Una parábola que llama a la conversión

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

El árbol se reconoce por su fruto

Finaliza, con el evangelio de este Domingo, el ciclo de mensaje profético de Jesús. En el contexto de cercanía de la Cuaresma (el próximo Miércoles comienza el Tiempo Cuaresmal), es espontánea la exhortación actualizadora en la perspectiva del esfuerzo por renovar «el corazón». El tercer momento el mensaje profético presentado en este Domingo es una llamada a la «verdad» de la persona. El Domingo pasado dominaba, sobre todo, la perspectiva del amor a los enemigos y el perdón; este Domingo es la necesidad de que las obras tengan su raíz en el «tesoro de bondad» que el hombre bueno guarda en su corazón.

Lecturas:

  • Eclesiástico 27, 5-8: «No alabes a nadie antes de que razone»
  • Salmo 92(91): «Es bueno dar gracias al Señor»
  • 1Corintios 15, 54-58: «Nos da la victoria por Nuestro Señor Jesucristo»
  • San Lucas 6, 39-45: «De la abundancia del corazón habla la boca»

El verdadero guía

El Evangelio nos da una señal inequívoca para que podamos discernir cuando el guía no es ciego sino que tiene bien abiertos los ojos: los frutos que el guía, el líder, produce y hace producir en quienes lo siguen. Los guías que producen paz, justicia, tolerancia, entendimiento entre los hombres; los que confían en el diálogo para resolver las lógicas diferencias que pueden haber entre quienes piensan de modo distinto acerca de lo mejor para los hombres, los que consideran a los que disienten no como enemigos a exterminar por todos los medios, los que son capaces de renunciar a su liderazgo con absoluta sencillez entendiendo que es de verdad y no sólo de palabra, el hecho de que liderar o guiar es un servicio y no un patrimonio personal e intransferible.

Hay un Guía impecable a quienes los cristianos miramos o debemos mirar diariamente y a quien no estaría mal que lo hicieran incluso los que no creen en El. Es un Guía cuyos frutos son incontestables: generosidad, desprendimiento, pobreza personal, sencillez, compasión, tolerancia, amor hacia aquellos a quienes quiere guiar, un amor que lo lleva a entregar, sin un gesto de protesta, la propia vida. Es un Guía exigente, difícil de seguir, pero es un Guía absolutamente seguro, con El jamás caeremos en el hoyo, en el hoyo del egoísmo, de la indiferencia, del desprecio a los otros, del olvido de Dios que se traduce, inevitablemente, en el olvido del hombre, con el peligro que esa actitud comporta y del que tenemos abundante experiencia. Nuestro guía es buen punto de referencia para calificar y catalogar a los numerosos guías que, generosamente, se nos ofrecen para llevarnos directamente a la felicidad.

Corregirnos para corregir

Como cristianos somos invitados a una evaluación sincera de las propias limitaciones en orden a un desarrollo serio de las propias capacidades. Sólo si logro superar mis fallos personales podré alcanzar una visión suficientemente aguda como para ayudar a mis semejantes. Las palabras de Jesús no imponen al discípulo la prohibición de formarse un juicio moral sobre la conducta del ser humano; lo que condenan es todo intento de corregir a los demás sin antes haberse aplicado a sí mismo la corrección. En vez de fijarse en los defectos de los demás, el discípulo es aquél que aprende a fijarse en sus propios defectos y aprende a ser fructífero. ¡Qué distinto es ese comportamiento del que ve en los demás un objetivo a cazar!. Resulta realmente penosa la persona pendiente de cazar al otro. Penosa porque jamás han sido discípulos! ¿Será ésta una de las razones de lo frustrante que es nuestra sociedad?.

Lucas configura una línea importante del comportamiento cristiano. Actitud positiva y creativa en vez de puntillismo y cicatería.

Tres lecciones:

Los discípulos reciben por tanto una misma alerta con tres ejemplos: no ejercer de maestros espirituales de nadie sin serlo verdaderamente; no pedir a otros lo que uno mismo no se exige; no aparentar lo que no se es. El contexto nos aporta que solo quien vive de la palabra de Jesús, construyéndose a sí mismo desde ella, está en condiciones de ayudar a los demás en su itinerario espiritual. ¡Fidelidad y autenticidad!

Podemos destacar tres enseñanzas del texto evangélico:

Primera, uno no debe creerse demasiado sabio ni pretender dirigir a los demás, sino que tiene que conocer cuáles son sus propias posibilidades y la necesidad que todos tenemos de aprender y buscar luz. El discípulo siempre debe estar en estado de aprendizaje, intentando llegar a ser como su maestro, Jesús.

Segunda, no pretender corregir a los demás sin haber mirado antes si nosotros tenemos algo por corregir. El texto es desmesuradamente hiperbólico (¡una viga en el ojo!), pero es que también es muy absurda la pretensión de arreglar la vida de los demás cuando uno tiene tantas cosas por arreglar en la suya. La exageración de la imagen muestra que Jesús debía tener especial interés en prevenir a sus discípulos ante esta manera de actuar, y que debía pensar que era muy fácil caer en ella. -Pedimos al Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya haciendo «bueno del todo», como es el corazón de Dios. «Entonces verás claro»: entonces  podrás ver con amor la   o la viga, la verdad de tu hermano.

Tercera, una enseñanza sobre la manera de actuar y las actitudes de fondo, que se puede leer desde dos posiciones. - - En primer lugar, que son los hechos, el modo de hablar y de actuar, los frutos, lo que muestra quién es y cómo es cada persona. Es lo que resume la famosa frase emblemática de Mt 7,20 que Lucas no recoge: «Por sus frutos los conocerán».

- Y en segundo lugar, lo importante es saber qué llevamos dentro,   y qué actitudes de fondo nos mueven a actuar. Porque si lo que llevamos dentro es «tesoro de bondad», lo que aflorará serán frutos de bondad, mientras que si llevamos «tesoro de maldad», los frutos serán de maldad. Nuevamente, pues, nos hallamos con este elemento clave de la manera como Jesús entiende la actuación de sus seguidores y la suya propia, y que impregnaba el evangelio del Domingo pasado: hay un «modo de ser», una manera de entender la vida y las relaciones con los demás, que es la del Reino, y otra que es contraria. (No estaría de más recordar que la palabra griega «metanoia», que traducimos por «conversión», quiere decir precisamente, «cambio de manera de pensar y de ver las cosas»).

¿A QUÉ NOS COMPROMETE la PALABRA?

Ser coherentes

Las reflexiones de Lucas, unidas, si se quiere, a las del Sirácida (Eclesiástico)  , pueden iluminar a las Comunidades Cristianas de hoy. La Iglesia debe su existencia al don gratuito de Dios; está, pues, sometida a una regla primordial: vivir con respecto a todos de una manera que esté realmente inspirada por el don, por la gratuidad, por la misericordia.

El final del texto evangélico nos exhorta a que nuestra relación con Jesús, nuestro verdadero tesoro como discípulos suyos que somos, se traduzca en una vida coherente con su ejemplo. Si hay quienes encarecen, conscientemente o no, una conducta que no esté en la línea de esta misericordia, no pueden ser oídos. Están en contradicción consigo mismos. No hay nada que esperar de personas que no han asimilado el mensaje evangélico y que no saben decir, por ello, sino pensamientos que le son contrarios. De unos discípulos que no estén verdaderamente penetrados del auténtico espíritu evangélico, que es el de la gracia, no hay que esperar ningún fruto, ninguna sugerencia capaz de mejorar la vida de la Comunidad haciéndola progresar en la práctica del Evangelio. Porque el hombre actúa en función de lo que en realidad es; aunque utilice algún truco disimulador, sus actos y sus palabras son el reflejo exacto de lo que es en lo más profundo de sí mismo. El que no tiene el espíritu del Evangelio no puede decir palabras evangélicas.

«En nuestra época, en la que se habla tanto para no decir nada, asombra esta vieja sabiduría, que dice que hablemos sólo cuando el corazón esté lleno. Se trata aquí del contraste entre el interior del ser humano y sus expresiones. Este pasaje trata de las palabras, pero puede aplicarse también a las acciones humanas» (F. Bovon).

Relación con la Eucaristía

La Eucaristía con-forma nuestra vida a la de Cristo. Cuando comulgamos, «nos transformamos en Aquél a quien recibimos» (San Agustín). Por eso, la Celebración Eucarística es fuente siempre abierta para la renovación del corazón del cristiano.

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