
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
habría que pensar en cómo van a envejecer los proyectos cuando se construyan

Mucho se ha escrito sobre el envejecimiento del ser humano, pero poco del de la arquitectura y las ciudades, aunque sí de las invisibles, como Italo Calvino en su libro de 1972. Por supuesto sí se ha escrito sobre su conservación, restauración, remodelación y reconstrucción, y hay manuales para su mantenimiento, pero muy poco sobre su ineludible envejecimiento. Este les es tan propio como lo es a la gente, y lo que resta es usarlo para corregir errores o no cometerlos de nuevo, y reinterpretar las buenas soluciones. Pero siempre habría que pensar en cómo van a envejecer los proyectos cuando se construyan, y, por ejemplo, aprovechar la pátina de los materiales naturales y de ahí utilizarlos en lo posible.
Mantener es, primero que todo, limpiar los edificios, en especial sus fachadas, las que en las grandes ciudades lo necesitan más debido a la polución procedente de las fábricas y vehículos. Pero igual es reemplazar terminados gastados o dañados, o sustituir elementos, partes o instalaciones viejas o estropeadas, o las que ya han servido lo suficiente por otras más nuevas y ojalá mejores.
Conservar, busca no demoler construcciones por razones de sostenibilidad, culturales o económicas, e implica todas las operaciones para que pueda seguir funcionando adecuadamente sin necesidad de alterar su arquitectura. Sin embargo también se puede/debe aprovechar para mejorarla, renovándola, agregando algo nuevo o necesario, o reemplazándolo o sencillamente eliminándolo.
Restaurar, ya es recuperar elementos deteriorados por el tiempo o el uso, o la sustitución de los que no permiten hacerlo, dejándolos en el estado o estimación que tenían, para poder conservar sin envejecer edificios y ciudades de interés cultural. Lo que conlleva el problema de tener claro qué es lo que se estima, por qué, y a quiénes importa, antes de, a veces, volverlos sólo unas momias.
Remodelar, es adaptar los edificios para nuevos usos o mejorarlos, y así asegurar su supervivencia, pero implica modificar su diseño inicial sin dañar la esencia del conjunto y considerando que sus usuarios ya serán otros. Y desde luego es toda una aberración mantener en los cascos históricos el exterior restaurado del edificio y modificar todo el interior, como insólitamente sigue pasando.

Reconstruir, es levantar sobre las ruinas, o de nuevo, una arquitectura no apenas un edificio, y puede ser procedente como la del Pabellón de Barcelona y no pocas pirámides y templos antiguos. Pero pretender hacerlo de la manera original no es fácil y hasta imposible, y no se pasa de realizarlo a semejanza de lo que se sabe o supone de algo ya desparecido, y que muchos dan por cierto.
su logro es su acomodo a esos cambios
Si bien el sino de la arquitectura es el cambio, como señala Rafael Moneo (1985), su logro es su acomodo a esos cambios. Todo un dilema que, por ejemplo, deben encarar los arquitectos encargados de poner nuevas cubiertas con paneles solares a viejos edificios sin dañar su apariencia ni comprometer su buen envejecimiento. Una vieja techumbre es cada vez más bella pero no una cubierta plana, y una azotea depende de su uso. Una pared encalada envejece bien pero con pintura solo se mancha. Un suelo de mármol, granito, piedra ladrillo, hormigón o madera es más bello que un porcelanato que pronto pasa de moda. Los restos de la mejor arquitectura son bellos y los de la mala feos e inútiles escombros.