Calidad de vida

Por Benjamin Barne… |

Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Una buena ciudad es ahora indispensable en cualquier parte para poder tener una buena calidad de vida, incluso para la vida misma pues sin las ciudades no cabríamos todos en el único planeta que tenemos.Ya somos más siete mil millones de habitantes en él, hay que recordarlo. Y pronto seremos cincuenta millones los colombianos en el mismo millón largo de kilómetros cuadrados del país. Es decir, apenas unas dos hectáreas por cada uno, y por eso vivimos casi el 80% en sus ciudades y pueblos.

Y en Cali pronto seremos tres millones, si es que ya no lo somos, contando su numerosa población flotante, pero la mayoría de los caleños, que son los más jóvenes, aún no saben a cabalidad en qué consiste una buena ciudad, y muchísimos ni siquiera han estado en una de ellas. Ni ellos ni sus padres ni mucho menos sus abuelos tampoco conocieron y ni siquiera saben algo de cuando Cali era una mejor ciudad casi un siglo antes. Nuestra historia urbana brilla  aquí por su ausencia.

 

En Cali tenemos que explicarnos todo todos los días. Para entender sus problemas actuales tenemos que enterarnos cómo era la ciudad, antes y después de los Juegos Panamericanos de 1971, principalmente en la primera mitad del siglo XX, y, por supuesto, cómo es de verdad ahora, pues nos dicen y nos decimos muchas mentiras al respecto. Antes se decía que era la capital del cielo pero ahora parece serlo del infierno, nos guste o no.

La Cali actual comienza con la llegada del ferrocarril desde Buenaventura, es decir desde el mundo, y el ser escogida en 1911 como capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca hace apenas un siglo. Lo anterior, antes de la Conquista es apenas su lamentable y escasamente conocida prehistoria, y desde su fundación en 1536 lo más relevante es la escogencia de su emplazamiento, justamente buscando una salida al mar, la que sólo se alcanzará cuatro siglos después.

Pero Buenaventura y Cali dependen cada vez menos una de la otra. El puerto es de vital importancia para el Departamento y para el país, e incluso para Venezuela y Brasil, nada menos, pero ya no tanto para Cali. Aunque la inmigración de gentes desde la costa  pacífica hacia Cali parece haber aumentado, aquí dependen es de la ciudad y de la agroindustria de la región. Y los caleños que pueden prefieren salir al Caribe; de otra forma haría años que se habría terminado la eterna doble calzada.

En conclusión, Cali es una ciudad muy nueva y muy grande, lo que está a la cabeza de su muy irregular calidad de vida. De un lado cuenta con un clima envidiable y unos bellos paisajes de montañas y valle, y un mar magnífico al lado, pero ha perdido sus viejas tradiciones, y no ha pasado suficiente tiempo para reemplazarlas por otras acordes con una nueva ciudad demasiado extensa por lo demás.

Y de otro lado, no hemos sabido decantar nuestra actual pluralidad étnica y cultural, cuya hibridación debería generar esas vigorosas nuevas y variadas tradiciones. Ni tampoco hemos aprovechado lo que en este sentido, calidad de vida, significaba la existencia de un sistema de ciudades en la comarca, de Santander de Quilichao a Cartago. Ni siquiera entendemos la enorme pero desaprovechada ventaja de tener a Palmira, Pradera y Florida, al otro lado del valle, en donde si se ven los atardeceres.

 

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