reto.

Los siguientes dos días los aprovechamos para conocer la ciudad y los alrededores. Aunque Connie ya los conocía era feliz de volver a algunos de sus lugares favoritos en el Perú. Visitamos el vallé sagrado de los Incas, un valle a unos kilómetros al norte de Cuzco donde los Incas se asentaron en diferentes poblaciones y se desarrollaron agrícolamente, los que les permitió un crecimiento económico, y por tanto construir llamativos conjuntos arqueológicos que han sobrevivido a lo largo de los años hasta el día de hoy. Cogimos un tour que nos llevó entre otros lugares al Pueblo de Pisac, a Chinchero, a Ollantaytambo, a Moray, centro de investigación agrícola de los incas, quienes dispusieron los distintos andenes o terrazas de cultivo de forma circular y a distintas alturas produciendo diversos microclimas. De esta manera, podían calcular las condiciones óptimas para cada cultivo y optimizar sus técnicas en el valle de Urubamba y en el resto del imperio. También fuimos a las Salineras de Maras, un paisaje compuesto por más de 3.000 pozos de agua en los que se acumula la sal dotándolos de diferentes tonalidades.

Durante esos días empezamos a escuchar que diferentes colectivos sociales se estaban empezando a movilizar contra el gobierno de Dina Boluarte, quien había relevado al expresidente después de que fuera detenido. Pero no éramos conscientes de lo que aun estaba por venir.

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En nuestra pompa, nos fuimos a dormir, para al día siguiente levantarnos a las 3 am para ir a tomar el bus que nos llevaría hasta el tren para ir hasta aguas calientes y de allí a la entrada al Machu Picchu. Aunque al principio era reticente a tomar el tren, me parecía que tendríamos que a ver llegado de una forma más auténtica, sudando, mereciéndolo mediante nuestro esfuerzo físico, echando la vista atrás, ese tren fue maravilloso. El viaje duró unas dos horas, y recorre el hermoso y verde Sagrado de los Incas por la ribera del río Urubamba.

Una vez allí, contratamos un guía y nos fuimos al autobús con él para pasar a primera hora de la mañana a una de las maravillas del mundo moderno. No se puede describir, tienes que ir. No es simplemente la ciudad, es el lugar, el enclave, tan salvaje, tan feroz, tan inexpugnable. A quien se le ocurriría construir una ciudad en medio de la cadena montañosa de los Andes a 2430 metros y que acabase siendo tan funcional. Dado que está en la montaña, pero justo al otro lado de la montaña empieza la selva amazónica, se le llama ceja de selva y por eso la vegetación es tan frondosa a tanta altura. Hay magia en Machu Picchu.

Volvimos con el corazón feliz, pero enfermos. A los días nos enteraríamos de que había sido Covid, aunque yo gracias a mis defensas por haberlo pasado anteriormente el test me dio negativo y el agotamiento me duró únicamente un día y medio.

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Lo que tampoco me esperaba yo, es que tras la marcha de mis amigos el estallido social explotaría. Se fueron un domingo, yo me mudé a un hostal llamado LOKI, situado en lo alto de la cuesta de Santa Ana, a la que me tuve que enfrentar muchas más veces de las que me hubiera gustado, y la que me hizo sentarme a respirar derrotada por la altura y sus escaleras.

Allí pasé una semana, donde experimenté lo más cercano al programa de “Big brother” que nunca he vivido. Al día siguiente de mudarme, se convocaron huelgas generales para los siguientes días, en el sur, concretamente en Cuzco y alrededores se programaron manifestaciones y más tarde cuando, la violencia entre los civiles y la policía aumentara, se convocaría un toque de queda a las 8pm, saliendo el ejercito a las calles para su cumplimiento. De esa forma, cerraron el aeropuerto de Cuzco, el Machu Picchu, los autobuses dejaron de circular porque las carreteras habían sido cortadas con piedras, arboles o personas haciendo cadenas humanas. Estaba encerrada en la ciudad. Yo por suerte no tenía ningún avión que coger, pero mucha gente sí, y no pudieron volar hasta días después. De esa forma, encerrados en el hostal Loki, la gente que allí estábamos creamos hermandad, nos cuidábamos entre nosotros. A eso hay que sumar que era el mundial de futbol, justo la semifinal y la final, y había argentinos alojados, imaginaos los nervios, la emoción y la fiesta. Allí conocí a Dorian, alias Dory, un chico francés que sería mi compañero de habitación todos aquellos días, con apenas 20 años, valiente, soñador y alegre, a Rodrigo, argentino viviendo en la plata, músico e informático, amable y cariñoso, nuestro fotógrafo de confianza y cada día el de más gente, a Félix y Julián, el dúo cómico, los reyes del asado argentino, amantes del buen vino y grandes fiesteros, a André, limeño salsero, curioso y agradecido, y así podría seguir la lista de forma casi interminable. También los voluntarios del hostal hicieron piña con nosotros, los huéspedes, y se ocupaban de que nos sintiéramos en casa a pesar de la situación.

Durante una semana hubo toque de queda a las 8 de la tarde, y después del café tocaba volverse al hostal. Aquella semana vimos como algunos manifestantes se lanzaban contra los restaurantes abiertos que se habían negado a continuar con la huelga indefinida, y echaban a los comensales y empezaban a romper el mobiliario. 

Tras esa semana supe que tenía que salir en cuento pudiera de Cuzco y tenía que moverme para el norte, porque moverse por el sur en autobús que hasta ese momento había sido mi plan era ahora inviable.

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Eso hizo que todos los días fueran el día de la marmota, levantarse, desayunar huevos revueltos o fritos, las mismas caras en la sala común, los mismos planes, la misma “calma”. A pesar de todo ello, buscamos como entretenernos, hicimos deporte, vimos películas, conducimos unos quads, fuimos a cenar, al mercado, a pasear por las laderas cercanas a Cuzco, y sobre todo, cada noche festejamos el presente, el estar allí todos juntos.

Pero un día por fin abrieron el aeropuerto y los vuelos empezaron a ser reprogramados y las despedidas llegaron, entre lágrimas, entre abrazos y un iluso “hasta luego”. La gente se iba como si le hubieran echado de la casa, no como si se tratara de una decisión voluntaria. Por eso digo que todo depende del punto de vista desde donde se mire.

Cuando solo quedábamos Dory, los voluntarios y yo, decidí que era hora de marcharse, por lo que volví al punto de partida, Lima, un 22 de diciembre de 2023. ¿Hacia dónde me dirigiría? Os lo cuento la próxima semana.

No me querría despedir sin agradecer a Rodrigo Naranja, por las fotos que me ha pasado de esos maravillosos días.

 

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