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Por Benjamín Barney Caldas
Las ciudades más logradas del arte de construir, de Estambul a Cartagena pasando por Porto o Granada, o Rio o París o Venecia, tienen mucha arquitectura de constructores que siguen un canon pero apenas los pocos grandes arquitectos de sus monumentos, y no es el caso de Mompóx o Villa de Leyva o Popayán, y Brasilia es una construcción con arte de Niemeyer y sus colaboradores. De ahí la pertinencia de las determinantes de su diseño y que ahora sean de profesionales.
Las ciudades son conformadas por edificios pero son más importantes que ellos, la gran mayoría de los cuales no tienen por qué ser monumentos; solo algunos que igualmente se basan en arquetipos, que son la base de todo y permiten establecer un canon: unas reglas, cuya evolución evita la repetición, la frivolidad y la arbitrariedad. La conocida e ineludible triada de Vitruvio sobre la arquitectura, como los mosqueteros, son cuatro aspectos, siempre presentes:
Collocatio: es lo que lleva a un emplazamiento, comenzando por la localización, que indica su clima (altura, latitud, vientos), paisaje natural y urbano y accesos. Su geología (su topografía, resistencia, suelo, vegetación, fauna y corrientes de agua). Su infraestructura vial y servicios de agua, energía y comunicaciones. Su vecindario con sus usos, alturas, estado y expectativas. Su normas respecto a usos, densidades, índices, alturas, aislamientos y empalmes.
Utilitas: es lo que determina la función y tipo de los diferentes espacios, servidos y servidores, y su zonificación e interrelaciones. Su programa, o su número, tamaño y relaciones de los diferentes recintos. Sus requerimientos en cuanto necesidades particulares de los clientes y usuarios. Las costumbres tradicionales, actuales y de moda (aquí de penúltima moda). La normativa respecto a medidas mínimas, materiales, seguridad, ventilación, iluminación y otras.
Firmitas: lo que permite seleccionar un sistema constructivo. El presupuesto disponible, su monto total y fluidez periódica. Los materiales en sí, y ya convertidos en componentes y estos en elementos o partes. La mano de obra, su costo, experticia, eficiencia y disponibilidad. Las normas de sismo resistencia, contra incendios, de evacuación (inexistentes aquí) u otras. El tiempo disponible, ya sea el usual para cada tipo de edificio, o mayor o menor.
Venustas: lo que lleva a la forma o que parte de ella o ambas cosas. La tradición, la de edilicia vernácula, popular, culta y profesional. El contexto, de las construcciones inmediatas y al frente, al del entorno general. La estética característica del entorno inmediato, el sector y la ciudad. Las expectativas, los gustos y pretensiones de los clientes, a los que hay que educar. Y las búsquedas propias de los arquitectos, pero que no sobra evidenciar.
Determinantes que racionalizan el proceso del proyecto, partiendo de un emplazamiento: dónde y cómo disponer los volúmenes y espacios exteriores; una zonificación: donde deben ir las diferentes funciones y sus relaciones; un sistema constructivo: pórticos, muros cargueros, mixto u otro; o una forma: tradicional o vanguardista, o ambas. Para beneficio de la ciudad y no apenas del edificio, al reemplazar el falso arte del “estilismo” por la técnica de la proyectación.
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