El cielo de Cozumel

Por Isabel Ortega |
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  Iwerrgsabel Ortega Ruiz 

 Estudió derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Mediación y Resolución de conflictos en la Universidad de Barcelona, profesional del sector asegurador por 2 años, especializada en propiedad industrial, área donde ha trabajado por 4 años.


El título de este artículo es como se le conoce también a Cozumel, una de las islas más grandes de México, debido a sus playas, “el cielo” y el “cielito” que son famosas por su arena blanca impregnada de estos invertebrados tan simpáticos e instagrameables llamados estrellas de mar.  Cuando vi las fotos por primera vez pensé, ¿Será que las colocan ahí tan bien puestas cada noche los locales para que al día siguiente las vean los turistas? Esto es solo una broma, pero me cuesta entender que dichos animales no se larguen de esas playas para disfrutar de una vida más tranquila lejos de los humanos. Aunque, por otro lado, allí hay menos amenazas que en otros lugares. Fuere cual fuere la razón, ese era mi próximo destino, quería hacer buceo en el arrecife Mesoamericano, el segundo más extenso después de la Gran Barrera de Coral australiana, que rodea la isla.

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Por esa misma razón reservé en un hostal, por la pasión del dueño en el buceo. Me lo recomendaron unas viajeras, y sentí que era el lugar, y se llamaba “Mi refugio”.  Lo que no me esperaba era el mal tiempo que nos encontraríamos y que por causas físicas no podríamos hacer buceo. Novatas de nosotras reservamos la actividad para el sábado por la tarde, sin saber que no se puede realizar si en menos de 24 vas a tomar un avión, que es lo que pretendía hacer Karla el domingo en la tarde.  Para quien esté leyendo este artículo, no se puede porque durante el buceo se te quedan microburbujas en el cuerpo, que salen lentamente durante las horas posteriores al salir del agua, y si te metes en un avión antes de que desaparezcan pueden hincharse como lo hacen las bolsas de patatas fritas y causarte serios daños. Por lo tanto, tuvimos que cambiar el plan e improvisar.  Cosa que pasa muy frecuentemente en la vida, y hay que estar preparado para aceptar los cambios y trabajar en una mente flexible, que nos permita aceptarlos. Es ahí cuando empezaron nuestra negociaciones con los proveedores de alquiler de coches,  para conseguir un precio razonable por un día, 24 horas. Son gente tozuda, acostumbrada a negociar, nosotras no y parecía imposible que nos fueran a bajar el precio de 70 Euros (4 millones de pesos colombianos aprox.). Al final, la suerte se puso de nuestro lado y en el último lugar, en el último momento, lo conseguimos. Con un coche en nuestra posesión pudimos empezar nuestra ruta por la costa de la isla.

Nos pasó de todo, los peces nos mordieron, las olas nos arrojaron a las piedras, nos adentramos en territorio de cocodrilos y acabamos cerrando nosotras un bar de playa.

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Desde San Miguel recorrimos la costa parándonos en playas tan conocidas como Playa Palancar y en otras con un aire más local, donde pescadores y turistas convergen en la arena, como la playa de Angelo. Cuidado en esa zona con los peces, han aprendido a molestar a los bañistas que se quedan parados en la orilla, mordiéndoles para comerse las pieles muertas. Menudo susto nos llevamos cuando esos peces nos dieron en el culo porque estábamos sentadas, salimos de un salto del mar.

Siguiendo la única carretera de la playa, acabamos en la otra parte de la isla, donde las playas están abiertas al mar Caribe, y el oleaje es mucho más intenso. Allí pudimos contemplar el atardecer con una michelada bien fría desde el Bar Rasta, donde meditamos durante unos minutos sobre nuestra fortuna. Lo dueños y camareros se fueron y nos encargaron el cierre de la puerta principal, una valla que poco podía hacer contra un ladrón, pero si contra animales.  Un ambiente muy isleño, que lejos queda de la idea estereotipada del caribe mexicano. Después de cerrar nos fuimos hacía unas playas que se adentraban en la reserva natural Punta Sur Eco Beach Park pero por suerte un vigilante del parque nos interceptó antes que un cocodrilo y nos avisó que no se podía acceder a aquella zona en el atardecer porque los cocodrilos y caimanes salían de los manglares hacía la costa. Otro susto ese día. Aunque para mí el más escalofriante fue durante la vuelta esa tarde hacía la ciudad, donde tuvimos que parar el coche en un punto de la carretera porque cientos de pájaros estaban posados sobre la vía, mirándonos inmóviles como nos acercábamos. Parecía una película de Hitchcock, aunque por suerte no lo fue, y llegamos sanas y salvas a San Miguel.

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La ciudad estaba muy calmada, era noviembre, fuera de temporada y la gente se estaba esperando a la Navidad por lo que todo cerró a las 23 horas. Aprovechamos para dormir e ir por la mañana a las playas de San Martín y Chen Rio, dos maravillas que si vas a Cozumel no puedes perderte. Son salvajes, largas, de arena blanca, con carácter. Llegamos cuando el sol apenas llegaba a calentar por lo que paseamos por la arena hasta que pudimos meternos al agua. Fue un lujo sin precio disfrutar de esas playas solas, ahí recordé el refrán “quien madruga, dios le ayuda”.

Nos volvimos hacía la península con una grata imagen de Cozumel y sabiendo que esa isla tiene más que ofrecer de lo que parece.  Aunque muchos crean que es un destino al que ir solamente para bucear y tomar un mojito en la playa, según mi experiencia, esa idea carece totalmente de fundamentos si te paras e investigas todo lo que tiene para hacer y ofrecerte un espacio tan relativamente pequeño. 

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