Los signos de la fe son los compromisos por la liberación

Por Héctor de los Ríos |

Por P. Héctor De los Rios L.

Vida Nueva

Domingo vigesimotercero del tiempo ordinario

Isaías 35, 4-7a: «Sean fuertes y no teman»
Salmo 146(145):«Alaba, alma mía, al Señor»
Santiago 2,1-5: «No junten la fe en nuestro Señor glorioso con la acepción de personas»

San Marcos 7,31-37: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

Uno de los peligros del hombre es el acomplejarse ante las mil dificultades y problemas de la vida: opresión, enfermedad, escasez de medios humanos... Esto es lo que le pasó también al pueblo de Israel en el destierro (Is. 43). En estas circunstancias Isaías, profeta de la liberación, se dirige al pueblo para sacarlo de su desánimo, para abrirle a la esperanza y anunciarle la intervención liberadora de Dios.

Y como signo o imagen de esta liberación insospechada propone la imagen árida del desierto infructuoso, convertido en vergel surcado por aguas fertilizantes (v. 7; cfr. Is. 41,17-20; 43,16-21; Jn. 4,1). La venida del Salvador transformará el desierto en Paraíso, las maldiciones de Adán en bendición liberadora de Dios (Gen 3). Isaías propone lo insospechado como realidad para el futuro y como fuerza dinámica para el presente.

Todo mensaje de liberación tiende a convertirse en actuación liberadora. Y esta actuación consiste para el Apóstol Santiago en ser fieles a la Palabra, en visitar a los huérfanos y a las viudas (Stg. 1, 19-27), en optar claramente por el servicio a los pobres y humildes (Stg. 1, 9-11; 2, 5-9). Toda discriminación entre pobres y ricos, todo clasismo social es contradictorio con este mensaje. Y si esta discriminación tiene lugar en la misma asamblea cristiana debe ser totalmente reprobable (Stg. 2, 5-7) y reprobada. La predilección por los pobres y humildes de que hablaron los profetas, es la que expresa Santiago en su carta (cfr. Os. 14, 4; 5, 28).

Lo que había sido anunciado, se cumple. Jesús que se había aplicado la profecía de Isaías (Lc. 4), actúa como verdadero liberador del hombre en su enfermedad y en su pecado. Si la ceguera y la sordera son signos de castigo (Mc. 4, 10-12), la curación de la vista y el oído son signos de salvación, de liberación. El relato de Marcos es una réplica al de Is. 35, 4-7. Si al pueblo en el Exilio se le promete la salvación, esta salvación vemos que se realiza ahora con la curación del sordomudo en un país pagano. De este modo, el gesto de Cristo se convierte en juicio para los mismos israelitas que le escuchan y lo ven, y no quieren aceptar su palabra o comprender sus signos. El mutismo está ligado a la falta de fe (Is. 28, 7-13; Ez. 3, 22-27), la proclamación al reconocimiento y la fe (Lc. 2, 27-29; Mc. 7, 36-37) de aquéllos que han comprendido que la era mesiánica ha llegado.

La tarea del cristiano es una tarea de salvación, de lucha por la liberación de toda esclavitud humana. Nuestros propios egoísmos e injusticias nos dicen que hay mucho camino por andar. La Palabra de hoy nos anima a «ser fuertes» y a confiar en el Señor Jesús que «todo lo ha hecho bien”.

Algunas preguntas para meditar en la semana:

1. El Señor mantiene siempre su fidelidad. ¿Me fío yo de los hermanos de mi comunidad?

¿Existe en m i comunidad un clima de confianza?

3. El Señor ama a los justos. ¿Me siento profundamente amado de Dios? El amor de Dios ¿me incentiva a amar a quienes tienen ideas distintas de las mías?

 

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