La Feria ,Salsodromo y lluvia

Por Redaccion |
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La descarga se venía venir. No en vano la décima versión del Salsódromo caleño se abrió con una descarga de tambores. Fue una batucada de 100 tambores, 40 panderetas y 20 campanas con los que el grupo Ainja de Bogotá, bajo la dirección de Álvaro Cortés, hizo estremecer el cielo.

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Sonaba la música por todos los rincones

Quizá el mismísimo Jairo Varela desde las alturas estaba viendo los pormenores de la versión número 60 de la Feria de Cali y se hizo presente con ese Cielo de Tambores que lo inmortalizó en la tierra.

Pero esa lluvia que se tornó pertinaz, luego fuerte y después pareja, no ahuyentó a los espectadores ni desmotivó a los bailarines. Por el contrario, ya empapados y entrados en gastos, unos y otros se dieron a la tarea de gozarse la Feria escurriendo hasta el último aliento.

Las fuerzas del orden de la ciudad: Policía, Tránsito y Ejército, dieron el primer paso encabezando el desfile. De allí en adelante fueron miles y miles los pasos, cabriolas, volteretas, cargadas, recibidas y paradas de las coreografías preparadas por las 30 escuelas participantes.

Sonaba la música por todos los rincones. Las 43 graderías dispuestas a lado y lado de los 1.5 kilómetros de recorrido estaban atestadas de público que no paraba de aplaudir y alentar a los artistas, que a pesar de estar empapados, no se arrugaban con las inclemencias de la lluvia. 

Escuelas como Agosá, Latin mambo, Cali descarga, Bembelequa, Swing latino, Combinación rumbera, Constelación latina, Estilo y sabor, Tango vivo Salsa viva, entre otras, bailaban como si el sol calentara cuando en realidad lo que escurrían era una combinación de agua y sudor que daba un brillo reluciente a sus cuerpos.

Los Gestores ciudadanos de la Alcaldía de Cali y la comparsa del periódico ADN fueron los únicos que no tuvieron inconveniente con el temporal, pues por esas cosas del destino su coreografía era con paraguas e irónicamente bailaban al ritmo de canciones como Los Charcos, de Fruko y sus tesos y Gotas de lluvia, del Gran Combo de Puerto Rico.

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A medida que avanzaba el recorrido disminuían las prendas

Otro boricua, Andy Montañez, improvisó una capa con un plástico rojo, pero no se bajó de la carroza. Al igual que todos, aguantó el chaparrón sonriente, con su pasito tumbao y al son de las maracas demostró que es un ‘Pillo buena gente’.

A medida que avanzaba el recorrido disminuían las prendas. El agua tumbó moñas, pestañas, rubor, maybelline y escarcha. Después se ensañó con las capas, pegó al cuerpo las camisas y despegó zapatos, al punto que muchos bailarines continuaron tirando paso descalzos o en medias, pero de que llegaban… llegaban.

Las presentaciones ante el público agolpado en las graderías duraban 3 minutos. Pero parecían eternos. El esfuerzo era doble, pues debían agarrar duro la pareja para que no se les resbalara, sin perder el ritmo. Una vez sonaba el último acorde, todos se agachaban, tomaban aire en cuclillas, se chupaban la bolsita de agua y acezaban a más no poder.

Pero sonaba un nuevo tema y todo eso quedaba en el olvido. Al oír la música se recargaban y bailaban con tanta gana y energía, que daba la sensación de que esa era su primera pista. Ahí Cali y el mundo se dieron cuenta que los bailarines de salsa de la capital mundial del ritmo que identifica a la Sultana del Valle, llevan en sus venas algo más que un título.

Escuelas de salsa de niños entre los 5 y los 14 años descarrilaron la alegría con su trencito del sabor, del que descendían 45 parejas para mostrar el talento heredado de sus padres. Kike, de 8 años, tiene el privilegio de bailar al lado de su madre, de su padre, cuatro tías y cuatro primos matriculados en tres escuelas diferentes.

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Pero la terquedad del público y de los bailarines no los dejaba moverse del lugar

Asegura que en unos añitos les va a ganar a todos. ¿Sabe por qué? Dice con tono picarón: “porque yo veo los pasos que ellos ensayan en sus escuelas y los copio. Y cuando ellos salen a ‘chicanear’ en los repiques… yo ya me los sé”.

La noche se hacía cada vez más negra. La lluvia no daba tregua. Pero la terquedad del público y de los bailarines no los dejaba moverse del lugar. Los organismos de seguridad de la Alcaldía de Cali sufrían porque querían garantizar la seguridad de los participantes y el agua no era un buen aliado. Temían accidentes, resfríos y estornudos.

En el suelo se veían zapatos deformados y medias empapadas, sin dueño. Los organizadores rezaban para que el evento se acabara. Y lo lograron. Solo que se acabó cuando la última escuela pasó por la última gradería, como diciéndole a los caleños: “Hasta las últimas papá… vinimos fue a sacarles el jugo”.

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