Conociendo Latinoamérica: Viajar para cambiar IV

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


¡Borracho bajé rodando, del Cerro de la Cruz, que chingue a su madre el que no diga salud!; Ave maría yo no quería, padre nuestro que bueno esta esto, bendito licor, amargo tormento, que haces afuera, vamos pa’ adentro, ecos de estas “oraciones” retumban por las paredes de las destiladoras de tequila.

Decidimos ir a  pueblo mágico de tequila un sábado, a pesar de la cruda que nos acompañaba aquella mañana. Pues ser mexicano es tomar tequila, y yo quería sentirme mexicana. Nos arreglamos torpemente y botella de agua en mano cogimos la carretera. Después de una hora esquivando hoyos, peor que en un carrera de Mario Kart, y de unos paisajes preciosos de campos de agave, llegamos.

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Los campos de agave forman un paisaje único y singular compuesto de colores terrosos, verdes grisáceos y azulados. Hermoso. Normal que la UNESCO declarara en 2006 el paisaje agavero patrimonio de la Humanidad.

Nada más entrar en el pueblo te das cuenta de que es uno de esos lugares anclados en el tiempo, que aún conserva su esencia, a pesar de vivir cada vez más del turismo.  Sin embargo, se trata de turismo nacional, apenas vi ningún extranjero, lo que para mí es un plus. Famoso por su delicioso tequila y su hermosa arquitectura colonial también posee una historia rica y variada.  Se cree que los aztecas cultivaban agave en esa región hacía siglos y que con la llegada de los españoles el proceso de destilación del agave o maguey comenzó.

Sin embargo, allí me enteré de que el tequila en sus inicios era una bebida para el pueblo, para los pobres, pues las familias adineradas bebían otros licores como el coñac o el whisky, importados desde Europa. Por fortuna esto ya no es así y actualmente los mexicanos están orgullosos de su bebida más internacional.  Y no es para menos, si sumas limón y sal el resultado es tequila.

El agave es la planta culpable de que exista dicha bebida, aunque no cualquier agave. Únicamente una variedad entre las más de 200 variedades de agave que hay puede utilizarse para su producción, el agave tequilana Weber variedad azul. Mirando esta planta yo me pregunté cómo era posible que a alguien se le ocurriera cocinarla para posteriormente destilarla y de ahí sacar una bebida.

La leyenda cuenta que, en la región de Tequila, hubo una tormenta eléctrica y un rayo cayó sobre una planta de agave, cocinándola y liberando así su jugo. Fue entonces que unos habitantes de la zona descubrieron el jugo fermentado y al probarlo se sintieron más felices y relajados. A causa de estas sensaciones los aldeanos dijeron que el jugo era un regalo de la diosa Mayahuel la cual había sufriendo un destino trágico al convertirse en maguey.

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Una de las actividades más populares en Tequila es el recorrido por las destilerías de tequila, donde se aprende sobre su proceso de elaboración y se puede y se debe degustar.  Este recorrido no es a pie, si no que te subes a unos camiones muy curiosos, los cuales tiene forma de barrica, cantarito, chile, hay para todos los gustos.

Entonces, pueden imaginarse que hicimos nada más pisar el pueblo. Nos fuimos a reservar un tour, y es que ya te avisan nada más llegar, “Si a tequila viniste y tequila no bebiste, entonces para que chingado fuiste”.

Pero para beber antes hay que comer, por lo que no podíamos irnos de Tequila sin probar la gastronomía local, como el tradicional plato de birria, la carne en su Jugo o las enchiladas.

Aprovechamos que el tour era por la tarde para visitar la plaza principal, y las calles empedradas del centro histórico por la mañana y acabamos en mercado municipal para conocer la vida local y degustar un buen plato de enchiladas y de birria. Un espectáculo de sabor y color.

Aunque lo que me pareció más tradicional a mí fueron los cantaritos. Son tarros de barro en los cuales se prepara un potente coctel a base de jugos de frutas, generalmente lima, naranja y toronja, soda y hielo. ¡Super refrescante! Los venden en todos lados, a todas horas y todo el mundo cuando llegamos y cuando nos fuimos sostenía un cantarito en la mano y un sombrero en la cabeza. Se dice que da mala suerte ir a un pueblo mágico sin vestir sombrero. Yo ya estoy preparada para lo peor.

Con las barrigas llenas nos subimos al camión ( bus )  y el recorrido dio inicio. Fuimos viendo las grandes tequileras que se pierden entre las pequeñas calles, recorriendo el pueblo, conociendo su historia.

Esta pequeña localidad se convierte en una fiesta con todos estos estrafalarios camiones llenos de gente cantando folclore mexicano a petición y tomando cantaritos entre parada y parada.  

La primera parada, los campos de agave, marco perfecto para tomarte una foto, y más con la cantidad de adornos que las compañías han puesto a disposición del turista. Te pones gorros enormes, te pinchas un par de veces con las puntas afiladas del maguey y cuando estás esperando a que todo el mundo se mueva para tomarte la foto de postal te toca subirte al camión dirección  la siguiente parada, la tequilería.  

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Según el paquete que contrates puedes ir a una o varias casas tequileras. Nosotras como no madrugamos, solo pudimos tomar el tour de una única casa tequilera.  Nada más entrar nos pegó una bofetada el olor a fermento.  Me llamó mucho la atención la cantidad de barricas que hay y nos quedamos impresionadas con el enorme tamaño de las piñas de agave. Con un discurso muy bien aprendido nos explicaron cómo se produce el tequila y nos dejaron probar el agave cocido y oler directamente de los contenedores los vapores de la fermentación. Después de la teoría obviamente tocó la práctica. Tomar, enjuagar, tragar y exhalar por la boca, así se toma el tequila, después de levantar el chupito y a modo de brindis repetir un dicho tequilero. Esto parece sencillo, pero yo casi me ahogo después de un tequila de más de 40 grados. Aun así me lo acabé ya que para llegar a la cima hay que tomar tequila, el que no toma nada, se lo lleva la chingada.

Entonces cayó la noche y tocaba ir a por el coche antes de que nos cerraran el parqueadero. No lo encontrábamos. Estuvimos tentadas de quedarnos a pasar la noche y así poder tomar tranquilas y evitar los peligros de la carretera que después de las 22:00 horas se llena de gente al volante con unos tequilas de más. Pero la suerte nos sonrió y a las 20:00 horas estábamos de vuelta hacia Guadalajara.

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