Democracia y ciudad

Por Benjamin Barne… |
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Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011


Antes, en todas partes, el poder, que se decía provenía de los dioses, era de mitos y reyes, y no de leyes y hombres, como quería Thomas Paine, y tuvimos que esperar desde las ciudades estado griegas y la república romana, a la creación de Estados Unidos y la Revolución Francesa, para que de nuevo hubieran democracias, hoy en peligro. 

Un sistema político “en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes” (DLE) que, como dijo Winston Churchill, “es el peor […] a excepción de todos los demás”,  pero son sociedades “que reconocen y respetan como valores esenciales la libertad y la igualdad de los ciudadanos ante la ley” (DLE).
Como lo advirtió Friedrich Nietzsche, la democracia “debe ser entre iguales”, pero la naturaleza del ser humano impide que lo seamos en la búsqueda del poder, por lo que, como decía Karl Popper “no sirve para elegir buenos gobernantes sino para quitar sin violencia a los insoportablemente malos” y tal vez ninguno sea bueno, como insistía Antonio Caballero o, al menos, no lo es para todos. Por eso la democracia exige que se disminuyan las diferencias económicas y sociales entre los ciudadanos, al tiempo que vela porque se respeten sus culturas diferentes; pero entre más sean estos, más difícil lograrlo; de ahí que los países más grandes deberían ser federativos y no centralistas.

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Se trataría de facilitar la “participación de todos los miembros [de una sociedad] en la toma de decisiones” (DLE) y por eso la democracia debería ser directa en los pueblos y pequeñas ciudades, y representativa en las más grandes, y en los departamentos de las diferentes regiones de los países, definidas por su geografía, historia y cultura; y estos con gobiernos parlamentarios y no presidencialistas, los que, ya elegidos, cada vez más derivan a dictaduras de hecho, no mediante un golpe de estado, que “concentran todo el poder en una persona, un grupo u organización, y reprimen los derechos y las libertades individuales (DLE) justamente lo que pretende procurar la democracia.
Al inicio de la humanidad, si bien un macho alfa podía comprometer la vida de los miembros de su pequeña tribu, si es que no era controlado por los otros, y aunque fueran muchas muertes, proporcionalmente a la escasa población existente, un dictador actual puede poner en peligro a millones de personas, como ya lo hicieron desde el siglo XX; y no nos podemos conformar con que quedarán miles de millones más, ignorando que la sobrepoblación y el consumismo del capitalismo no inteligente amenazan al planeta, pues lo inteligente, y no cruel, sería el control voluntario y responsable de la natalidad, y de ahí democrático: libertad individual e igualdad colectiva.
En las ciudades, en las que cada vez habitan más personas en el mundo, para que sus ciudadanos lo sean de verdad, y no se abstengan y voten, asi sea en blanco, es preciso, además de la no discriminación económica y social, educación, geográfica, histórica, cultural y cívica, que se les proporcione “igualdad”, en tanto urbanitas. De nuevo ciudad y democracia están íntimamente ligadas en la vida cotidiana como en las Demos griegas. 

Como van las cosas, probablemente el futuro dependerá, para mejor o peor, de las ciudades y la democracia; pero en países donde han crecido mucho y rápido, como Colombia, la mayoría de sus gobernantes y habitantes aún  no se han percatado.

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