Del sonido de la naturaleza al ruido urbano

Por Benjamin Barne… |

Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Comienza por el de los electrodomésticos como licuadoras o aspiradoras, y la alarma del carro por supuesto; y sigue con el llamado ruido ajeno, el del aire acondicionado de los vecinos y sus ruidosas fiestas; el de los aviones y helicópteros que nos vuelan por encima para que nos sintamos cuidados, y por supuesto el de las calles, con sus muchas ambulancias con o sin heridos, las ruidosas motos, los carros y los pitos de los que no pueden vivir sin pitar; y para rematar, los parlantes de los vendedores de ruido. Son los ruidos de esta ciudad: sonidos inarticulados, siempre desagradables para las personas normales, muy diferentes a las que ya se han acostumbrado al ruido o, peor, que lo han vuelto parte de su vida: “homo rugitus" esa mutación de los que tampoco ven la fealdad y niegan la realidad: la del ambiente de ruido de Cali, por ejemplo.

Por los efectos del ruido sobre la salud, en ambientes sonoros en torno a los 100 decibelios, se puede perder parcial o totalmente la audición, alterar el sueño, producir estrés o depresión, o disminuir la atención, o falta de rendimiento o agresividad. Y su  efecto social va de   alteraciones en la comunicación entre los ciudadanos al bajo rendimiento de los trabajadores, etc. (Wikipedia). Contra el ruido excesivo se pueden usar diversos tipos de tapones para los oídos, algunos muy sofisticados por cierto, pero entonces también se eliminan los sonidos del viento o la brisa, del agua que corre, de las fuentes cantarinas, el cantar de los pájaros o el latido de los perros, bellos sonidos que quedan limitados a “oírlos” cómodamente en la televisión y a cualquier hora, no en su tiempo. Es decir, la vida actual de muchos, a base de mentiras ni siquiera piadosas.

Por supuesto el control del ruido ambiente de ciudades con climas cálidos o templados permanentes, como es el caso de Cali, es mas difícil que en las de clima frío, pues tienden a tener las ventanas abiertas par dejar pasar la brisa que refresca, y entones con ella se cuela el ruido ajeno, y porque en las que muchas actividades tanto familiares como colectivas, se llevan a cabo al aire libre. Todo un tema para ser estudiado en las escuelas de arquitectura, aprendiendo de  nuestra arquitectura colonial, cuyos íntimos patios logran dejar afuera a los vecinos y su ruido, ayudaos por sus muros de tierra, el mejor y mas económico aislante térmico, y que ahora se puede compactar dentro de los cada vez mas usados bloques huecos de hormigón, y si se les agrega algo de cemento y arena, mezcla conocida como “suelo cemento”, se amplia su capacidad portante.

Así, sería posible paliar el ruido de nuestras ciudades, y escuchar de nuevo los entrañables sonidos de la naturaleza. Seríamos mas amigables con ella, la que estamos destruyendo, y se disminuiría la violencia intrafamiliar y hasta los accidentes de transito, que junto con la delincuencia común causan mas muertes que la guerra contra la subversión y el narcotráfico. Pero por supuesto en la Habana de estos temas no se habla. La paz  no es apenas la ausencia de inquietud, violencia o guerra, es un estado en el cual se encuentran en equilibrio y estabilidad las partes de una sociedad. Y en el plano personal es un estado interior exento de sentimientos negativos (ira, odio). La paz debe ser deseada, entonces, tanto para uno mismo como para los demás, hasta el punto de convertirse en un propósito urbano, lo que no se contempla en el POT de Cali.

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