No alcanzaron las alianzas, el domingo de Milton Castrillón

Por Andrés Belalcázar |

Una parada para rezar y una vuelta por el barrio Villa Nueva (Barrio que lo vio crecer); un recorrido por los puntos de votación donde saltaban a cada segundo rumores de irregularidades, una protesta de taxistas y una rueda de prensa desierta en el Intercontinental. Esos son los momentos que resumen el largo día en que Milton Castrillón perdió la alcaldía de Cali por un amplio margen con Rodrígo Guerrero.

Las mentadas alianzas de último minuto no dieron en el clavo, al parecer en muchos aspectos no hicieron más que acentuar la sombra de duda que ya marcaba la campaña del que para muchos era el candidato de una siniestra alianza de poderes. Aparte de restarle votos a Urrutia entre las clases más populares de la ciudad, su estrategia no alcanzó más que para ponerlo en el segundo puesto.

Del 42% con el que ganó Rodrigo Guerrero al 19% de Castrillón, hay una distancia marcada por varios aspectos. No es sólo que Castrillón no acertara en los debates al usar las más sucias de las estrategias, como insinuar que Guerrero era un viejo inútil. Es también que sus relaciones con Juan Carlos Martínez y Juan Carlos Abadía ganaron más desconfianza que votos.

Lo que ocurrió fue sencillo: a los ojos de todos Rodrigo Guerrero era un candidato mucho más hábil, mejor rodeado y había ganado la voluntad de las clases medias y altas apelando al espíritu conservador que ve con tan malos ojos a los candidatos como María Isabel Urrutia: Una MUJER, POBRE en un partido de IZQUIERDA. Y también a los candidatos sospechosos como Castrillón. El viejo lobo llegó a salvar el equilibrio social que ha mantenido a la élite valluna intocable durante décadas. Volvió de su retiró entre las momias a restaurar el Orden. Eso debe quedarnos muy claro.

La mañana del domingo de estas elecciones una llovizna enfriaba los ánimos de los electores. En toda la ciudad las maquinarias empezaron a despachar buses, a enviar vigías, y por descontado, a comprar votos en Cali.

En el andén de una calle de su querido Villa Nueva, con un cura que tenía gafas como las de Terminator y un instructivo de como votar a un lado del cristo, se ofició la misa que abrió la jornada con sermones y bendiciones, de ese hombre de lentes oscuros al que nadie le vio nunca los ojos.

Por las calles corrían las aceitadas maquinarias del ganador. Se dice que se transportaron votantes hasta en carretillas y ¡cómo no! Después de la misa. Milton salió apurado a votar en compañía de su padre. Entonces empezó la maratón. Correr y correr del primero al último puesto de votación: de todas partes llegaban rumores de este talante:

Los jurados no dejan que voten por Castrillón, le dicen a los electores que está inhabilitado.

La Registraduría no tiene ningún funcionario vigilando los comicios en tal escuela.

Al centro de votación de la Casona sólo enviaron una máquina de huellas dactilares. Eso nos resta votos.

“¡Vamos Ganando según los últimos reportes!” Repetía en cada calle y la gente celebraba a veces incrédula con el radio en la mano.

Fue en una de esas cuando de entre la multitud se asomó la peluca del Pibe Valderrama. El personaje se abría paso con una barriga desproporcionada adornada por las franjas verdi-blancas del Deportivo-Cali. Lo abrazó, lo felicitó y se tomó la foto. Eso le bajó el ritmo al candidato. Miltón avanzó de abrazo en abrazo, de apretón en apretón. Y un morocho, de esos que no guardan la boca, se cruzó por su camino.

El cruce de palabras fue confuso. Algo de una promesa y una calle sin pavimentar. “Ya he oído eso, ya lo sé”. Le dijo Milton. “Nosotros también sabemos” Le respondió el mulato y le soltó una sonrisa que no quiso siquiera ser sincera.

Pero el afán del candidato no podía detenerse en un votante descontento. Su celular no paraba de sonar y había que moverse por Cali para garantizar la claridad del proceso.

Cuando llego, muy preocupado por algunos rumores, al colegio Pablo Rebolledo. Se encontró con que no había un emisario de la Registraduría. Se plantó frente a un oficial de policía y le soltó la queja hasta que estuvo contento. Salió de ese colegio con el ánimo de visitar cada mesa; pero en adelante no le permitieron entrar a los lugares de votación. “Es ilegal, señor. Entienda”. Imaginen ustedes, es como si el gobernador se metiera esa noche a la Registraduría.

Ya entrada la tarde le perdimos la pista. Lo fuimos a esperar a la sede de campaña en la Avenida Roosevelt con 36. Se esperaba que tarde o temprano pasaría por allí a comentar los preliminares; pero en su lugar llegó un ejercito de taxistas enojados.

Muy serios, pero con ese sentido del humor chavacano que circula en las calles, reclamaron el pago de un día de trabajo que se les negaba. Sin mucha resistencia se tomaron los alrededores de la sede, sacaron unas mesas (según versiones) y bloquearon la calle con sus carros. Los aterrados funcionarios no atinaron a hacer nada más que a llamar la policía. Con ella llego el SMAD.

“¡Vos me debes! ¡Vos me debes! ¡Vos me debes mi plata!”

Cantaban estos señores con sus contratos de servicio en la mano. “Págame Milton que tengo hambre” Gritaba otro. Una voz perdida en el mar de cabezas sudorosas a las afueras de la sede. El panorama no prometía una aparición del solicitado. Por fuentes alternas descubrimos que iba rumbo al Hotel Intercontinental. Allí haría sus declaraciones de cierre. Entre el delicioso amarillismo de una manifestación de taxistas y el cierre de una campaña perdida, elegimos el cierre.

Allí estaba, caminó por los pasillos. No causó gran revuelo. Sólo Caliescribe y Más Noticias (medios virtuales alternativos) lo esperaban. Allí se quedó casi 45 minutos, completamente digno. Entero después de la batalla. Segundo, el rey de los derrotados. Esperó a que los grandes medios, que andaban cazando peces más afortunados, volvieran sus miradas hacia él. Antes de una hora llegó Caracol y arrancó el asunto.

Nada que recordar, esas nos fueron sus últimas palabras de la noche. Luego llegaron las denuncias de 100 mil cedulas. En la contienda por la Gobernación Useche tomaba la delantera no muy lejos; pero no muy cerca de Homero.

Estoy seguro que al final de la noche recordó muchas cosas, entre ellas el debate donde le dijo a Guerrero que era un viejito inútil. Ese viejo inútil lo había vencido. Milton apenas entendió el concepto de esperanza de vida con el que había tratado de desacreditar a su oponente. Afortunadamente tiene esa esperanza de vida para levantar su carrera política.  

 

 

 

 

 

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