En qué consiste una buena ciudad

Por Benjamin Barne… |

Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Solo contamos con la vida y la ciudad que tenemos, pero en Cali la mayoría desconoce en qué consiste una buena ciudad y no valoran lo que aún le queda de bueno, que es mucho más de lo que solemos pensar, pero menos de lo que nos quieren hacer creer, lo que no es apenas paradójico sino lamentable. Como esa pose “progresista” de querer “cambiarle la cara”, que lo único que indica es que no estamos contentos con la que tiene….es decir con los “cambios” para cambiársela desde hace medio siglo cuando era la “sucursal del cielo”. Entre otras cosas por que son muy pocos los que se acuerdan de que sin duda era más ciudad cuando era pueblo como lo ha dicho la editora y fotógrafa Sylvia Patiño, que con su edición ilustrada de El Alférez Real nos recuerda además cómo era la pequeñísima villa colonial anterior.

Todas las “mejoras” que se le han tratado de hacer a la ciudad que fue Cali antes de los Juegos Panamericanos de 1971 son de carácter supuestamente técnico, como lo es su vialidad y transporte, enderezada torpemente a la circulación de carros y buses olvidándose de la de los peatones, justamente la propia de la ciudades. Además, como lo dice Nicolás Gómez Dávila “El mundo de la técnica no se opone al de la estética, sino al de la gracia” (Escolios a un texto implícito, 1977), cosa que han olvidado sistemáticamente los diseñadores de los muchos puentes vehiculares que se han hecho afeando la ciudad, y la gran mayoría sin necesidad pues se hubieran  podido reemplazar por semáforos sincronizados que son de lejos mejores en primer lugar para los peatones pero también para la fluidez del tránsito vehicular.

Por eso es tan importante conocer ciudades y desde luego mejor si son buenas ciudades, pero comportándose como viajeros, y no apenas como turistas, para poderlas descubrir. Y no es necesario ir tan lejos: justo a unas pocas horas en carro están Popayán al Sur y Pereira al Norte, mucho menos grandes que Cali pero en algunos aspectos mucho más ciudades, como lo es de lejos Manizales, un poco más allá, pues lo que hace ciudad a una ciudad no es por supuesto su tamaño, y a veces sucede lo contrario, y justamente es el caso de Cali. La sede de la Universidad Nacional en Manizales, por ejemplo, es de lejos mucho mejor que la de la Universidad del Valle, ambas públicas, en la calidad arquitectónica de sus nuevos edificios, la conservación de los viejos, y su mantenimiento y dotación, lo que nos debe indicar algo.

Es decir, para aprender de otras ciudades es necesario estudiarlas comparativamente con la propia, para que al regreso, que es lo mejor de los viajes, ya se sabe, podamos mejorarla y  en consecuencia nuestra vida en ella, o al menos vivir en el intento. Deberíamos buscar ciudades silenciosas pero alegres, ordenadas pero estimulantes, bellas pero significativas y acordes con sus climas, paisajes y tradiciones. En esto estriba ante todo la calidad de vida en las buenas ciudades, no en “cambiarles la cara” desfigurándolas de paso, pues ahora más que nunca su futuro esta es en conservar su pasado, como lo señaló el historiador Paul Goldberger, crítico de arquitectura del New York Times, en una entrevista reciente con El País de Madrid, con motivo de la edición en español de su libro Por qué importa la arquitectura, 2009.

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