Estados Unidos y China

Por Jean Nicolás Mejía H |
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Jean Nicolás Mejía H

Profesional Ciencias políticas - Pontificia Universidad Javeriana Bogotá. 28 años,  Máster en cooperación internacional y organizaciones internacionales de la Universitat de Barcelona


No es un secreto a voces que el sistema internacional no es un escenario multilateral de cooperación integral como proponen muchos de los foros regionales e internacionales (empezando por ONU), sino que es un sistema multipolar y que lejos de haber dejado atrás el fantasma de la guerra fría, está consolidando las dinámicas propias del conflicto político y diplomático más tenso del siglo XX.

Si bien es cierto que los esfuerzos internacionales -derivados de la segunda guerra mundial- para evitar volver a caer en un conflicto bélico de proporciones globales han fomentado ciertos tipos de integraciones (la más importante y consolidada es la del bloque europeo), los escenarios de conflicto han cambiado y ahora la guerra es económica, diplomática e inclusive digital.

El ingrediente adicional es que ese mismo sistema que promovía el crecimiento económico y cierto nivel de integración, ha permitido que otros actores (un poco menos relevantes en el sistema internacional del siglo XX) crezcan a tal punto de convertirse en verdaderos hegemones y verdaderos estados influyentes, creando niveles de dependencia en ámbitos comerciales y financieros, como es el caso de China.

La divergencia que está ocasionando la crisis diplomática y política del sistema internacional contemporáneo, se encuentra  entre el discurso de integración -acuñado por las grandes potencias durante las últimas décadas- y las políticas económicas desarrolladas por estos mismos países, ya que a nivel discursivo se busca la cooperación bilateral y multilateral de los actores (para satisfacer sus intereses propios, por supuesto), pero a nivel de políticas lo que se busca es socavar a los otros actores e imponer condiciones, lo que resulta contraproducente para sus propios intereses.

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Para Jessica Chen (profesora de estudios de China y Asia-Pacífico en la Universidad de Cornell) el modelo estadounidense presenta esta sintomatología similar a lo anteriormente descrito. Describe que la competencia norteamericana con China está destruyendo su propia política exterior, ya que los legisladores estadounidenses parecen preocuparse mucho más por contrarrestar a China que en conservar, promover y visibilizar los intereses y valores afirmativos enmarcados en la estrategia internacional que siempre ha manejado Estados Unidos.

No es para menos la preocupación de los legisladores norteamericanos, China desde que está comandada por Xi Jinping, se ha vuelto mucho más autoritaria a nivel local, más coercitiva a nivel regional y más agresiva y austera a nivel internacional. Es claro que China y EEUU no comparten los mismos sistemas de valores, pues mientras el gigante norteamericano se preocupa por defender los ideales “democráticos”, China aplasta estas libertades (Hong Kong), y mientras el nuevo gobierno de Biden procura establecer un liderazgo cooperativo - y no coercitivo- a nivel global, apelando a los valores tradicionales como la libre información, buenas prácticas militares y cooperación en materia de seguridad y defensa, China promueve la censura, la desinformación y asume una postura -no esperada- en relación a la invasión rusa en Ucrania.

Las correcciones geopolíticas para amenizar las tensiones permanentes ya empezaron a dar sus frutos: la administración de Biden ha vuelto a retomar temas imperativos como el cambio climático y el hambre en el mundo, buscando en esos canales de cooperación aliados que se sumen a las causas propias que deberían ser la preocupación primaria de los actores del sistema internacional, como la protección a los ecosistemas, el cambio climático, la desigualdad y el acceso al agua.

Por supuesto que desde la perspectiva “occidental” entender las dinámicas chinas es un verdadero desafío, pues su propio sistema de valores marca pautas -históricas y conceptuales- totalmente diferentes, pero no por ello se debe interpretar que son contrarias o que buscan socavar los intereses norteamericanos, pues después de todo, ambos países buscan lo mismo desde siempre (al igual que la mayoría de actores en el sistema internacional): relativa estabilidad política, económica y social.

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