

Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle y especializaciones en la San Buenaventura. Ha sido docente en los Andes y en su Taller Internacional de Cartagena; en Cali en Univalle, la San Buenaventura y la Javeriana, en Armenia en La Gran Colombia, en el ISAD en Chihuahua, y continua siéndolo en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en El País desde 1998, y en Caliescribe.com desde 2011
Kevin Lynch (1918-1984) ingeniero, urbanista y escritor, identificó los hitos urbanos como esos puntos de referencia que son impactantes al momento de visualizarlos; que el espectador no entraba en ellos si no que solo recibía el impacto al verlos y le servían como puntos de referencia en la ciudad (La imagen de la ciudad, 1960), pero también Lynch se preguntaba por su historia (¿De que tiempo es este lugar?, 1972), y lo mismo hay que indagar sobre la memoria colectiva de los ciudadanos sobre ellos; un término acuñado por el filósofo y sociólogo Maurice Halbwachs (1877-1945) que hace referencia a los recuerdos y memorias que atesora y destaca la sociedad en su conjunto.

La mayoría de los habitantes de una ciudad, al circular en ella para realizar sus diferentes actividades cotidianas, necesitan apoyarse en referencias visuales, y no apenas en letreros informativos, lo que les permite situarse de inmediato en su trama urbana, facilitando su movilidad y dándoles una sensación de seguridad. Son imágenes urbanas que se conforman por medio de su identidad, estructura y significado, y por eso interesa tanto la imagen colectiva que conforman, como los puntos coincidentes de los distintos grupos sociales que habitan una ciudad, facilitándoles una mejor convivencia en ella y no solamente más seguridad en sus recorridos.
Referencias que suelen ser algunos edificios emblemáticos, parques, plazas, o diseños urbanos de imagen fácilmente legible y recordable. O monumentos, los que son construcciones arquitectónicas o, usualmente, solamente escultóricas, pero generalmente de grandes dimensiones, que se erigen en recuerdo de una persona o un hecho memorables; y los escultóricos, en general compuestos por estatuas, han sido un elemento constante en muchas culturas y sociedades, imitando modelos reales, las que suelen estar arriba de altos pedestales para destacarlas y evitar que sean dañadas, y generalmente con forma de prisma rectangular y con placas alusivas al monumento.

Así, cuando un monumento se convierte en un hito urbano, claramente identificado en la memoria colectiva de los ciudadanos, sus connotaciones históricas pasan a segundo plano, y si es del caso las precisiones necesarias se deben hacer en el sitio mismo mediante placas informativas, y no eliminando el monumento y con él un irremplazable hito urbano. Y menos aún vandalizarlo buscando solo el protagonismo de la violencia, ese espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, como define la palabra el DLE. Eliminando monumentos no sólo no se olvida lo que significaba su historia, pero si se pierde la ocasión de rectificarla allí mismo para los visitantes.
De esta manera, serían monumentos que, además de constituir puntos de referencia, permitirían que varias generaciones de ciudadanos se identifiquen y compartan juntos una cultura común en el espacio urbano público mediante sus más reconocidos hitos urbanos. Como es el caso de los más reconocidos monumentos de muchas ciudades, los que suelen estar en sus principales plazas y avenidas, o en entrañables miradores en sus partes más altas, en donde impactan, vistos desde las partes bajas a su alrededor, o desde ellos mirando la ciudad abajo y no al monumento, y mucho menos a su relato pero si a su imagen colectiva en tanto hito urbano.