Monólogo del Doctor Muerte

Por Redaccion Cali… |

Por Patricio Almeida.

Si la condición que se ha infiltrado en mi rutina se hiciera visible, cosa que por ahora no ha sucedido, podría creer que no es infundada, pero, a pesar de la agudeza agravada por la pronta condena, quiero creer, sin dar posada a posibles ideas suspicaces que me hagan negar mi ingenuidad, en la evolución de mi sentimiento de culpa. Quiero sentirme culpable, aunque ante los otros finjo contemplar la posibilidad de la inocencia. Así me sentiré mártir y moriré inculpado, aunque para los demás sea una víctima, para mí seré más que eso, seré un héroe. Dejo a la cotidianidad en esta celda la posibilidad de ser versátil, de depurar mi discurso ante los tribunales, de hibridar el orden de mi retórica, que no se me pueda entender ni recurriendo a la ontología, que mi caso no lo pueda explicar ni la metafísica, ni la palabra de Dios, ni la histeria del hombre.

En esta celda la altura del catre sobre el suelo de tierra parece aumentar con el paso de los días. Muchas veces me cuesta acostarme en él, casi tengo que saltar para lograrlo. Ahora el simple acto de dejarse caer no basta, por lo tanto, he estado durmiendo en el suelo. La tierra suele ser más blanda, y, cuando está mojada, puedo escarbarla un poco y enterrar mis pies en ella. Cuando hago esto los guardias suelen molestarse, creo que temen que esté planeando hacer un túnel, por lo tanto se me ha prohibido hacerlo, hasta prometieron azotarme si me sorprendían haciéndolo de nuevo. Les he pedido que encadenen el catre al suelo, que se me hace imposible saltar con las llagas que tengo en los pies, pero siempre se han reído y marchándose me dicen que mañana lo harán. Ahora se ríen, tienen la ventaja de estar delante de las rejas, pero ya llegará el día en el que les recuerde que al igual que yo ellos también están presos aquí, duermen en unas celdas que no se han ocupado aún y hasta he podido comprobar que comen de nuestra misma comida. Ellos lo negarán, dirán que en cualquier momento pueden irse, estar junto a sus familias y comer de un almuerzo que no esté servido todo en un mismo plato. Pero no, no pueden irse, esta tarea es la única para la que están instruidos y en otra no se les aceptaría. Están tan presos como nosotros y, peor en su caso, lo están sin haber cometido delito alguno. Algunas veces hasta siento lástima por ellos, pero me he estado ocupando en otras cosas y la compasión no es una de ellas.

Ayer ha venido a verme mi abogado. Me lo ha designado el estado. Es un gafufo joven, inexperto, ni siquiera es capaz de mirarme a los ojos cuando hablamos. No he podido pagarme uno, el dinero que poseía cuando era libre ha sido tomado por alguien, no sé quién, ni cómo lo ha hecho, pero sé que los únicos bienes materiales que poseo son los que llevo puesto. El joven me comunicó que de mi proceso se han extraviado fragmentos vitales y que han de tomar indagatorias nuevamente. No le pregunté el porqué ni me vi tentado a hacerlo, me es totalmente indiferente el curso de mi condena, que asumo inevitable y que tampoco me apresuraría en evitar si aquello fuese posible. Me encuentro a gusto en este calabozo y la tierra se me hace más cómoda cada día.

Después de almorzar contamos con dos horas para caminar por el patio, tiempo que aprovecho para sentarme a la sombra y constatar que los demás presos me temen. De mí se han dicho cosas terribles, en nada han mentido, aunque nadie ha podido saber que me ha movido a hacerlas, ni siquiera se especula con eso. Tuve mis razones, sólo yo las conozco y el arrepentimiento no se muestra por ninguna parte. De nuevo, he invertido largo tiempo en sugestionarme para sentirme culpable. La culpa es una impresión suculenta, otorga algún tipo de poder, poder que no me atrae pero que es inherente a ella, duplicidad que nadie puede romper. Cuando alguien agrede, tomando para sí la iniciativa, la réplica del afectado está desde sus inicios condicionada por el acto que impulsó toda la contienda, acto que fue obra del que lanzó el primer ataque, dándole a este, por antigüedad, el control de la situación, la responsabilidad sobre las consecuencias de esta y, especialmente, toda, toda la culpa. Entre más contiendas de susciten, por el sólo hecho de hacerlo, más culpa se obtendrá para sí, y entre más culpa se acumule más poder se tendrá. La idea es casi matemática.

Hace poco apuñalaron al preso que duerme en la celda contigua a la mía. He hecho buenas relaciones con el forense encargado de la prisión y éste me ha dicho que fueron tres heridas con bisturí. Un bisturí es un instrumento muy delicado. Tuve que teorizar mis habilidades durante varios años para poder hacer correcto uso de él. Por eso es muy peligroso que alguien sin la instrucción necesaria posea un artefacto que si bien puede salvar una vida también puede acabar con otra.

En particular mi bisturí tenía ciertas características. Era plateado, como los demás, pero de un plateado constante, totalmente limpio, recto, tenaz y, sobre todo, de un plateado afilado. Podía descomponer las moléculas de oxigeno con sólo agitarlo sobre mi cabeza y, si quedaba tiempo, fragmentar por letras las frases de quien me hablara colocándolo sobre sus labios. Es verdad, lo hice muchas veces. Pero estos ejercicios eran básicos, casi los hacía por ocio. Existían trucos que requerían de más adiestramiento, como partir una pared de correccional en dos.

Esa es mi voltereta de esta noche. Tratar de partir en dos esta cárcel con mi bisturí. Mañana, seré trasladado a la zona común, perderé mi protección especial. Tendré que convivir con los otros presos. Ellos sabrán expresar su miedo en mi estómago He visto como lo hacen con otros. Esta noche debo salir de acá y solo tengo esta cuchilla quirúrgica para lograrlo. Deberé tener gran cuidado cuando haga el corte. 

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