Evangelio domingo 1 de mayo 2022

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.
 

VIDA NUEVA

«Es el Señor»

Estamos ya en el tercer Domingo de Pascua. La resurrección de Jesús sigue siendo la Buena Noticia por excelencia. Es la que anuncia Pedro en su discurso a la gente («nosotros somos testigos de esto»), la que invoca Juan en el Apocalipsis cuando presenta a Cristo Jesús en su función de mediador entre Dios y los hombres ante el trono de Dios («Dios lo resucitó y le dio gloria»), y el centro de la conversación y de la experiencia de los discípulos en el lago en su encuentro con el Señor («¡es el Señor!»).

Lecturas:

  • Hechos de los Apóstoles. 5, 27b-32,40b-41: «Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo».
  • Salmo. 30 (29): «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado»
  • Apocalipsis. 5,11-14: «Digno es el cordero degollado de recibir el poder y la alabanza»
  • Evangelio Según San Juan. 21, 1-19 «Dichos los que crean sin haber visto»

«Juntos para la Misión»

Los apóstoles se reúnen para trabajar juntos y, con Jesús comparten el pan, el pescado y la palabra, como en una Eucaristía junto al lago. Están «Juntos para la Misión». Una vez más Cristo resucitado se reúne con los Apóstoles, para enseñarles -e igualmente a nosotros- algo importante para su cristianismo. La enseñanza se da sobre todo a través del diálogo entre Jesús y Pedro. (Recordemos que Pedro había negado a Cristo la noche de la pasión): «Pedro, ¿me amas?... Sí, tú sabes que te amo... Entonces (sígueme) y apacienta mis ovejas».

¿Qué aprendemos de este diálogo?

Aprendemos que sobre todo Jesús está preocupado por nuestro amor y amistad, no tanto por nuestras faltas y fracasos. Aprendemos que ser cristiano es seguir a Jesús, tratar de imitarlo por amor. El cristianismo es Jesús que nos pregunta cada día si lo amamos, y es seguirlo de acuerdo con eso. Y también aprendemos que la mejor prueba y la mejor manera de seguir a Jesús es «atendiendo sus ovejas». Es decir, trabajar con Jesús en la Iglesia por la salvación de los demás, como «buenos obreros del Evangelio».

No podemos dejar de traer a la memoria - para reflexionarlas y llevarlas a la vida- las palabras que el Papa Francisco, en la homilía de la «Misa Crismal», dirigió a los Sacerdotes, cuando los invitó a la renovación de los compromisos sacerdotales:

«... Esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note... Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús»

(Papa Francisco, Homilía en la Misa Crismal, Basílica de San Pedro, Jueves Santo, 28 de Marzo 2013).

¿Qué nos pide hacer la Palabra?

El ejemplo de Pedro

Pedro es el primero que toma la iniciativa y anuncia a sus hermanos su decisión de salir a pescar. Pedro va hacia el mar, que es el mundo, va hacia los hermanos, porque sabe que ha sido constituido pescador de hombres igual que Jesús, que había salido del Padre para venir a plantar su tienda en medio de nosotros. Y también Pedro es el primero en reaccionar al anuncio de Juan que reconoce a Jesús presente en la orilla: se pone el vestido y se arroja al mar. Me parecen alusiones fuertes al bautismo, como si Pedro quisiese definitivamente borrar su pasado en aquellas aguas, como hace un catecúmeno que entra en la fuente bautismal.

Pedro se entrega a estas aguas purificadoras, se deja curar: se arroja en ellas, llevando consigo sus presunciones, sus culpas, el peso de la negación, el llanto. Para salir hombre nuevo al encuentro de su Señor. Antes de arrojarse, Pedro se ciñe el vestido, así como Jesús antes que él se había ceñido para lavar los pies de los discípulos en la última cena. Es el vestido del siervo, del que se entrega a los hermanos y precisamente este vestido cubre su desnudez. Es el vestido mismo del Señor, que lo envuelve en su amor y su perdón. Gracias a este amor Pedro podrá salir del mar, podrá resurgir, comenzar de nuevo. También se ha dicho de Jesús que salió del agua después de su bautismo: el mismo verbo, la misma experiencia unen al Maestro y al discípulo.

¡Pedro es ya un hombre nuevo! Por esto podrá afirmar por tres veces que ama al Señor. Aunque permanezca abierta en él la herida de su triple negación, ésta no es la última palabra: sino que es precisamente aquí donde Pedro conoce el perdón del Señor y conoce su debilidad, que se le descubre como el lugar de un amor más grande. Pedro recibe amor, un amor que va bien más allá de su traición, de su caída: un amor que lo hace capaz de servir a los hermanos, de llevarlos a pastar a las praderas jugosas del Señor.

Pedro se convertirá además de otras cosas en el Pastor bueno, como el mismo Jesús: también, en efecto, dará la vida por el rebaño, extenderá las manos a la crucifixión, como afirman las fuentes históricas. Crucificado con la cabeza hacia abajo, Pedro estará totalmente en esta posición, pero en el misterio de amor él se enderezará verdaderamente y llevará a cumplimiento aquel bautismo iniciado en el momento en el que se había arrojado al mar con el vestido. Se convierte entonces en un cordero que sigue al Pastor hasta la muerte.

Relación con la Eucaristía

Quizá en algunas iglesias empieza ya a notarse la presencia de los niños que comulgan por vez primera. El enlace de este hecho con la celebración pascual debería subrayarse; y puede ser una manera de recordar a todos que los cristianos celebramos la Pascua sobre todo comulgando con el Señor muerto y resucitado. A partir de ahí, cabe recordar el sentido del precepto de la comunión pascual

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Ponemos la esencia del cristianismo en el amor a Cristo y a los demás, o sólo en prácticas y deberes?

2. ¿Qué hago yo para atender las ovejas del Señor?

3. ¿Estoy dispuesto, yo también, a hacer este recorrido de conversión?

4. ¿Me dejo despertar por esta invitación de Jesús? ¿O prefiero seguir escondido, detrás de mis puertas cerradas por el miedo, como estaban los discípulos en el cenáculo?

5. ¿Quiero decidirme a salir, a ir en pos de Jesús, a dejarme enviar por Él?

6. Hay una barca siempre para mí, hay una vocación de amor que el Señor me ha dado.

7. ¿Cuándo me decidiré a responder de verdad?

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