
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Como dice Yuval Noah Harari (21 lecciones para el siglo XXI, 2018) “cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión, y se nos advierte que no lo llamemos “noticia falsa” para no herir los sentimientos de los fieles (o provocar su ira)” (p. 259), sin embargo la verdad es que “a la gente no le gusta admitir que es tonta” (p. 313) y actualmente la duda es una condición de la libertad” y en consecuencia el problema es que “algunas personas no pueden soportar tanta libertad e incertidumbre” (p. 323), aunque en Cali se debería pensar que no son pocas sino muchas, incluyendo a los políticos, empresarios, comerciantes y publicistas que pretenden orientar su “progreso”.

Por eso, aunque cada vez, afortunadamente, se habla más de la destrucción de la naturaleza (No hay cómo parar la deforestación, Semana 29/09/2018), infortunadamente muy poco se menciona la sobrepoblación del planeta y la de las ciudades solo se toma como un dato estadístico. Y el que en Cali, por ejemplo, se haya pasado de unos treinta mil habitantes a cerca de tres millones en un siglo no es una noticia que explique la “noticia” del fracaso del que insisten en llamar “bulevar del rio” para no herir los sentimientos de sus gestores, pese a que no es ni puede ser tal y como titula El País (04/10/2018) es “un espacio público que pierde su encanto por estos males:” droga, bebida, vagos, etc.
De nuevo hay que recordar que los griegos llamaban idiotes a los que no se ocupaban de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados; como esos idiotas de ahora que dejan que otros manejen los primeros al tiempo que olvidan que los segundos tienen deberes públicos, sobretodo cuando se trata de terrenos privados pero urbanizables o ya urbanizados. O esos atarbanes que en su comportamiento cotidiano en las calles, ya sea en carro o moto, pero lamentablemente tambien en bicicleta o caminando, no consideran a los otros; o que alteran “sus” fachadas sin considerar que también son públicas en tanto parte de la imagen de una calle, un barrio o la ciudad misma.
En conclución es urgente formar nuevos ciudadanos para el siglo XXI, para que que no sean tan idiotas de continuar creyendo que viven en verdaderas ciudades y que “cuando se trata del clima, los países ya no son soberanos”. Y el hecho preocupante es que, como dice Harari, hasta “hemos ido perdiendo nuestra capacidad de prestar atencion a lo que olemos y saboreamos” (p. 111). Y ni se diga lo que muchos no ven; o, peor, lo que no ven, o, peor aún los que prefieren no ver pues “no pueden soportar tanta insertidumbre”. Tanta miseria, tanto mugre, pero que al mismo tiempo dicen querer cambiarle la cara a la ciudad al mismo tiempo que niegan tanta feura que hay en ella.
Afortunadamente la renta básica universal, RBU, un nuevo modelo que despierta cada vez mas interés, pero que en lugar de dar dinero a la gente que consista en “que los gobiernos graven a los multimillonarios y a las empresas que controlan los algoritmos y los robosts [y así] los gobiernos podrían subvencionar servicios básicos universales en lugar de salarios [educacion, atencion sanitaria, transporte y demás] es la visión utópica del comunismo [pero] quizá todavía seríamos capaces de alcanzar el objetivo comunista por otros medios” (p. 58). Leer a Harari puede ayudar finalmente a lograrlo sin pervertirlo como ha sucedido, de Rusia a Cuba, porque lo de Venezuela ya es otra cosa.