El barrio Andrés Sanín: rompecabezas sobre el pantano

Por Redaccion Cali… |

Redacción Caliescribe

Los habitantes del barrio Andrés Sanín han tenido que ver impávidos el progreso de la delincuencia en sus calles. En los balcones de las familias que pudieron pagar el 2do piso, los niños se agolpan acurrucados, a adivinar en la distancia el número de muertos, haciendo cálculos elementales con los disparos que se escuchan por allá, en la cancha.

“No tenemos seguridad en las noches, en la parte de atrás dela cancha. El frente del barrio, lo que queda más cerca de la (avenida) Ciudad de Cali, es relativamente tranquilo. Pero cuadras abajo, tirando pa’ Puerto Mallarino, la cosa es a otro precio, es como si la cancha partiera el barrio en dos” Doña Marina se refiere al complejo deportivo instalado en el barrio. Hay que decir que está bien dotado, está enmallado totalmente (mala señal) y hasta cuenta con dos canchas sintéticas bastantes decentes, que se alquilan a precios módicos. El problema que parecía haberse resuelto con el enmallado del perímetro de las instalaciones se trasladó a la zona periférica: los números habitantes nocturnos de la cancha ahora se dispersan por las zonas aledañas, con un aliciente: Ya no tienen donde sentarse a conversar, les toca permanecer en movimiento toda la noche.

De los antiguos humedales

Este antiguo barrio de la capital del Valle, en sus comienzos pertenecía a la zona inundable del Río Cauca. Al igual que muchos de los barrios del Distrito de Aguablanca, éste fue urbanizado poco a poco por particulares, que haciendo uso de los ejidos de la ciudad a su antojo, sacaron provecho de las nuevas tierras, sectorizándolas en lotes y vendiéndolas a campesinos recién llegados de Nariño, Cauca, Tolima y Huila, que pisaban la ciudad atraídos por el repentino crecimiento económico que tenía en esos días.  Hace más de 50 años que se iniciaron los trabajos de urbanización de esta zona, que, finalmente, terminó por arrinconar al río en su cauce.

Don Noé Ospina habita el sector desde el comienzo. Atiende un puesto de dulces en la esquina de la calle 23. Tiene 4 hijos y el mayor de ellos ahora es ingeniero civil de la Universidad del Valle, por lo cual el viejo reconoce que a pesar de todo es posible criar los hijos en el barrio. “Cuando llegamos aquí, con mi señora y la niña mayor, un tipo había dividido el terreno en cuadros, con unas piolas. Eso no servía de mucho, la verdad, parar mantener el orden, porque había otros que vendían terreno de otra manera: Usté se paraba en una línea y tiraba una piedra, obviamente más o menos hacia el pedazo al que ya le había echado el ojo, y donde cayera, era suyo. Ésa fue la estafa más grande de la historia de Cali, le cuento, no servía de nada, la gente interpretaba a su placer la ubicación de la piedra y muchas piedras eran lanzadas en el mismo pedazo, a distintas horas del día, por el mismo señor. Al final la casa era para el que tuviera más prisa, el primero que construía se quedaba con eso, o a veces negociaban, y les daban un pedazo del terreno. Imagínese eso, casas que estaban ensanduchadas (sic) entre otras cuatro, ¡sin salida a la calle!. El desorden era total”

Los humedales y madre viejas del río que existían décadas atrás no fueron integradas a la zona urbana con un manejo organizado del ordenamiento territorial. Dejadas a la suerte, muchas calles fueron trazadas por los mismos habitantes, edificando manzanas enteras sobre esa cuadrícula errónea. Los efectos de esto se ven ahora, lustros después: Calles demasiado estrechas, por donde no pueden cabe más de un carro a lo ancho (error de principiante o poca capacidad para proyectar las necesidades en el tiempo. –la calle en esos días sin carro parecía suficientemente ancha, no previeron que en algún día perdido en el futuro dos conductores iban a tener la idea de doblar en ambas esquinas de la cuadra, en dirección opuesta, para atascarse en el centro y tener que decidir quién cedía y regresaba 35 metros en reversa)

El problema nos puede servir de ejemplo, para nuestros días, en los que se nota un afán desenfrenado por concluir obras que, sin los estudios previos, pueden más adelante, obstruir un corredor vial o una gran zona pública abierta (de las que en Cali no hay ni una sola). Que tomen nota los que están encargados de sacarnos del atolladero.

    


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