El estreñimiento de un ex columnista de El País

Por Andrés Belalcázar |

 

Por Miguel Tejada

Si algún día llegara a encontrarme al abogado Ramiro Bejarano, tendría que preguntarle cómo hizo para vivir estreñido durante cuatro años. Esto porque vivo en la mera suposición, que es, como bien lo puede inferir el lector, algo muy parecido a la deposición conceptual, a la fecalidad especulativa del periodista sin religión. Ramiro Bejarano fue columnista del diario el País de Cali durante cuatro años, lo fue hasta hace unos días, porque lo sacaron, como dicen los españoles, cagando leches.

La cuestión ya se ventiló en varios medios nacionales. Vimos el cruce de cartas y comunicados, pero por ninguna parte apareció una lectura sensata del asunto. La recién aparecida revista Kien & Ke, por ejemplo, se limitó a comentar la refriega con un tono nada distante de los tele magazines donde se exponen las tribulaciones existenciales de la farándula criolla. Basura.

Entendamos que tras el divorcio de Bejarano con El País hay dos razones muy puntuales: desobediencia (lanzó una vez más sus “necias” diatribas contra el saliente gobernador del Valle, Francisco Lourido y su antecesor, el vicepresidente Angelino Garzón) y altanería(respondió con igual agresividad a una columna en la que Alfredo Carvajal Sinisterra le recordaba, con evidentes intenciones incriminatorias, su pasado como director del DAS).

Ahora, lo que deberíamos divisar en medio del tierrero que se levantó es la sucesión de apariencias y de curiosas posiciones éticas–de oropel–que quedan al descubierto, allende del chisme. La columna de Bejarano, que se titulaba “Olimpo radical”, siempre tuvo la apariencia de rebelde y contestataria. Pamplinas. Basta revisar el intercambio de mensajes para ver cómo el mismo Martínez Lloreda reconoce que en algún momento compartió la aversión de Bejarano hacia Angelino Garzón, sobre todo, asegura el director de información de El País, por las maneras populistas del ex gobernador. Ya ven cómo se van filtrando las perversiones ideológicas a medida que se hace una lectura medianamente suspicaz. Este es el verdadero problema, y para ilustrarlo trataré de encarnar, por un momento, el papel de columnista en el País.

Lo primero que tengo que tener claro es que no puedo patear la lonchera. Mis ocurrencias tendrán que estar siempre alineadas a las apuestas ideológicas que lideran los dueños. Estos patrones, que no son solo aquellos que figuran en la bandera del periódico, sino los cipayos de la región, como dice Bejarano en su respuesta a la carta de despido, tienen muy clara la utilidad del aparato periodístico, así que no se llaman a engaños: ante el menor indicio de desobediencia, reaccionan. Y lo hacen siguiendo un protocolo que desecha con eficacia, en dos o tres pasos, al agente indeseable. Lo interesante aquí es la manera como se apropian de una serie de ideas para legitimar su ideología: los principios éticos, el respeto por la integridad del otro, etc. La pregunta es: ¿son estos bellos enunciados coherentes con la dimensión real del compromiso ético? Aquí podemos estar de acuerdo con Bejarano: lo único que protegen con los dientes las altas directivas del periódico son sus intereses particulares. Por eso tildan de delirante calumniador al abogado bugueño, por “faltar a principios de confidencialidad” que, según ellos, el abogado debió respetar en medio de la polémica. Pero, de nuevo, son principios que solo afectan a uno de los diamantes del periódico (Diego Martínez Lloreda ), asuntos personales que se remiten a una supuesta relación cliente-abogado que éste ultimo llegó a establecer, tiempo atrás, con Bejarano. Así despacharon la cuestión, privándonos de un debate sobre el accionar político que deberían tener los columnistas, y sobre una de las consecuencias más perversas del abuso de poder. No está claro, para gran parte de la opinión pública, por qué las directivas del país, y un par de columnistas, le cuidan la espalda a los gobernantes, pero el sentido común nos permite concluir, en últimas, que se trata de un asunto empresarial.

Lo segundo que debo tener claro es que estoy obligado a jugar de manera muy hábil con el significado real de las ideas; agudizar la desposesión, la confusión, y en últimas la pobreza conceptual de los clientes. Perdón, de los lectores. Por eso tengo que hacerme el malo o adherirme con zalamerías a los clamores emocionales, según convenga. A esto le llaman iniciativa propia los amos del marketing ideológico. Solo así podré asegurarme a fin de año una botella de Sir Edwards, whisky malo, pero whisky al fin de cuentas.

El único perjudicado en todo esto es el ciudadano de a pie, que por fortuna no suele comprar El País, pero sí mastica a diario, inconsciente, la carroña discursiva de los buitres que detentan la hegemonía ideológica de esta ciudad. Así funciona aquí, en Cali, y en La Hormiga, Putumayo.

Es muy probable, pues, que por culpa de estas líneas, nunca me llamen para escribir oficialmente en el diario El País, aunque cumpla con muchos requisitos para hacerme a uno de los cubículos donde escriben sin descanso aquella prestigiosa bandada de gallinas intelectuales; esto es, ser mal escritor y tener una debilidad inocultable por los cocteles. Como dije antes, lo único relevante detrás de toda la polémica que el mismo Bejarano ha sabido armar–Dios lo bendiga por gruñón e incoherente–es un par de verdades que no pueden pasarse por alto: ¿quién, con algo de materia gris, puede creer que El País es un periódico incluyente y sensato? La respuesta de Bejarano a los señalamientos de Alfredo Carvajal y Diego Martínez Lloreda está plagada de alaridos beligerantes, de argumentos viscerales sobre la ética del hacer periodístico del periódico que lo alimentó durante cuatro años. Nadie puede vivir tanto tiempo sin defecar las verdades. Tarde o temprano tendrán que parirse, por donde más duele. 

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