Invasión a Ucrania

Por Jean Nicolás Mejía H |
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* Jean Nicolás Mejía H.
 

El mundo se ha paralizado esta semana con la invasión del ejército ruso en Ucrania.  Luego de varios intentos fallidos de desescalamiento diplomático, el presidente de Rusia anunció que “se ve en la obligación” de iniciar una escalada militar “pacifista”, con el fin de defender sus intereses en la región.

Y a pesar de las constantes condenas de líderes y figuras internacionales, de las múltiples sanciones en el plano comercial, económico, turístico y financiero, y de las incontables vidas civiles y militares que se pierden, y las miles de personas desplazadas de sus hogares, es un conflicto que pudo evitarse desde hace muchos años.

La guerra civil en el este de Ucrania ya tiene 8 años en curso, en donde el gobierno ucraniano y las fuerzas separatistas prorrusas, autoproclamadas como Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk ( apoyadas y reconocidas ahora por Rusia) llevan enfrentándose desde entonces. Ambos bandos han tenido apoyos importantes: los separatistas apoyados y armados por Rusia y el gobierno de Ucrania apoyado por occidente, siendo el discurso antiruso del gobierno de Ucrania y su intención de unirse a la OTAN (y consolidar su cercanía con los países del atlántico norte) la piedra angular de la desconfianza rusa y su decisión de invadir el territorio.

Invasión a Ucrania

Desde entonces diversos mecanismos diplomáticos y de cooperación han tratado de encontrar una solución pactada a este conflicto sin mucho éxito (esfuerzos liderados por Francia y Alemania). El gobierno ruso ya anticipa el escenario actual, y empezó con una política exterior de presión no solo a Ucrania sino a todo el sistema internacional en general, o para resolver sus intereses por la vía diplomática, o por la vía armada.

Eso explica el porqué la OTAN no concedió el beneplácito a Ucrania durante todo este tiempo (desde el 2008 la cúpula de inteligencia de EEUU ya advertía que Rusia vería con desconfianza la inclusión de Ucrania a la OTAN), el porqué Putín decidió lanzar una gran operación militar en Ucrania (que tiene como objetivo el derrocamiento del gobierno actual y  la instauración de un gobierno de transición pro ruso y no solo la liberación de los pueblos autodeterminados, como él proclama) y el porqué, luego de tres días de guerra en territorio de Europa del este, todos los actores internacionales han manifestado que no intervendrán directamente, dejando a los ucranianos civiles a su propia suerte y a la cúpula de gobierno a la merced de Rusia.

Sin embargo, más allá de la falta de determinación  del sistema internacional de usar todos sus medios para encontrar una solución inmediata al conflicto y que no llegase hasta este punto de inflexión (y lo que dibuja el evidente fracaso del sistema en materia de resolución de conflictos) la invasión rusa a Ucrania plantea un precedente complejo en un sistema internacional ya de por sí inestable: de facto, aquel país que tiene intereses en un territorio puede hacer uso del monopolio de la fuerza armada y transgredir los acuerdos internacionales para conquistar esos intereses.

Esta es una situación que se plantea en otros territorios: la autodeterminación de Taiwán y la presión del gobierno chino, o la disputa entre India y Pakistán por el territorio de Cachemira. También entran en la ecuación las corrientes independentistas que han surgido en los últimos 20 años y que se han consolidado como en Sudán del Sur, Kosovo y Montenegro, y las corrientes idealistas como los catalanes, los vascos, bávaros o los irlandeses del norte, que ejercen algún tipo de presión en sus países para buscar autonomía.

Por un lado, el actuar de Rusia muestra la falacia de la estructura del sistema de Naciones Unidas y su carta magna, e incentiva a las potencias a consolidar sus pretensiones territoriales de una vez y por todas ( mientras el mundo miraba con atención lo que pasaba en Rusia, China por primera vez en mucho tiempo violó la soberanía del espacio aéreo taiwanés con aviones militares), y por el otro, que las corrientes independentistas están a auge, tal vez por el inconformismo de la organización del sistema internacional actual, o tal vez porque aquellos preceptos y mandatos establecidos en el siglo XX empiezan a ser obsoletos en el mundo contemporáneo.

La sociedad internacional está en crisis y urge una reestructuración de las dinámicas en cooperación y diplomacia internacional, una reforma total del sistema de Naciones Unidas en su carta fundacional, en la estructura de sus órganos deliberantes y de la injerencia que tienen ciertos países en la toma de decisiones de gran envergadura internacional.

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