Por Carlos Enrique Botero Restrepo
Arquitecto Universidad del Valle; Master en Arquitectura y Diseño Urbano, Washington University in St: Louis. Profesor Maestro Universitario, Universidad del Valle. Ex Director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Valle (de2012 a 2015) y Director del CITCE (Centro de investigaciones Territorio Construcción Espacio) de 2006 a 2010.
Un recorrido a pie alrededor de una manzana cualquiera en un barrio de cualquier estrato socioeconómico, proyectado bajo los más elementales principios de urbanismo moderno, tal como llegó a Cali a partir de 1920, permite constatar el deterioro creciente del espacio público.
Son dos los primeros elementos que evidencian tal problema. El primero es el andén, el componente fundamental del espacio público para la movilidad. Si existe, está fraccionado por partes coincidentes con el ancho de cada frente de casa, variando del uno al otro por la textura de los materiales de acabado. Se pasa de uno a otro porque aparece aquí un andén enchapado con baldosas cerámicas, allá uno acabado en granito, otro más en concreto peinado, otro en cemento liso. Y así, uno tras otro el camino urbano que resulta, termina siendo una franja de retazos que no sólo parece un gran remiendo mal hecho sino que también resulta peligroso para quien transita desprevenido porque tropieza o se desliza y cae y se desata una agresión al peatón, el habitante natural de la ciudad.
A Rogelio Salmona le oímos afirmar que la mejor ciudad empieza por el mejor andén contínuo y uniforme, que permite al transeúnte mirar aquí y allá, disfrutar de las visuales del entorno, de las vistas próximas y lejanas, de la buena arquitectura que ofrece al paisaje de la calle el equilibrio de su volumen, el misterio discreto de una ventana entreabierta. Todo aquello que no se puede disfrutar porque se debe caminar con la mirada clavada al suelo para evitar los baches, evitar el tropezón por los cambios de alturas !gradas en un andén! todo aquello que hace del más simple recorrido un riesgoso intento por usar lo más elemental de la ciudad.
Para colmo de males, todavía abundan en Cali los andenes recortados para ampliar la calzada vehicular en contra del habitante natural, la cuota de destrucción que aportan las autoridades municipales -entiéndase Secretaría de Tránsito Municipal- complementando el desastre que genera el propietario que piensa que el andén es de su casa y es de él y que se pavonea por los acabados que le da frente a su casa para diferenciarse de los vecinos.
El otro elemento es el antejardín o jardín anterior, el espacio entre el andén y la fachada de la casa. Este espacio, que llegó a Cali en 1920, a los barrios Granada y El Peñón y después se fue generalizando hasta el día de hoy, es el que más sufre por el tratamiento indiscriminado que le dan los propietarios de cada predio. Unos lo cubren con un techo de cualquier material, otros los pavimentan y enchapan, otros los enrejan y hasta los encierran con muros, otros combinan todas estas barbaridades, en una vergonzosa demostración de que no se entiende la difícil ecuación de que tal espacio, siendo propiedad privada, tiene función pública.
El antejardín de una casa es parte del antejardín de toda una manzana y cualquier alteración en un solo punto, empieza a erosionar el conjunto que forma con las demás manzanas al frente, a los lados, atrás. No entienden, quienes así actúan, que el antejardín como franja colectiva que rodea una manzana, apareció como alternativa a los patios interiores de las casas de las manzanas de los barrios tradicionales como San Antonio. Todo por una irrefrenable necesidad de acomodar más casas, más familias ocupando menores áreas urbanizadas.
El problema no es sólo la alteración de la unidad formal que da un antejardín contínuo, sino también la pérdida de calidad ambiental con aumento de superficies reflectivas, pérdida de los flujos contínuos de aire e incremento inevitable de las temperaturas en la ciudad. En últimas, contribución al deterioro creciente del escenario fundamental de la vida en la ciudad.