Gran Biblioteca de Caleños Imaginarios

Por Redaccion. |

Por Alex Sterling

Información para lectores desprevenidos

Presentamos un texto literario que recrea la psicología hipotética de caleños imaginarios, llevados a la pantalla de su computador para que lo distraigan o le recuerden a alguien.

1. Cabo José María Posso

Ex-militar gravemente herido en combate. Una explosión le destrozó el rostro perdiendo la vista, el olfato y el oído. Sólo conserva el tacto y el habla. Así, sólo puede hablar, vocalizando de una extraña manera, pero dándose a entender. Aún así, es un tipo que hace más de 10 años no recibe ninguna clase de información del mundo, por lo que se puede entender que casi nada de lo que dice tiene sentido. Vive con su hermana, que lo encierra en un cuarto que tiene un balcón que da a la calle. Durante todo el tiempo que ha estado tan gravemente lisiado nunca ha sabido exactamente dónde está, qué hora del día es, o quién lo alimenta. Parece haberse detenido en la etapa traumática subsiguiente a la explosión. Pasa todo el día sobre una silla de ruedas, no porque haya perdido la movilidad de las piernas, sino porque sin vista ni oído le es imposible moverse por la casa sin estrellarse constantemente.

En las tardes, tal vez exaltado por el descenso de la temperatura, logra llegar de alguna forma al balcón, donde se coloca en dirección a las montañas, levantado la cabeza hacia ellas, como si las tuviera entre los ojos.  Parquea la silla en la mitad de la habitación, donde de tanto en tanto se despacha en inquietantes monólogos, cuando siente que alguien ha entrado. Conserva una descomunal fuerza en sus brazos, que aún se ven gruesos y llenos de nudos, como cuando era el cabo Posso, furiosa punta de lanza del contingente 36.

2. José Celestino Caldas

Sin idea alguna sobre los sentimientos humanos el ingeniero de sistemas de 23 años aguarda la oportunidad para aleccionar. A los 8 años de edad un amigo de su padre le diagnosticó, a vuelo de ojo, alguna variación del síndrome de Asperger. No fue tomado en serio, por supuesto: nadie le cree a un tipo que habla esas barbaridades inteligentísimas con una papa rellena dándole vueltas en la jeta. Declara que conoce el significado de los gestos faciales humanos, pero la observación directa de su comportamiento revela otra cosa: propensión a la imprudencia. Se cuentan ya en docenas las palizas que se ha ganado del uno al diez en verbenas y bailes comunitarios,  a los que asiste, según confiesa, con la única ilusión de hacerse a un par de mujeres. Muestra un particular interés en reproducirse. Mientras intenta enredar algunos pimpollos con acertijos y demostraciones mecánicas y químicas de su ingenio, construye para sí mismo una teoría que le permita entender las intenciones de sus congéneres. En plena experimentación no se mide y deja que su curiosidad destruya reputaciones y autoestimas. Mira a los ojos con detenimiento.

De niño, en el colegio, sus compañeros se confundían con su estampa: No sabían si golpearlo o huir de él. Aún así, acumuló un respetable capital social, dada su condición, tasado en tres amigos y dos manes que lo llevaban bien.

“Esto no fue una golpiza, fue, claramente, la prueba fallida número 12”

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