Fútbol, irracionalidad y ciudadanía

Por Visitante |

La ubicación céntrica del estadio hace particularmente sensible a la cuidad con respecto a estos delincuentes, y con esto me refiero a los hampones y demás raponeros que se benefician del estatus sindicalizado de estos grupos aunados en barras. La posición del gobierno debe ser absoluta e inmediata. El derecho a la vida y a la seguridad de los transeúntes regulares debe estar muy por encima del derecho a la recreación de cualquier individuo. Dado que la cuidad aún no dispone de los recursos necesarios para plagar las calles aledañas de policías nos veremos abocados a trazar caminos legislativos alternos.  Así, el equipo que alberge tales fanáticos será instado por medio de decretos a suspender la venta de las entradas a las tribunas populares, y si aquello llegase a ser investigado por creerse elitista y demostrada tal tesis ante un tribunal del pueblo se entenderá que dicha disposición no abarcaría sólo a las boletas menos cotosas sino que equivaldría al cierre total de estadio por un periodo equivalente a un torneo doméstico.

No hay que tiene miedo de enfrentar tribus urbanas agresivas. Se supone que las fuerzas de coerción estatales se encargan de tener a estas amenazas bajo control. Los barrios aledaños tiene habitantes, y estos son ciudadanos, que ven alterado su modus vivendi cada miércoles, cada domingo. Empezando por los anillos de seguridad junto al estadio, el cual les impide el tránsito normal hacia sus casas, deben dar explicaciones, y muchas veces no les permite entrar con sus vehículos al lugar, por el hecho de que se cierran las calles aledañas.

Nadie debería estar expuesto a una perturbación tan dramática de su medio ambiente, mucho menos cerca de su residencia, que es donde se supone, debería sentirse más seguro que nunca.

Todo esto nos deja en claro que las autoridades deben concentrarse en saber quién tiene la prioridad, si el fútbol o la tranquilidad generalizada de un buen sector de la ciudad. La identificación de los sujetos no basta, con dejarlos afuera se gana seguridad en el estadio pero no en las zonas aledañas.

El fútbol vallecaucano está en crisis, no solo por tener solo un equipo en la A, sino por los numerosos traspiés en el funcionamiento de la urbanidad en los sitios públicos. Esta es una falla de ciudad, de todos como habitantes, que no encontramos norte definido en cuanto a nuestras maneras de convivencia. La sociedad caleña también lo está, porque esa misma desobediencia que mostraron los vándalos en el estadio, la mostramos en las filas de bus, en el trato con el vecino… La solución, por desgracia, pasa por pedagogías mucho más profundas, que deben comenzar a inculcarse por medio de un sistema educativo que se especialice en crear ambientes y mentalidades de convivencia sana y respetuosa, que haga entender a los padres, a través de una escuela de padres, cuáles son las consecuencias nocivas de ciertas costumbres en la crianza, que son comunes a todos los caleños, y que parece que no están forjando los mejores hombres.

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