Contra reformas innecesarias

Por Guillermo E. U… |
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Por Guillermo E. Ulloa Tenorio

Economista de la Universidad Jesuita College of the Holy Cross en Estados Unidos, diplomado en alta dirección empresarial INALDE y Universidad de la Sabana. Gerente General INVICALI, INDUSTRIA DE LICORES DEL VALLE, Secretario General de la Alcaldía. Ha ocupado posiciones de alta gerencia en el sector privado financiero y comercial.


Hace un año, por esta misma época, se vaticinaba el posible triunfo del candidato de izquierda Gustavo Petro. Su activismo y populismo vehemente, expresado por más de dos décadas de presencia legislativa y su paso por la alcaldía de Bogotá, identificaban su postura estatizante. 

Había logrado polarizar el país, producto de ataques frontales permanentes, contra la clase política tradicional, la cual había ejercido el poder por décadas. Quizás, el “estallido social”, abanderado por el y sus secuaces, evento de sublevación que paralizó el país por mas de dos meses, se convirtió en innegable grito de tomarse el poder, o por la fuerza, o en su defecto, a través de las urnas.

Lamentablemente, la institucionalidad que había regido la gobernanza del país, no contó con un carismático líder que contrarrestara su populismo. Petro aprovechó hábilmente la división de las toldas partidarias tradicionales y aglutinó fuerzas opositoras de ideología común de izquierda bajo el movimiento bautizado “Pacto Histórico”. 

En junio de 2021 logró, por mínima ventaja, el triunfo, en las urnas.

Sabía que Colombia era un país gobiernista, y que eventualmente, no obstante, no tener mayorías en el congreso, podía llegar a sumar adhesiones a su plan de gobierno. Contó con alfiles, de excepcional capacidad estrategica, que sabían maniobrar con filigrana y maquiavélico cabildeo a los elegidos congresistas.

Con la alineación de la mayoría del congreso, presentó una serie de reformas, anunciadas como “el cambio” que había prometido en campaña.

La enésima reforma tributaria del gobierno de turno, como era lógico, estaba fundamentada en lograr mayores recursos para anunciados planes de transformación y programas sociales. El consenso logrado fue fundamental para medir fuerzas, pesos y contrapesos. El sector gremial nacional jugó un papel preponderante, conciliando algunas diferencias, pero finalmente apoyó la iniciativa fiscal.

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Para la segunda legislatura, presentó tres reformas y su Plan Nacional de Desarrollo, todas bajo el matiz populista ideológico fundamentado en la estatización. Cometió el error, en permitir que sus ministros de turno, sin capacidad de conciliación con los sectores, impusieran criterios de activismo político y no de funcionarios de gobierno, generando el menoscabo de mayorías estratégicamente ganadas. Al igual que en su alcaldía, empezó sacrificando sus ministros como peones, quemándolos como cuetones de antaño.

Pero quizás, lo trascendental radica en el hecho que las tres reformas en curso, Salud, Laboral y Pensional, son contra reformas innecesarias, las cuales, en vez de fortalecer logros obtenidos en treinta años, devolverán el país a niveles de sub desarrollo del siglo pasado.

La Organización Mundial de Salud OMS ha calificado el sistema mixto, estatal y privado, como el mejor en América Latina. No se necesita una reforma. Se requiere fortalecer el sistema. Pese a su aprobación en Comisión, el debate aún puede darse en el Congreso para rectificar el impulso estatizante. 

La reforma laboral, de tinte sindical, en vez de impulsar el empleo formal, lo castiga y sentencia el país a niveles de informalismo de hace quince años, superando el 60%, con el menoscabo a la contribución de aportes que la seguridad social demanda. Las plataformas de servicios de transporte, domiciliarios y empleo temporal, castigadas en la reforma, es dar la espalda a tendencias globales de aprovechamiento de avanzadas tecnologías y una juventud ávida de inmediatez, servicios, comodidad y movilidad laboral.

La pensional, obligando al aporte forzoso sobre los primeros tres salarios mínimos del trabajador, es engrosar el despilfarro propio del antiguo Seguro Social, cuando era el encargado del sistema pensional, en vez de permitir el ahorro y riesgo individual, como opera globalmente. 

Ninguna de las reformas presentadas tiene etiqueta de precio. No se sabe cuánto le costaran al erario.

Ojalá predomine la lógica y la revisión histórica del progreso del país, por encima del activismo populista, ideología estatizante de modelos fallidos globalmente e insaciable sed de “mermelada”.

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