100 años no son nada

Por Benjamin Barne… |

Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Cali es resultado del impacto de lo muy improbable, como definiría Nassim Nicholas Taleb (El cisne negro, 2007) la serie de sucesos a lo largo del siglo XX que determinaron su política, economía y comportamiento ciudadano, y el escenario de su cultura, que fue como Lewis Mumford llamó a las ciudades  (La cultura de las ciudades, 1938), es decir, artefactos constituidos por su urbanismo y arquitectura, y no una montonera incongruente de pedazos como es ahora.

La muy pequeña Santiago de Cali de fines del XIX, de calles si acaso empedradas, ranchos de palma, pocas blancas casas solariegas de techumbres, pisos enladrillados, patios y solares, tres claustros y seis iglesias, y poco mas de 3.000 habitantes, da paso a la muy poblada, extendida, multiétnica, ruidosa, sucia, insegura y fea ciudad de hoy, ya para los 3.000.000, pero aun sin andenes, en lugar de favorecer el crecimiento de las ciudades vecinas en lugar de la inundable Aguablanca.

Además debería haber en todas sus  viviendas servicios de agua, energía, basuras y comunicaciones, y policía, transporte, salud, educación, cultura y recreación, amen de comercio… y fuentes de trabajo. Y traer agua del Frayle, sin perjudicar a las poblacoones que ya la usan, racionalizar su consumo, y almacenar la de sus siete ríos evitando además las inundaciones periódicas y proporcionando área verde, y hacer un gran parque con un lago en la Base Aérea.

Y dar continuidad a las vías arterias, y constituir una columna vertebral en el corredor férreo para el tránsito y el transporte masivo (buses biarticulados a alcohol, tren eléctrico de cercanías, autopista urbana, vías locales y sendas ciclovías) con vivienda en edificios altos pero exentos a su largo. Redensificar el Centro respetando sus preexistencias, ensanchando los andenes y con grandes estacionamientos debajo de las Plazas de Caicedo y San Francisco y el Parque de los Poetas.

Todo con construcciones sostenibles y contextuales porque su (buena) arquitectura importa urbana, económica, social y culturalmente, como dice el crítico de arquitectura del New York Times,  Paul Goldberger (Why architecture matters, 2009), para atraer a personas inteligentes y permitir que colaboren, como a su vez lo plantea el economista Edward Glaeser (El triunfo de las ciudades, 2011), y no apenas turistas.

Es imprescindible la decidida acción política de los ciudadanos para contrarrestar la politiquería clientelista y corrupta de los políticos, con el voto en blanco si es preciso. Entender que es mas importante un buen Concejo que un buen Alcalde, y que este lo es en tanto sepa que no sabe de ciudades y se asesore y lea a Alain de Botton (The Architrcture of Happiness, 2006). Y es necesario que se puedan reelegir  para períodos inmediatos, como en tantas ciudades buenas en el mundo.

Siguiendo a Taleb, para entender el mundo no basta con narrar su pasado si no que hay que prever la importancia del impacto de lo altamente improbable, y por lo tanto para entender una ciudad como Cali no hay otro camino que la educación ciudadana, principiando por los que pretenden manejarla, pues no la ven ni oyen ni sienten, y hasta ahora sólo han negociado con ella desde el sector privado o robado desde el público, indiferentes a su evolución social y urbano arquitectónica.

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