Llamó a sus primeros discípulos

Por Héctor de los Ríos |

Vida Nueva

Por Héctor De los Ríos L.

Evangelio de San Mateo 4, 12-23

/sites/default/files/imagenes_revista/2014/01/25/espiritualidad/jesus.jpgUna vez presentado por Dios al pueblo en el bautismo, como el enviado y el Mesías prometido, Jesús  da comienzo a su ministerio. El lugar escogido es la Galilea.  No es fruto del azar o la conveniencia inmediata. Viene a dar respuesta   a una antigua  profecía de Isaías. En ese lugar, siglos atrás, a un pueblo derrotado y en máxima angustia, se le anunció  que allí brillaría para él la luz de un gran día, el de la libertad. El contraste de las tinieblas, símbolo de la angustia y la tristeza y la luz como vida y gozo es manifiesto. Llega la victoria. El momento feliz de volver a recoger la cosecha, de repartirse el botín de guerra, como  bendecidos y vencedores.

Jesús deja a Nazaret, a María, la madre amada, su oficio de artesano, su familia, su entorno social y se establece en el centro de la región, la ciudad fronteriza de Cafarnaún, al borde del lago de Galilea. De nuevo encuentra un pueblo en tinieblas que en él  va a ver la luz de un gran día.

¿Qué hacer? En primer lugar  proclamar la llegada de la irrupción de Dios en la historia del hombre. El destinatario no puede permanecer indiferente. Es necesario abrir el corazón a ese anuncio, cambiar el rumbo de vida y hacerse discípulo de Jesús. Y luego, llamar colaboradores  incondicionales, listos a dejar  el mundo donde se vive y seguir a Jesús, recibir su acción salvadora y comprometerse en su misión por siempre. Tenemos los nombres de los primeros llamados: Simón y Andrés, Santiago y Juan, hombres adultos, trabajadores, que escuchan la llamada urgida  de Jesús: síganme y sin pedir  explicaciones  ni poner  condiciones  se van con él. Dios no ha querido hacer la salvación del hombre  por sí solo. Ha querido comprometer al hombre y a la mujer en esa obra.

Yo soy  también llamado, formado, acompañado para una misión en el mundo. Lo realizo a través de mis labores en el hogar, en el trabajo, en el campo social, y descubro que soy hijo de Dios llamado a entrar en su vida y felicidad. ¿Cómo le estoy respondiendo al Señor?

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