La plaza de mercado

Por Benjamin Barne… |

Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


La mayoría de las ciudades colombianas  se desarrollaron, desde su fundación en el siglo XVI, alrededor de la Plaza Mayor, reglamentada posteriormente por las Leyes de Indias de 1680, incluyendo la obligación de constituir pórticos en las casas que las conformaban, los que lamentablemente casi nunca se construyeron, o se realizaron apenas parcialmente. En ellas se realizaban diferentes actividades políticas, militares, jurídicas, religiosas y culturales, y se “corrían” toros en las celebraciones mas importantes, pues la fiesta llegó aquí con Sebastián de Belalcázar y los toros mismos no mucho después (Gustavo Arboleda, Historia de Cali, 1956). Y, lo mas trascendente y significativo, en ellas se realizaba el mercado semanal, punto de encuentro de todos los ciudadanos como dice Edgar Vásquez (Historia del desarrollo urbano de Cali, 1982). Los viernes se congregan allí los vecinos de las más disímiles condiciones so¬ciales a comprar y vender, y  hasta finales del siglo XVII llegaban indígenas para vender frutas, legumbres, plátanos, aves y pescados, y con el tiempo se vuelven un mercado público permanente.
 
En el día de mercado, anota Vásquez, no solo se venden y compran diversas mercancías sino que se intercambian "informaciones". Allí confluye la com¬pleja totalidad social de la ciudad colonial, se mezclan prácticas e instituciones y se congrega el ve¬cin¬dario para el intercambio mercantil y social que en ella adquiere cada semana su máxima circulación y velocidad en una gran "visita" colectiva, como la llama Vásquez. Se habla de los productos y géneros negociados, de asuntos políticos, problemas familiares o censuras personales. Lo visto espontáneamente durante la semana a lo largo de las calles, o sigilo¬samente desde ventanas y zaguanes, lo conversado en reserva en el cerrado interior de las casas, se comunica, difunde, co¬menta, admira o se censura en el día del mercado. Personas, animales y elementos se mezclan y, sin embargo, se resaltan los prestigios, distinguen las jerarquías y se señalan los sujetos de censura. Pasado el día de mer¬cado vuelve el vacío y el silencio a la plaza hasta el siguiente viernes, y solo queda su valor simbólico.
 
Antes el mercado se realizaba al aire libre bajo toldos, como lo registran las primeras acuarelas y grabados de los viajeros de mediados del siglo  XIX, y las bellas fotografías de finales de ese siglo. En muchas ciudades, especialmente en las mas pequeñas, así se hizo hasta ya entrado el siglo XX. Pero el mercado generaba desaseo y basuras desagradables, pese a que en aquella época casi toda era biodegradable, y por eso fue desplazado a lo  largo del siglo en muchas ciudades, siguiendo el ejemplo europeo, a construcciones nuevas que conservaron la denominación de “plazas de mercado” o que fueron llamadas galerías, y cerca a ellas aparecieron los graneros como también algunos pasajes comerciales. Todavía en algunas ciudades y pueblos colombianos los bellos y muy ininteresantes mercados al aire libre se resisten a desaparecer pues el significado de los lugares, su uso, vigor y tradiciones es parte fundamental de la  cultura, la idiosincrasia y la vida del pueblo de nuestro país. Y por supuesto los problemas de aseo y recolección de basuras ya son solucionables.
 
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