Creer es seguir a Jesús por el camino

Por Héctor de los Ríos |
548
P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

Hoy, como todos los Domingos, nos reunimos para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra de Dios. Jesús, el Señor, al igual que abrió los ojos al ciego de Jericó, también abrirá los nuestros para caminar, sin tropiezos, hacia el reino de Dios. A lo largo y a lo ancho de nuestra vida anhelamos liberarnos de aquello que coarta (o creemos que es así) nuestra libertad o nuestros deseos e ilusiones: liberarnos de la disciplina, del Colegio, de la Familia o de la iglesia; de la rigidez del trabajo, de los horarios o del «jefe»; del calor, del frío, de la enfermedad.

No quedamos satisfechos de nuestros intentos de «auto-liberación». Hoy la Palabra nos dice que la verdadera y única liberación viene de Dios: en la medida que Dios viva en nosotros, así alcanzaremos la libertad de aquello que oprime, agobia, preocupa o esclaviza.

LECTURAS:

Jeremías 31, 7-9: «El Señor ha salvado a su Pueblo»

Salmo 126(125): «El Señor ha estado grande con nosotros»

Carta a los Hebreos 5,1-6: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»

San Marcos 10,46-52: «Anda, tu FE te ha curado»

Pedagogía de Jesús

Todas las obras de Jesús, pero especialmente los milagros, tienen una finalidad pedagógica. El ciego es símbolo de todos los hombres. Somos ciegos cuando, sin los ojos del cuerpo, no se puede ver. Pero también somos ciegos del alma y del corazón: - Somos ciegos cuando no nos vemos a nosotros mismos. Cuando no vemos cómo somos y no vemos nuestra debilidad, nuestros defectos, nuestras limitaciones, nuestros pecados, nuestros errores... Y tampoco vemos nuestras virtudes, nuestras cualidades: .- si hiciéramos una lista son muy pocas las cualidades que seríamos capaces de enumerar, las que debemos cultivar y hacer crecer para ponerlas al servicio de los demás.

Somos ciegos cuando no vemos las cosas buenas de los demás; cuando no vemos los sufrimientos y las necesidades de los que nos rodean; cuando no vemos al que pasa hambre, al que está enfermo, al anciano que está solo, al emigrante que necesita apoyo para integrarse en la sociedad y llevar una vida digna, al que no tiene trabajo... Cuando no vemos, o no queremos ver las situaciones de injusticia y marginación. Somos ciegos cuando no reconocemos la presencia del Señor en nuestras vidas, cuando no vemos su voluntad ni el camino que pone ante nosotros para que lo sigamos; cuando no lo descubrimos presente y cercano en los diversos acontecimientos de nuestra vida. Cuando no reconocemos a Jesús como nuestro salvador y nuestro amigo.

Y ¿por qué se producen esas situaciones de ceguera en nuestra vida? Por nuestras pasiones desbocadas que nos ciegan y nos hacen actuar con impulsos descontrolados; cuando nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo feroz; cuando nos movemos por nuestras ambiciones; cuando nuestro orgullo no nos deja reconocer nuestras equivocaciones y limitaciones...

La fe, fuerza que transforma a las personas

La Buena Nueva del Reino anunciada por Jesús es como un fertilizante. Hace crecer la semilla de la vida escondida en las personas. Jesús sopla sobre las cenizas y el fuego se enciende, el Reino se muestra y la gente se alegra. La condición es siempre la misma: creer en Jesús. Jesús animaba a las personas a que tuviesen fe en Él y por lo mismo, creaba confianza en los demás.

A lo largo de las páginas del evangelio de Marcos, la fe en Jesús y en su palabra aparece como una fuerza que transforma a las personas. Hace que se reciba el perdón de los pecados, afronta y vence la tormenta, hace renacer a las personas y obra en ellos el poder de curarse y de purificarse. Gracias a sus palabras y gestos, Jesús despierta en la gente una fuerza dormida que la gente no sabe que tiene. Así sucede con Jairo, cuya hija de doce años es resucitada por su fe en Jesús, con el ciego Bartimeo: «Tú fe te ha salvado», y tantas otras personas, que por su fe en Jesús, hicieron nacer una vida nueva en ellos y en los otros. Si tú dices a la montaña: «Levántate y arrójate al mar», la montaña caerá en el mar, pero no hay que dudar en el propio corazón. «Porque todo es posible para el que cree» ...

El grito del pobre

Los que van en la procesión con Jesús intentan hacerlo callar. Pero “¡él gritaba todavía más fuerte!” También hoy el grito del pobre es incómodo. Hoy son millones los que gritan: emigrantes, presos, hambrientos, enfermos, perseguidos, gente sin trabajo, sin dinero, sin casa, sin techo, sin tierra, gente que no recibirán jamás un signo de amor. Gritos silenciosos, que entran en las casas, en las iglesias, en las ciudades, en las organizaciones mundiales. Lo escucha sólo aquél que abre los ojos para observar lo que sucede en el mundo. Pero son muchos los que han dejado de escuchar. Se han acostumbrado. Otros intentan silenciar los gritos , como sucedió con el ciego de Jericó. Pero no consiguen silenciar el grito del pobre. Dios lo escucha.  Y Dios nos advierte diciendo: “ No maltratarás a la viuda o al huérfano”. ¡Si tú lo maltratas, cuando me pida ayuda, yo escucharé su grito!”

CREER es seguir a Jesús por el camino

La comprensión completa del seguimiento de Cristo no se obtiene con la instrucción teórica, sino con el compromiso práctico, caminando con Él por el camino del servicio desde Galilea a Jerusalén. Quien insista en tener la idea de Pedro, o sea, la del Mesías glorioso sin la cruz, no entenderá a Jesús y no llegará a asumir jamás la actitud del verdadero discípulo. Quien quiere creer en Jesús y hacer «don de sí», aceptar «ser el último», «beber el cáliz y llevar la cruz», éste , como Bartimeo, aun sin tener las ideas totalmente correctas, obtendrá el poder de «seguir a Jesús por el camino». En esta certeza de poder caminar con Jesús se encuentra la fuente del coraje y la semilla de la victoria sobre la cruz.

¿Somos ciegos?

Es preciso que reconozcamos nuestras cegueras para poder gritar: ¡Señor, ten compasión de mí! ¡Señor, que vea! Quizá, igual que Bartimeo, necesitamos que alguien nos diga: «¡Animo, levántate, el Señor te llama!» y nos ayude a recuperar la esperanza de salir del pozo de oscuridad en que nos encontramos, recuperar la ilusión por la vida para renovar nuestra confianza en el Señor, que puede curarnos y salvarnos; recuperar el sentido de nuestra vida y así vivir de otra manera. Hoy, como entonces, el Señor me pregunta. «¿Qué quieres que haga por ti?» Confiando en El y en su misericordia, pidámosle: «¡Señor, que vea!». Que ésa sea nuestra oración confiada de hoy, para que reconociendo nuestra necesidad de salvación acudamos al Señor confiadamente, y así, experimentando su salvación, caminemos tras Él siguiendo su camino, alabando y agradeciendo sus obras en nosotros y colaborando con Él en la obra de salvación y en la construcción del Reino. Que el Señor pueda decirnos: «Tu fe te ha salvado».

Para orar y vivir la Palabra:

«Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares» (Sal. 126,5)

Señor, tú eres el sembrador. Lo sembraste todo: hasta los caminos, los cardizales y el terreno pedregoso. Nunca te cansaste de sembrar. Al final, tú mismo te sembraste en el surco y regaste la semilla con tus propias lágrimas. Pero, al tercer día, resonaron en el cielo y en la tierra los cánticos por la nueva cosecha. El Padre te resucitó, te glorificó. Tú, Señor, también cambiarás un día mi llanto en alegría eterna.a

Búsqueda personalizada

Caliescribe edición especial