
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
De La historia de los árabes, 1991, de Albert Habib Hourani (Manchester 1915-1993), intelectual libanés-británico, quien estudió filosofía, política y economía en Oxford, dice Edward Said, fundador con Daniel Barenboim, de la West-East Divan Orchestra, que es “una historia realmente accesible y sin prejuicios de los árabes”. Y hoy en día muy de actualidad, precisamente.
Su punto de vista sobre la casa árabe es de interés en Iberoamérica pues es el origen de sus casas tradicionales (pp. 166 a 169), de las que hay tanto que aprender en términos de sostenibilidad, tan necesaria ahora, y porque constituyen el contexto histórico de pueblos y centros históricos, que se están destruyendo sin ver sus consecuencias para la identidad de sus habitantes con ellos, y por lo tanto su convivencia en paz.
Lo típico era que la casa árabe, a partir de la tradición greco romana del Mediterráneo, se levantara alrededor de un patio con talleres en la planta baja, y escaleras a las dos o tres plantas altas en donde había apartados con diversas habitaciones, terminando en las características azoteas de las ciudades del Magreb, las que curiosamente no menciona Hourani. Azoteas escalonadas que forman un gran espacio común transitable como precisa el crítico Carlos Jiménez, que ahora habita allá.
Y que aquí aun se pueden encontrar en Santa Marta y algunas pocas en Cartagena. Pues el caso es que el relieve, clima y vegetación del trópico en Iberoamérica, pronto las modificó, dejando las casas apenas de una o dos plantas y cubiertas por grandes y protectoras techumbres, eso si, de teja árabe, que después, ya en el interior del país, generaron amplios aleros protectores, junto con las aceras, de las fachadas y los peatones.
Allá en el campo los animales ocupaban las plantas bajas y encima se depositaban los cereales. La sala principal estaba en el piso mas alto, de modo que gozara de mejor ventilación y mejores vistas. Como aquí en cualquier casa de hacienda colonial, que en el plan del valle del río Cuca fueron de “alto” es decir de dos pisos, mientras que en la “loma” bastaba una sola planta.
A las casas árabes se llegaba por una callejuela que salía de una calle principal, y salvo el tamaño de la puerta, nada revelaba la riqueza de sus habitantes, ni provocaba la envidia de los gobernantes o la curiosidad de los transeúntes, impidiendo ver sus interiores mediante circulaciones acodadas. Eran para vivirlas adentro, apartadas de lo público. Igual que aquí en las casas coloniales, o de tradición colonial después, que suelen ser de medios patios y solar, que están separadas de la calle por un zaguán.
En esencia, las ciudades son un conjunto de seres humanos que viven juntos de una manera determinada como dice Eric Hobsbawm (Sobre la historia, 1997, p. 96). Ciudades antes conformadas en su mayor parte por casas y ahora por edificios de apartamentos, pero unas y otros al fin y al cabo viviendas, por lo que es mas que útil conocer su origen y cultivar su tradición, reinterpretándola.
Como dice El Corán: “El interior de tu casa es un santuario: los que lo violen llamándote cuando estás en él, faltan al respeto que deben al intérprete del cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige.” (versículos 4 y 5, capitulo XLIX, conocidos como “El Santuario”). Pero se olvidó cuando aquí el “apartament” americano se puso de moda después de la II Guerra Mundial. “A set of rooms for living in, including a kitchen, usually on one floor of a building.”