Solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor

Por Héctor de los Ríos |

Por Héctor de los Ríos L.

¡Oh sagrado banquete!

Dt. 8, 2-3. 14b-16a: «Te alimentó con el maná que tú no conocías»

Sal 147: «Te sacia con flor de harina...»

Co. 10,16-17: «Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo»

San Juan. 6, 51-58: «Mi carne es verdadera comida, mi Sangre es verdadera bebida»

En el libro del Deuteronomio se nombran las pruebas del desierto: hambre, sed, serpientes, de las que Dios libró a Israel por medio de su palabra, expresada en los signos de su protección: el maná, el agua de la roca, las codornices, la nube, la serpiente de bronce. Todo esto se recuerda para exhortar y urgir el cumplimiento de la Ley. En el libro del Deuteronomio se busca  una reeducación en la fe del pueblo elegido.

El salmo es de agradecimiento y recuerda algunos de los favores de Dios a su Pueblo:

«glorifica al Señor, Jerusalén... te sacia con flor de harina... con ninguna nación obró así»

En dos versículos de la primera carta a los Corintios, se resume un aspecto fundamental de la Eucaristía: el sacramento del cuerpo y sangre del Señor crea y realiza constantemente a la Iglesia, cuerpo de Cristo. Mediante la comunión del pan y del cáliz, que es comunión con el cuerpo y la sangre del Señor, constituimos con El un todo, un solo cuerpo. Por esta unión de cada cristiano con Cristo se hace realidad la comunión de cada uno con todos en el Cuerpo de Cristo, que es la comunidad eclesial.

Los cristianos ya tenemos nuestra comunión con Cristo Jesús: precisamente en la Eucaristía participamos de El, entramos en comunión con su Cuerpo y su Sangre. No necesitamos buscar  otros dioses o diosas con los que celebrar ninguna fiesta.

En el Evangelio, proclamamos la última parte del discurso sobre el pan de vida. Jesús es  pan como Palabra de Dios y como víctima sacrificada, que es la idea que prevalece en esta lectura. Jesús emplea un realismo para tratar el tema, que provoca el escándalo en los oyentes.

Antes había afirmado el Señor que «el que crea en Mí tendrá vida», ahora dice: «el que  come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna»: a la Fe le sigue el Sacramento. Jesús  describe los efectos de este sacramento afirmando que el que lo come «habita en Mí y Yo en él», y todavía hace otra afirmación más sorprendente: «así como mi Padre vive y yo vivo por mi Padre, así el que me come vivirá por mí».

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