Domingo 6° de tiempo ordinario

Por Héctor de los Ríos |

Vida Nueva

*Por Héctor de los Ríos

"NO HE VENIDO A ABOLIR LA LEY"

Estamos en este 6° domingo frente a una de las lecciones más bellas sobre el discipulado en el Evangelio. Nos vamos adentrando en el Sermón de la montaña, teniendo como clave de lectura el anuncio inicial de las bienaventuranzas. Éstas se despliegan ahora, en una monumental catequesis que también se podría titular: “Cómo es el estilo de vida de quien viven según las bienaventuranzas”.

Primero el texto: San Mateo 5,  17-37

“17 No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas.  No he venido a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles cumplimiento. 18 Os aseguro que, mientras duren el cielo y la tierra, no dejará de estar vigente ni una tilde de la ley hasta que todo suceda.

En el Sermón de la Montaña (Mt 5-7), Jesús ha comenzado con la proclamación de las bienaventuranzas. Enseguida ha mostrado que éstas generan una nueva identidad en la vida de los discípulos. Las imágenes de la “sal de la tierra” y la “luz del mundo” invitan a expresar abiertamente esta novedad de vida en acciones identificables e identificadoras en medio de la gente: “Brille así vuestra luz delante de los hombres…”.

¿Qué es lo que en última instancia los demás descubren en un discípulo de Jesús? Jesús lo dice en este mismo v.16: “Para que vean vuestras buenas obras y alaben a vuestro Padre que está en los cielos”.

Pues bien, a partir de aquí en el Sermón de la montaña Jesús va a explanar con mucho cuidado cuáles son esas “buenas obras” que distinguen al discípulo. Un aspecto importante de la enseñanza de Jesús es que estas “obras” lo que hacen es mostrar que el discípulo es hijo de este “Padre que está en los cielos”. Las “obras” son el reflejo de la filiación: el estilo de vida de un discípulo que, gracias a las bienaventuranzas, ha entrado en el ámbito de la Paternidad de Dios revelada por Jesús en el acontecer del Reino (“Padre… venga tu Reino”): “Para que seáis hijos de vuestro Padre celestial…”.

Ahora bien, la comunidad de Mateo, bien lo sabemos, tiene una fuerte influencia judía. Para el mundo hebreo las “obras” distintivas de quien está en el ámbito de la Alianza con Dios están expresadas en la Ley. Por esa razón, en la página que leemos este  domingo, aparece en el horizonte esta institución del Antiguo Testamento. Teniéndola como horizonte, Jesús pronuncia la novedad del estilo de vida en el Reino.

Nos encontramos ante una enseñanza de Jesús que es clave para comprender todo lo que viene. Quien hace la experiencia de las “bienaventuranzas” es un hombre nuevo en el Reino de Dios predicado y llevado a cabo por la persona de Jesús, en Él tiene ahora un nuevo corazón. El discípulo comienza a centrarlo todo en Jesús. Pero la vivencia de la radical novedad del Reino puede llevarlo a pensar que la “la Ley y los Profetas” quedan abolidos.

La transparencia es en primer lugar ante Dios. El hecho de que el hombre no esté en  condiciones –por cuenta propia- de cambiar ni uno solo cabellos (y es claro que no se está pensando en la costumbre de teñirse el pelo), indica que su vida entera permanece ante Dios tal como es, sin maquillajes. Por eso no hay necesidad de jurarle nada a un Dios que nos conoce a fondo.

Pero también tiene que ver con todo lo que se le dice a los demás. Cuando Jesús dice: “sea vuestro lenguaje: ‘Si, si’, ‘No, no’”, indica que cuando una persona dice que “si” así es y no se necesitan más verificaciones; igualmente cuando dice que “no”.

Así, cuando un discípulo de Jesús hace una promesa, se puede esperar que ella será cumplida a cabalidad y, en principio, no habría motivos para desconfiar.

Un distintivo del discípulo de Jesús, que se desprende de esta enseñanza, es que él se caracteriza por la “credibilidad”. Esta es la base de la vida comunitaria y social: ser personas “creíbles”. Si no, no funciona. Esta es la razón por la cual, muchas veces, la convivencia fraterna se viene al piso.

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