VIDA NUEVA
Evangelio: San Juan. 6, 51-59: «Yo soy el Pan Vivo, bajado del cielo»
La vida está estrechamente unida al alimento. Es nuestra propia experiencia y nos duele contemplar el drama del hambre en el mundo. A todo lo largo de la historia Dios ha estado atento a esta necesidad básica del alimento material de todos los seres llamados por él a la vida. Dios ha querido que usando de la creación, y mediante su trabajo, el hombre se procure lo necesario para satisfacer sus necesidades y las de sus hermanos. – Pero el hombre necesita además, para llenar su plena vocación, otro alimento. Ante él se abre el mundo del espíritu que debe nutrirse del conocimiento y del afecto. Tiene a su servicio la palabra y el amor. Y además, puesto que Dios lo ha llamado a su amistad y le ha abierto el acceso a su misterio, tiene necesidad de un alimento divino: él le ha dado su Espíritu.
Este domingo, al igual que otros muchos, nos reunimos para celebrar la Eucaristía y escuchar la Palabra de Dios. Pero hoy lo hacemos en un día sumamente especial, porque celebramos la festividad del «Corpus Christi», «El Cuerpo y la Sangre del Señor». Ha arraigado hondamente en el Pueblo cristiano, desde que nació en el siglo XIII. Esta solemnidad es la festividad del Sacramento de la Eucaristía, la festividad de la presencia real del Señor en un poco de pan y de vino, tal como el Él lo anunció y mandó que hiciéramos.
¿Qué me dice el Señor a mí en el texto?
Ahora no se trata sólo de recibir en la vida la Palabra reveladora de Jesús, sino de hacer un lugar en la propia vida al Misterio de su Persona, que quiere alimentarnos. Jesús es «Pan de vida», no solamente en todo lo que Él hace, sino especialmente en su Iglesia, en el sacramento de la Eucaristía, donde el ámbito comunitario de la unidad de los creyentes, también lo es con Cristo.
Mejorar la celebración y mejorar el culto.
La fiesta de hoy nos invita a hacer un esfuerzo por mejorar nuestra Eucaristía en sus dos vertientes, que son dos aspectos del mismo misterio. – a) Ante todo, mejorar la misma celebración de la EUCARISTIA, como signo de nuestro aprecio del Sacramento que nos dejó el Señor. Este compromiso de ir mejorando nuestras celebraciones lo debemos recordar a lo largo de todo el año. Pero hoy, de un modo particular, por ejemplo, realizando mejor el gesto de la paz y la fracción del pan, para significar la fraternidad.
b) También es conveniente que reflexionemos si prestamos suficiente atención al culto eucarístico fuera de la celebración. En circunstancias normales -sin las restricciones de la pandemia- seguramente, hacemos algún acto especial de adoración, prolongando la Eucaristía con una procesión más o menos solemne, o bien con unos momentos de meditación y alabanza antes de la despedida.
Este culto -respeto y adoración expresiva- deberíamos cuidarlo siempre: la dignidad del sagrario (que no es una «bodega» para acumular Hostias consagradas, sino para guardar sólo la «reserva» del Santísimo Sacramento), la lámpara encendida, la genuflexión cuando al principio y al final de la celebración pasamos ante él (pues, no estamos pasando ante una simple imagen), los momentos personales de oración o «visita» ante el Señor en la Eucaristía, la organización de la «bendición con el Santísimo» con una «exposición» más o menos prolongada y solemne para la adoración comunitaria.
La fiesta de «Corpus Christi» nos habla de la manifestación del Señor, pero no solamente en las procesiones por las calles de nuestras ciudades y pueblos (que está muy bien hacerlo), sino en nuestra manera de vivir, que debe ser signo de fraternidad, de unidad, de caridad.
María, mujer eucarística
Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia… Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él… En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios… Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat “hágase” pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios». En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino» (S. JUAN PABLO).
¿A qué me comprometo para demostrar el cambio?
¿Cómo me apropio en mi vida las enseñanzas del texto? Para el momento de la contemplación podemos repetir varias veces este versículo del Evangelio para que vaya entrando a nuestra vida, a nuestro corazón: «Quien come este pan vivirá siempre». Y de esta forma nos ponemos en contemplación, repitiendo y agradeciendo a Jesús que venga. – Debe haber un cambio notable en mi vida. Si no cambio, entonces, pues no soy un verdadero cristiano.
Personalmente: me propongo profundizar en la lectura del texto. ¿Qué cambiará en mi vida? Te proponemos participar con mucha profundidad de una Celebración Eucarística. Y tal vez, pueda invitar a alguna persona que aun conociendo al Señor, esté pasando por un momento difícil y necesite de un aliento para ir a orar contigo y alimentarse del Señor. En la Familia o en la Comunidad: reconocer cuáles son los impedimentos que tenemos y que ponemos para participar en la Celebración Eucarística dominical. Pues muchos son católicos, pero no van a la Celebración comunitaria. Demostremos, con la práctica convencida, que somos creyentes de verdad.