Ferias de Cali paralelas

Por Redaccion. |

Primera Feria de Cali 1929

La recién pasada feria de Cali deja un sabor desesperado. Pareciera que la gente entendió la urgencia de lo público solo cuando le suprimieron la gran parranda. Extraño, a pesar de que uno no esperaría mucho, que haya sido necesario semejante pequeñez para que el público se ofendiera por la maña individualista de los servidores elegidos por el mismo para su servicio.

Sobra decir que no fue en el marco de la feria la primera vez que el contenido democrático de los postulados de la administración pública de la ciudad se vio contaminado con irracionalidades construidas desde la naturaleza filistea, que buscan perdurar un sistema de beneficios encausados hacia una determinada línea dinástica, la cual solo se puede penetrar si se entra en las maneras de su deshonestidad.

Aprender el juego de la privatización necesita de un cerebro flexible. Lo digo por la incoherencia entre el discurso inicial de la administración saliente y su comportamiento frente a los asuntos públicos en la feria de Cali. Las redes sociales dejaron ver que se había desenmascarado alguna guaca flatulenta. Las acusaciones iban del siguiente orden: “Peló el cobre”, “su papá estaría avergonzado” bla, bla bla… el asunto puntual es que la decisión de privatizar ciertos eventos, los más tradicionales, alejó a un gran sector de la población del evento.

No asistieron por indignación o simplemente porque el índice de desempleo ha bajado (¿Sí?). Sin contar a los que se lograron colar y a los que pagaron, muchos asiduos al aquelarre decembrino no pudieron darse sus vacaciones de 5 días como se merecían, ya que las habían pagado a lo largo del año, y a las que estaban acostumbrados. El cual vendría siendo el segundo problema: ¿a qué estamos acostumbrados en cuestiones de consumos culturales?

O mejor, ¿una exhibición centáurica alcoholizada, testimonios de lo dotados que nacimos pal baile de la salsa (que no para hacerla), y carros viejos que no son tan raros pero que distraen? ¿Eso es todo? Otros géneros musicales, que cuentan con miles de adeptos en la ciudad, esperan por algún tipo de participación. Eventos deportivos extraoficiales, con la debida publicidad. Los geeks tampoco tienen su espacio. No hay nada parecido a un Campus Party, ni en diciembre ni en ninguno de los otros 11 meses. Doy por sentado que la feria se diversificará e incluirá en su agenda a los maltrechos ciudadanos que, aún pagando impuestos y aportando a la economía del municipio, deben financiar una serie de espectáculos que no les interesan, que incluso, les pueden llegar a incomodar. Debería financiarse ferias paralelas que den servicio a los que ven salvajismo y estética pueblerina, donde otros ven arte y glamour criollo.

Como se ve nada de experimentación, la falencia letal de la personalidad vallecaucana. Amamos las costumbres y nuestras costumbres, tal vez, ya se conviertan en barbarismos ante nuestra propia mirada. Las corridas tuvieron en la inasistencia un abucheo silencioso. Se da por sentado que nos civilicemos en por lo menos una década y la tauromaquia se convierta en motivo de asombro para nuestros descendientes: “¿En serio le hacían eso a los toros?”.

Ni siquiera es un barbarismo propio. Lo copiamos tal cual, la cual es, hay que decirlo, una de nuestras más enquistadas maneras: la copia. Por lo cual no podemos esperar nada más que un comportamiento similar de nuestros dirigentes, como fotocopia en sepia de lo que somos todos. Una vez se cobró en Río de Janeiro, una vez a los paisas les costó tener un buen sitio para el desfile de silleteros, lo mismo en Barranquilla, a nuestro alcalde no se le pudo ocurrir más que hacer lo mismo. Ni siquiera se le ocurrió su pilatuna final. La copió.

De seguir así, la feria será al cadáver de una costumbre que pasó de moda, y cuya muerte nadie pudo presenciar porque nunca se llegaron a inventar los billetes de 62 mil.

Búsqueda personalizada

Caliescribe edición especial