Minca: un destino de paz o aventura

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


Situado entre las montañas de la Sierra Nevada de Santa Marta, Minca es un rincón colombiano que emana magia. Este pequeño pueblo y su entorno natural ofrecen una experiencia única que atrae tanto a viajeros mochileros como a gente que busca un retiro de paz, lejos de la ciudad.

La manera más sencilla y popular de llegar a Minca es desde Santa Marta, ya sea mediante transporte privado o público y así es como lo hice yo también. Cogí un autobús desde Taganga y me fui para Santa Marta al medio día, después de despedirme de Dory que se quedaba algún día más en el pueblo pesquero. Llegué al mercado central y allí estaba Jaime, que se había vuelto antes del Tayrona porque tenía un bolo en Santa Marta, pero no quería perderse la oportunidad de conocer Minca.

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Minca: Del Pequeño Pueblo al Gran Destino

Había leído que Minca era un lugar privilegiado en medio de la sierra, donde uno podía contemplar la naturaleza y pasar los días en lo que se llama “estado contemplativo”, mientras disfrutaba de una buena taza de café de la zona. Yo me enteré al llegar allí, que en la ladera de la sierra también se cultiva café, un café que no está solo, un café acompañado de selva y mar. Minca también estaba acompañada. Nos encontrábamos al bajar el autobús las calles arenosas repletas de extranjeros en grandes grupos, con mochilas más grandes que un niño de 10 años. Aunque no sea uno de los principales lugares que recomienden las guías de turismo, está ganando mucha fama entre los “backpackers” mediante el boca a boca. Nos quedó claro después de investigar un poco que allí los extranjeros eran, éramos (me incluyo) los protagonistas. Y no me entiendan mal, no es una alabanza, se trata de una observación, porque no solamente inundábamos las calles del pueblo, si no que habíamos tomado un rol más activo como inversionistas. Varios de los alojamientos más populares estaban a cargo de extranjeros, así como negocios locales, como la panadería “La miga” de origen francés.

Llegamos en la tarde a Minca, antes de que la luz se fuera pero tarde para ver la puesta de sol,  por lo que nos fuimos directos a dejar el equipaje en el alojamiento. Minca Ecohabs Hotel, fue el lugar que eligió Jaime y el lugar más exclusivo donde me alojé en todo mi viaje. Se trata de un complejo de diferentes cabañas, separadas las unas de las otras, y conectadas por verdes senderos. Nos tocó una cabaña muy grande, con un bonito balcón, rodeados de selva y con el mar a lo lejos. Solo por esa vista, el viaje a Minca había valido la pena.

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A pesar de las apariencias, la noche fue complicada para mí, y eso que no soy una persona especialmente miedosa.  Nos sorteamos quien dormía en que cama, y como perdí me tocó la cama pequeña que no tenía mosquitera. Duré 10 minutos. Fue apagar las luces y empezar a escuchar unos ruidos guturales y chirridos.  Encendí las luces y vi unos lagartos (ENORMES) mirándome desde el tejado de palma, por lo que de un brinco me colé dentro de la mosquitera invadiendo el espacio personal de mi amigo y la sellé debajo del colchón a modo de protección. No pegué ojo, soy una chica de ciudad, son inmune a los humos de la ciudad, pero no a los ruidos de la selva.

Madrugamos para poder ver el amanecer, y como íbamos justos de tiempo, aunque nos hubiera gustado subir al cerro Kennedy a ver los nevados, optamos por visitar las famosas cascadas de Marinka, que se encuentran a escasos tres kilómetros del pueblo. Como buenos europeos, de camino a nuestro destino nos paramos en la panadería francesa a comernos un croissant, que admito estuvo delicioso.

Llegamos en menos de una hora, y a pesar de que el calor no apretaba nos zambullimos sin dudarlo. El lugar está muy bien acondicionado, hay un par de bares con hamacas colgantes, carne de Instagram, y baños con vistas directas a la cascada más grande, envidia de cualquier hotel de lujo.

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Queríamos ir a Pozo azul, una poza muy famosa por la zona, por su fácil acceso y nado, pero nos dijeron que venía el agua con mucha fuerza y era peligrosa en estos momentos. Como esa noche cogíamos el autobús de vuelva, y no queríamos ir corriendo a los sitios, nos volvimos al pueblo a comer, a recorrer sus calles, sus tiendas, ver sus fachadas, su gente etc. Conocimos a un lugareño que nos explicó que Minca era un lugar mágico y cuya magia podías sentir si te quedabas varios días. Nos contó que el pueblo era un lugar muy seguro, sin violencia, debido a que era la mujer quien trabajaba y por tanto era la cabeza de familia. Los negocios, entre los locales, solo podían estar regentados por mujeres. No se ofenda querido público masculino, esto es simplemente una opinión, la realidad de una persona, pero no una verdad absoluta como una suma matemática. 

Minca es un destino de paz o aventura, según las actividades que decidas hacer.  Aunque la gran mayoría de viajeros destinan de 2 a 3 días para explorar la zona, perfectamente te puedes pasar una semana entera y no te aburrirás. Mi experiencia se limitó a una sola noche debido a mi itinerario (que estaba bien cargado), y aunque la disfruté, me quedé con la sensación de que fue insuficiente. Sin embargo, me gustó mucho y me dejó con ganas de más.

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