El anuncio del Reino de Dios

Por Héctor de los Ríos |

Vida Nueva

Por P. Héctor De los Rios L.

14 domingo del tiempo ordinario

Isaías. 66,10-14c: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz».
Salmo 66(65): «Aclama al Señor, tierra entera»
Gálatas 6, 14-18: «Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús»

San Lucas 10, 1-12. 17-20: «La paz de ustedes descansará sobre ellos»

La profecía de Isaías es una representación simbólica de los valores del Reino de Dios que vendrán con Jesucristo, y que serán plenos en la vida futura. Reino de gozo y plenitud. Reino de paz y encuentro fraterno de toda la gente. Reino de misericordia y amor.

«Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz». La visión de Jerusalén que ofrece este texto -una de las últimas páginas del libro de Isaías, en su situación actual- está llena de consuelo y de esperanza. Entendiendo bien que todos estos bienes que alberga Jerusalén -la paz, el bienestar...- no proceden de ella misma, sino de Dios que se los ha dado. ¿Es posible encontrar una imagen más lúcida de la Iglesia? También todo lo bueno que existe en la Iglesia procede de Dios. Por eso puede compararse a Jerusalén, y hablamos también de la «madre» Iglesia, porque por ella llega hasta los hombres el consuelo de Dios: la salvación.

Después de escuchar la primera lectura, sólo cabe un himno de alabanza. En efecto, ¿qué podemos hacer nosotros sino cantar, aclamar, prosternar nos, contemplar las hazañas de Dios?:

«Aclama al Señor, tierra entera».

En la carta a los Gálatas San Pablo subraya la incompatibilidad entre el Espíritu de Jesús y su Reino, y el «espíritu del mundo». Por eso es que se gloría sólo en la cruz de Cristo, donde fue vencido el espíritu del mundo: «Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús». El tema de fondo de la carta vuelve a aparecer en estas últimas frases de resumen y de despedida. El apóstol Pablo subraya una y otra vez que la vida del cristiano es incorporación a la cruz de Cristo, para vivir con El la vida de hijos de Dios. Eso sucede en el bautismo, por cuyo medio el hombre recibe «las marcas distintivas de Jesús», es decir, la condición de cristiano. La plegaria eucarística, en la memoria por los difuntos, nos lo recuerda: «Recuerda a tu hijo... concédele que, así como (por el bautismo) ha compartido la muerte de Jesucristo...».

Podríamos decir que el tema central de este Domingo es el anuncio del Reino de Dios. Para  comprender bien el sentido de este fragmento que leemos hoy, es importante referirse al fragmento del pasado domingo: «Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo,

Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». Es en la perspectiva de este viaje hacia Jerusalén como toma sentido la misión de los setenta discípulos. Ellos son los encargados de anunciar la paz de Cristo, que nos viene de su victoria sobre el pecado y la muerte: su misterio pascual. Esta es la paz que la Iglesia -como Jerusalén- recibe de Dios y tiene la misión de comunicar.

«El Reino de Dios está cerca»: esta frase resume el mensaje apostólico y el mensaje de la Iglesia hoy. Los profetas del Antiguo Testamento (se nos recordó en la primera lectura) anunciaban un Reino por venir, a largo plazo, con la aparición de Cristo.

Pero con Jesús y la Iglesia, ahora anunciamos un Reino que ya está aquí, a la mano.

Evangelizar, en último sentido, es ayudar a la gente a reconocer la presencia del Reino en sus vidas, y a actuar de acuerdo con ello.

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Puedes señalar personas, acontecimientos, etc., donde se puede reconocer el Reino de Dios en acción?

2. ¿He hecho la elección crucial entre el Espíritu del Reino y el Espíritu del mundo?

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