
Efraim del Campo Parra
Politólogo Con maestría en Política (Sheffield, UK), y ciencias políticas y relaciones internacionales (Ginebra, Suiza); consultor en programas de desarrollo económico sostenible para la OIT (Suiza) y la Cámara de Comercio Hispanoamericana de Carolina del Norte. Especialista en desarrollo sostenible y política pública.
En la última semana varios políticos, líderes empresariales y de opinión han debatido sin cesar sobre los costos socioeconómicos de la cuarentena en Colombia. No obstante, dichos debates se centran en dilemas inexistentes ya que desconocen que la actual coyuntura es consecuencia de la incapacidad de nuestro sistema de bienestar social (salud, transporte, educación, etc.) de proveer los servicios necesarios y de calidad. Esta crisis, en comparación a las anteriores no emerge por déficits públicos, especulación o precios bajos en materias primas, sino por la incapacidad de nuestro sistema de proveer servicios básicos de calidad, que en ultimas se refleja en los profundos impactos económicos que sufrimos hoy.
En países ricos, como Francia, Reino Unido o Alemania, el dilema entre una cuarentena y permitir/flexibilizar la actividad económica son casi inexistentes por una simple y llana razón, un sistema social de bienestar fuerte. En general estos países poseen un sistema social en donde los servicios básicos, tales como la salud, educación y transporte público, poseen altos estándares de calidad los cuales brindan garantías y estabilidad en tiempos de incertidumbre. Aunque desde los noventa, los sistemas sociales han sufrido cambios significativos en la forma en como están estructurados (público, privado o mixto), las sociedades europeas han tenido claro que el sistema social es esencial para el buen funcionamiento de la sociedad en escenarios como los actuales. De ahí que las reformas al NHS de Reino Unido (salud) o al CNCF de Francia (transporte) sean tan impopulares entre la población.

En Colombia la historia es completamente distinta. En contraste con los países europeos, el sistema social colombiano parece de nadie. Es verdad que en los últimos años Colombia hemos tenido grandes progresos sociales y económicos nunca antes vistos. Sin embargo, los colombianos desconocemos lo vital que es este sistema para el buen funcionamiento de la sociedad, y en vez de protegerlo y fortalecerlo lo que buscamos es evadir impuestos, no formalizar nuestros negocios y elegir políticos que descapitalizan el sistema a través de la corrupción o promueven reformas regresivas. Un sistema social que se financia en su mayoría de una clase media que no tiene la opción de mandar su capital a paraísos fiscales o de trabajar en la informalidad, y de unas pocas empresas que funcionan con enormes trabas burocráticas y fiscales no solo convierte al sistema económicamente inviable, sino socialmente apático e parcializado en grandes sectores de la sociedad.
Reconozco que no todos los colombianos evaden sus contribuciones o no son apáticos al sistema de bienestar social, pero de lo que si no me cabe la menor duda es que como sociedad tenemos que hacer un mea culpa y reflexionar sobre la manera en como hemos pensado nuestro sistema de bienestar social y la forma en como lo administramos. Ya es hora de que las personas que más dependen de él hoy en día (empresas y personas), se concienticen de su importancia y entiendan que todos tendremos que hacer nuestra contribución según nuestras capacidades. Pero nuestra responsabilidad no se limita a nuestros aportes al sistema, también es deber de todos de vigilar y castigar jurídicamente o socialmente a aquellos políticos corruptos que juegan con nuestras necesidades básicas. Contratos con sobrecostos de los alimentos distribuidos por ciertas alcaldías es un reflejo de lo mal que estamos haciendo las cosas como sociedad, al elegir a políticos que están en total desconexión de nuestras necesidades y prioridades.

Las crisis se han convertido parte de nuestra normalidad, exigiéndonos cada día adquirir las habilidades y capacidades necesarias para afrontar futuros inciertos. La resiliencia de una sociedad no solo se demuestra por su capacidad de resistir, sino por su capacidad de aprender de los errores cometidos para adaptase a nuevas coyunturas y horizontes. El tiempo dirá si los colombianos aprendimos de nuestros errores o no.
Dictum: En un país medianamente sensato a nadie se le ocurre cerrar el congreso mientras la crisis pasa, solo en Colombia. Ojo, peligra el Estado de derecho cuando el congreso de la república no hace control político al ejecutivo.