Buenos funcionarios

Por Benjamin Barne… |

Por: Benjamín Barney Caldas

Hay que partir de que, en últimas, los funcionarios públicos de las ciudades son buenos en la medida en que mejoren la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos. Para lograr lo anterior precisan de un verdadero plan integral que, por supuesto, exige un mínimo conocimiento geográfico e histórico de las ciudades y sus habitantes. Y, por supuesto, deben ser idóneos en el tema de su cargo. Si son probadamente buenos deberían continuar en él, aún cuando cambien el alcalde y otros funcionarios. Especialmente los directores de las oficinas de planeación, por razones obvias. Por eso es que hay en muchas ciudades la figura de “el arquitecto de la ciudad”. Difícilmente se puede planificar el crecimiento y mejora de una ciudad si todo se cambia cada cuatro años, al vaivén de los intereses inmobiliarios del momento.

Para seleccionar buenos funcionarios no basta preguntarles, demagógicamente, cuál es la ciudad que quisieran, o que ellos hagan lo mismo con sus potenciales electores. En ambos casos se reciben respuestas tontas y, en el mejor de los casos, inmediatistas o inducidas por las noticias sin explicar, de unos medios que supuestamente son de comunicación social, pero que cada vez más se guían descaradamente por la pauta publicitaria. Habría que inquirir sobre los trabajos previos de los diferentes candidatos a funcionarios, sobre la ciudad misma o lo que pasa en ella según cada caso. En pocas palabras, se debería verificar si están calificados profesionalmente para el cargo, si cuentan con suficiente experiencia en su tema y si demuestran la experticia pertinente.
Sus planes no pueden ser para cuatro años, ni se puede improvisar antes de unas elecciones. Tienen que recoger trabajos y personas que han meditado al respecto mucho antes, para transformarlos en un propósito colectivo que dure mucho tiempo, de tal manera que sólo precisen actualizaciones y enmiendas aceptadas por la mayoría y no su cambio radical con cada nuevo alcalde, como sucede actualmente. Planes, programas y proyectos que han costado mucho, y que son pagados con los impuestos de los ciudadanos, que se descartan e incluso se desaparecen con cada nueva administración. En todas las empresas los buenos funcionarios permanecen ¿por qué en nuestras ciudades no? La respuesta es, por supuesto, el clientelismo. Por eso deben ser parte de un equipo y de un verdadero partido político.
Los alcaldes tendrían que ser reelegibles para periodos inmediatos, como lo son actualmente los concejales. En muchas ciudades del mundo es así y con frecuencia duran muchos años. Y más que proponer planes se dedican es a cumplir los ya establecidos con anterioridad haciendo las reformas que se requieran para mejorarlos. De ahí que comiencen por evaluar primero lo que ya existe. En conclusión, deberíamos escoger programas y no apenas personas. Lo ideal sería que escogiéramos primero los programas propuestos por los partidos y después los funcionarios más adecuados para sacarlos adelante. Parece muy complicado pero sería fácil si se quisiera. ¿Por qué no nos interesa tener buenos funcionarios? ¿Por qué nos negamos a la reelección de los mejores alcaldes? Eso es lo que tenemos que preguntarnos en lugar de quejarnos de que los funcionarios sistemáticamente son malos.

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