Ojo con el cambio

Por Moisés Banguer… |
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*Moises Banguera Pinillo


Hace más de 2 años, en medio de la pandemia, muchos y muchísimos asustados por ver la muerte, la intubación por el Covid 19 o la pérdida de un familiar, valoramos inmensamente el poder de la familia, el amigo, el prójimo, el vecino. La solidaridad afloró como principio y la supremacía por acumular riquezas o de privilegiar el dinero descendieron en las prioridades de la sociedad.

Nos sentimos atrapados, presos en nuestra propia residencia, limitado en la oferta alimentaria, en el goce y el disfrute de los bienes o la propiedad de cada uno.

La falta de locomoción, el ocultamiento de la sonrisa, la expresión física del lenguaje o el desmantelamiento de las estructuras económicas, como cimiento de un mejoramiento social nos hicieron pensar que había llegado el fin del mundo, y ahí con el miedo entre las piernas nos comportamos o aparentamos ser buenos seres humanos.

Los hechos Nos llevaron a sacar lo mejor de nosotros, naturalmente, es decir por acción de fuerza mayor, estábamos perdiendo la libertad en toda su expresión: libertad de movimiento, libertad de empresa, libertad de opinión, libertad de asociación; también veíamos la destrucción de varios derechos entre ellos:  a reunión, asociación, a la propiedad, a la felicidad, a la recreación etc.

Basado en el contexto expresado, no queda duda alguna, que la humanidad y especialmente Colombia, entendió y no podemos melear esta verdad de apuño, con el objeto de defender una postura política, que la libertad y la democracia son pilares, horcones fundamentales de permanencia en la sociedad, para que esta y sus individuos puedan tener esperanza de lograr la felicidad, entendida como la satisfacción de sus derechos y cumplimiento de sus deberes.

Da a lugar traer a contexto dos párrafos de Victor Alarcòn Holguìn en su ensayo “libertad y democracia”

“En este orden de ideas, la libertad se convierte en el principio sustantivo de la convivencia, mientras que la democracia es un factor adjetivo en el desarrollo de la misma. La libertad debe ser ejercida a efecto de explotar plenamente todas las capacidades humanas, por lo que cualquier intento por manipular sus contenidos deviene en su negación. Sin embargo, en reiteradas ocasiones se ha constatado que la supresión de la libertad, en aras de una idea generalizante de la democracia, tal como ha acontecido en las experiencias comunistas o fascistas, termina por cancelar no sólo a la primera, sino también a la segunda”.

“De esta manera, la libertad y la democracia se vuelven piedras de toque para facilitar la transformación y extensión del hombre en ciudadano; esto es, para colocar al género humano no sólo como el centro de su propia reflexión -gran mérito del Renacimiento italiano con Nicolás Maquiavelo y Pico della Mirandola-, sino también ahora para transitar a un entendimiento de las acciones humanas mediante la proposición de principios rectores que hicieran pensable un conocimiento esencial y fidedigno de los comportamientos y motivaciones de los actos políticos que son llevados a cabo por los propios seres humanos”.

En Americe Latina se ha venido construyendo una narrativa de deslegitimar los órganos de poder de la sociedad, como son: el poder político, el poder financiero y el poder social.  Se ha dicho y no es menos cierto que el poder político no ha estado a la altura de las necesidades de la sociedad, que se ha corrompido y que está más al servicio de los poderosos y de sus propios intereses; que el poder financiero solo representa sus intereses de acumular riquezas y la sociedad, subyugada por el clientelismo y la extorsión legal basada en subsidios, está al servicio de los políticos y se ve sometida a incrementar las riquezas del poder financiero y a pagar impuestos para mantener los privilegios de los políticos.

Ojo con el cambio

Culpan sin resquemor alguno, que los sistemas de gobierno implementados en esta parte del continente americano son los causantes de los males de la sociedad latina.

Conclusiones estas, que llevaron a países como Venezuela y Argentina a experimentar cambios en los poderes políticos y financieros.

En Venezuela agobiados por la crisis de la implementación de las exigencias del fondo monetario internacional y la corrupción de la alternancia del poder de los partidos tradicionales, asimilaron cantos de sirena y palabras bonitas del comandante joven Chavez, prometiendo un cambio. El cambio llegó y está, muchos perdieron las libertades, los derechos y lo peor para un ser humano, perder su nación, su patria y su pedacito de tierra. La corrupción creció geométricamente y no quedó ni libertad ni democracia, pilares de una sociedad.

En Colombia, parte de la sociedad ciegamente y a veces con fanatismo, se olvida de una frase muy bonita. “yo soy quien tengo que sacrificarme para hacer bien a mi familia, la sociedad y a mi nación” y sosteniblemente se va creando la narrativa, que todo va mal, que nada funciona y que el cambio es la única opción, sin saber si el velero va rumbo a Dinamarca o a Cajamarca, sin saber que el cambio para bien necesita re ingeniería de todos los factores de poder y de la sociedad en su conjunto.

Colombia, como nación y como país no va bien, pero tampoco va para el carajo, va progresando, claro que muy lento, es posible que la aceleración del crecimiento pueda ser de manera geométrica, para que la locomotora, que lleva el vagón de la clase media, adicione más vagones y excluya del vagón de la pobreza a muchísimos colombianos, que estén dispuesto por méritos propios y no por subsidios a vivir mejor y no sabrosamente, que es sinónimo de vagancia.

Ojo con la palabra CAMBIO. Muchos quisieron cambiar y se fueron a narco traficar y encontraron el cambio de la libertad por la privación de ella o peor aún, el cambio fue la vida por la muerte. Muchos creyeron que la violencia y el sicariato era la mejor manera de encontrar el cambio, claro que lo encontraron, dolor para sus familias y el infierno para ellos. Muchos venezolanos votaron por el cambio, claro que lo encontraron, cambiaron el metro de Caracas, por el metro a pie de las grandes autopistas de los países vecinos.

Todos queremos el cambio, como, por ejemplo: que la corrupción disminuya, pero miente quien diga que va a acabar con la corrupción; que la pobreza y la pobreza extrema disminuyan, pero miente quien diga que va a acabar con los pobres; que el clientelismo disminuya, pero miente quien diga que lo va a exterminar; que la dependencia de los hidrocarburos disminuya por ser no renovables y que afectan al medio ambiente, pero miente quien diga que va a terminar su extracción o peor aún, que diga que va a acabar la pobreza parando la mayor riqueza; que el desempleo disminuya, pero miente quien diga que habrá pleno empleo, sin empresarios y sin libertades.

Todas estas premisas mejoraran, solo y solo sí hay un compromiso de transformación empezando por la familia, la sociedad y el estado. Por eso el jefe de estado que elijamos pronto debe ser un líder, más no un Mesía; un demócrata, más no un autoritario; un trabajador, mas no un vividor del estado; un componedor, más no un vengativo o rencoroso; un auténtico, más no un aparentador.

Colombia debe construir sobre lo construido, andar sobre lo predecible y desarrollarse sobre la base de sus potencialidades. No podemos dar un salto al vacío, porque nos puede ir peor, como le fue a nuestra atleta querida.

Nadie puede creer que está tan mal, que no puede estar peor.

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