Yo no tengo la culpa, soy hincha de Millonarios

Por Oscar López Noguera |

Por Oscar López Noguera.

Uno puede cambiar de novia o esposa. Cambiar de colegio, carrera universitaria. Puede cambiar de partido político, de carro y de todo, menos de mama o de equipo de fútbol, me dijo un tío: El profesor de educación física del colegio. El Más grandote de la cuadra y desde entonces me fregó.

Vaya sentencia. Y que tortura. Pensar que podría cambiar de equipo siempre fue una de las decisiones más complejas de mi vida y decidí no hacerlo. Simplemente vivir así siendo hincha de un equipo malo que empezó claro, con una buena historia.

A quién le hereda uno el amor por un equipo? Al papa. Y el mío es y será azul. Y no por culpa suya. De mi abuelo. Godo, conservador, pintor y tradicional, cachaco de abrigo y boina, y quien vivió el famosos Dorado, del fútbol colombiano en el que jugaron en Millonarios estrellas rutilantes que de pura carambola llegaron a este equipo como Alfredo Di Estefano, antes de irse a triunfar al rutilante Real Madrid.

Claro a mi abuelo lo sedujeron, a mi papa y por ende a mí me llego esta herencia cargada de estrellas llenas de historia y confetis de hinchas desilusionados en los últimos 24 años, tiempo durante los cuales los azules o embajadores, los Millonarios sufrieron su mayor debacle futbolística y que incluso llegaron a llamarlo el equipo “Pinochet” por juntar a tanta gente para torturarla en el Campin.

 

Y como buen heredero de esa ceguera azul, coleccione las camisetas.  La siete de Willington Ortiz. La 11 de Morón. La 9 de Converti o Irigoyen. Puse las fotos de los equipos en el closet con goma. Me la jugué en el colegio por los azules y los peor, me he arriesgado 22 veces a ir al estadio Pascual Guerrero de Cali, en los últimos once años, a hacerle barra, y ganarme 33758 madrazos de hinchas del Deportivo Cali y el doble del América. 

Y claro en cada salida tener que emprender la huida, con la derrota a cuestas, el orgullo en el piso y las verracas ganas de cambiarme de equipo. Pero ni así, porque aquella sentencia Mijo: “Uno no puede cambiar ni de mama ni de equipo de fútbol” se ha convertido en mi karma, en mi mayor frustración personal, pero en una realidad de la cual no me he arrepentido, ser hincha de Millonarios.

Me ha dolido el no saborear desde 1988 un título y poderme desquitar de rojos, verdes, y hasta amarillos, y de ese salpicón futbolero, que incluso con ruanas charrangueras, como los boyacenses, si habían celebrado, gozado, y se ha desbordado en las calles, volcando carros e invadiendo las avenidas con sus estribillos. Y Yo ahí, durante años hincha de los “Millonarios quebrados”

Pero llegó este 16 de diciembre del 2012. El mundo “supuestamente” se acaba, en 5 días, pero ya cumplí un anhelo, ese que tenía una cita inaplazable, ver al ballet azul campeona. Darle la vuelta al Coliseo de la 57 en medio de la euforia. Y desde Cali, alentarlo, brincar. Gozar y sufrir hasta el último penalti, un título que se convirtió en el mejor cierre del año, en ese que te hace olvidar las desventuras, y te llena de orgullo, de sentimiento embajador. 

El mismo día en que comenzó la novena, el equipo nos hace olvidar las derrotas y 24 años de abstinencia, de pesares y dolores…Yo no tengo la culpa, yo soy hincha de Millonarios, el que más estrellas tiene en su escudo, el que me hizo ondear una bandera en plena avenida sexta acompañado de unos 20 compañeros azulejos gritando “palo, palo a Bolillo somos campeones otra vez”. 

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