La obediencia que salva

Por Héctor de los Ríos |

Vida nueva

Por P. Héctor De los Rios L.

28 domingo del tiempo ordinario

2Reyes. 5,14-17: «Volvió Naamán a Elíseo y alabó al Señor»
Salmo 98(97): «El Señor revela a las naciones su justicia»
2Timoteo  2, 8-13: «Sí perseveramos, reinaremos con Cristo»

San Lucas 17,11-19: «¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»

La lepra era una enfermedad común y muy vergonzosa en la antigua Palestina. Los leprosos eran marginados de la sociedad. Por lo tanto ser sanado de la lepra era una real liberación. Al sanar al sirio Naamán a través del ministerio de Eliseo el profeta, Dios una vez más se revela como un Dios liberador. Toda la historia del pagano Naamán es una filigrana sobre la pedagogía de Dios para con los hombres: la obediencia de la fe, la mediación del profeta, la aceptación de los medios que Dios propone aunque, humanamente, sea poca cosa... El texto de hoy, no obstante, destaca la conclusión de la historia: el reconocimiento del Señor como único Dios por parte de un pagano.

Podríamos hablar de la «conversión» de Naamán, de modo semejante a como, en el Nuevo Testamento, hablamos de la conversión de la casa Cornelio... El universalismo de la salvación, que san Pablo proclamará con tanta vehemencia y que san Lucas acentúa en el ministerio y el misterio de Jesús, es el objeto del salmo de alabanza: «Los confines de la tierra han contemplado...». Es un salmo que cantamos con frecuencia en el tiempo de Navidad. Y con razón. Porque la encarnación del Hijo de Dios y su nacimiento como hombre entre los hombres, es lo que ha permitido a todos los pueblos contemplar «la victoria de nuestro Dios».

Para S. Pablo ser cristiano significaba vivir identificado con Jesucristo. Ve una continuidad entre el camino de Cristo y nuestro camino, la misión de Jesús y nuestra misión, entre los sufrimientos de Cristo y nuestros sufrimientos, entre la gloria de Jesús y nuestra gloria futura. Jesús sanó muchos leprosos. Los Evangelios relatan varios de estos milagros; impresionaron particularmente a los evangelistas. ¿Por qué? Jesús vino a liberar al hombre del pecado y del mal moral, que corrompen su alma y su dignidad. Por lo tanto sanar leprosos no era sólo un acto de misericordia y de liberación temporal. Era también un signo y un símbolo del poder de Jesús para sanar el alma humana. Así como Jesús reintegró cuerpos corrompidos, puede igualmente reintegrar nuestras almas. Por otra parte, sanar leprosos tenía también un significado social. Los leprosos en los tiempos de Jesús eran los más pobres de los pobres, los sin clase. Por medio de estos milagros Jesús revela su predilección por los más pobres, y su misericordia. También revela la naturaleza integral de su salvación: no sólo almas, sino personas íntegras. Más aún, al reintegrar a los leprosos a su medio, Jesús revela su preocupación por una sociedad más justa y fraterna. Por tercera vez señala san Lucas que Jesús se dirige hacia Jerusalén. Es ya, según la narración evangélica, la tercera etapa de este camino. De nuevo los samaritanos -religiosamente separados por los judíos- son presentados como «ejemplo», para destacar el universalismo de la salvación, que no está reservada a ninguna raza o pueblo. Lo que hace falta es un corazón abierto a la fe - «Jesús, maestro...»- y lo suficientemente sencillo para saber prosternarse a los pies de Jesús y darle gracias ¿Sabemos dar gracias, nosotros?, es decir, ¿sabemos celebrar la Eucaristía?

Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Me preocupo especialmente por los más pobres y despreciados de mi medio?

2. ¿Cómo experimento que mi corazón aún necesita ser sanado?

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