La necesaria asociatividad en las actividades del campo

Por Humberto Giratá |

Por Humberto Giratá

Gradualmente, la actitud de los colombianos se dirige a la construcción de los escenarios posibles post conflicto, aunque creemos que falta mucho camino por recorrer la imaginación de posibles realidades facilita enfocarse en los puntos fundamentales de los acuerdos entre el Gobierno y las FARC y ELN.

Está claro que el sector económico que más se ha deteriorado en la confrontación es el agrícola, porque las tierras con vocación de producción se convirtieron en escenarios bélicos, generadores de desplazamientos forzosos hacías los centros urbanos o en tierras de cultivos ilícitos. Por eso, se prevé que si se alcanza la paz, este sector sería el principal beneficiado.

En la reciente asamblea anual de la Asociación Nacional de Industriales ANDI, se aseguró, por parte de Gustavo Grobocopatel Presidente del grupo empresarial argentino Los Grobo, que la próxima revolución industrial ocurrirá en el campo, pero que en nuestro país, el productor agrícola tendrá que dejar de hacer todo y transformarse en un generador de proveedores para que su desarrollo sea sostenible.

La vida empresarial en el campo se puede crear y diseñar como se hace un auto. Es necesario crear plantas con distintas características, las cuales no se deben  considerar solo como vegetales, sino que deben denominar plantas industriales con las condiciones adecuadas para el desarrollo.

También indicó que en la coyuntura actual es imposible que una sola persona se encargue de sembrar, cosechar, transportar la producción, adelantar gestiones en el banco y encargarse de las semillas; es decir, todas las actividades del negocio.

Para organizar la oferta se deben articular los diferentes actores vinculados con el desarrollo del campo, porque es la manera más efectiva para darle productividad y competitividad a las empresas agrícolas y de esta manera, acabar con la pobreza, el atraso y analfabetismo que soportan las zonas rurales.

En ese orden de ideas, se analizó y se destacó un modelo local exitoso, aplicado por el Grupo Aliar-Fazenda en la Altillanura, en la Orinoquía, donde se inició la producción de maíz y soya, pero ubicada al lado de los animales. Esa integración permite que una hectárea sembrada de maíz y soya, cuya producción valdría $6 millones, se multiplique y llegue a $27,5 millones, al lograr que ese alimento se destine a la cría de cerdos. 

Si al cultivo de maíz, soya y a los criaderos de cerdos se añade una planta de sacrificio y desposte la producción, transformado en carne, pasaría a valer $33,4 millones y si se integra la cadena de distribución y almacenamiento se alcanzarían los $40 millones.

Esta es una aplicación práctica de la forma como se generan valores agregados. Es un ejemplo claro de una agroindustria en cadena, en la que se vinculan a vecinos, propietarios de tierras, campesinos y a las comunidades indígenas. Este modelo es similar a la de otros productos como el arroz, la palma, el caucho o la caña de azúcar.

Esta visión coincide con la decisión tomada por el exitoso inversionista de la Bolsa de Valores de Nueva York, Georges Soros, que cambió la dirección de su fortuna de las acciones en bolsa a la adquisición de grandes extensiones de terreno en el continente africano y en los países del llamado cono sur, con el propósito de producir alimentos e insumos para la elaboración de biocombustibles.

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