Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

Vida nueva

Evangelio San Marcos 14, 12-16.22-26

Una vez más la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Signos, palabras, mensajes, Cristo vivo proclamado y llevado en triunfo por nuestras calles, Cristo vivo adorado y glorificado en el corazón de la Iglesia.

La primera lectura de este domingo nos lleva al desierto. Moisés cumple una tarea sacerdotal y levanta en la aridez de aquellas regiones un altar para ofrecer sacrificios, mientras que el pueblo decía con decidida esperanza: “haremos todo lo que diga el Señor”, formalizando, con sangre derramada, la alianza en la que Dios se compromete a estar con su pueblo.

La Eucaristía celebrada hoy con solemne piedad, nos dejará sobre la mesa santa el Pan para el Camino. Todo camino parte de algún lado y  espera llegar un día al mismo punto de partida tras haber llenado la historia humana con la presencia del que prometió mantener la Alianza sellada con su sangre, como nos lo cuenta San Marcos en el Evangelio, mientras que se hace solidario caminante, celoso amigo, constante y fiel compañero de la vida de la Iglesia peregrina.

En nuestro camino hay mucha sangre. Sangre de mártires, sangre de dolores, sangre de hermanos que van dejando huellas dolientes en los senderos de la historia. Cuanto quisiéramos que esa entrega de tantos se vuelva paz y consuelo, vida y fraternidad que sostenga la esperanza, que calme la sed de justicia, que nos transforme desde dentro para proseguir nuestros caminos con el corazón sanado por el amor.

La Eucaristía, aliento del pueblo santo y signo de su esperanza, debe formarnos para la unidad y para la comunión. Hoy más que nunca el Sacramento adorable debe ser vínculo de unión, espacio para mirar unidos no sólo a la presencia adorable del Señor, sino también la eficacia de su amor que restaura el corazón de la humanidad, que devuelve la dignidad, que alimenta de modo verdadero la existencia humana. Cuando tantos proponen un humanismo, el Dios de la vida entendió el humanismo del Pan que, al tiempo, alimenta, sana, conforta, nutre; haciendo de este medio tan elemental el signo de su presencia, presencia que se hace viva también en la realidad del hermano, El Beato Paulo Sexto hace cincuenta años en Bogotá nos lo recordó:

Por lo demás Jesús mismo nos lo ha dicho en una página solemne del evangelio, donde proclama que cada hombre doliente, hambriento, enfermo, desafortunado, necesitado de compasión, y de ayuda es El, como si El mismo fuese ese infeliz, según la misteriosa y potente sociología, según el humanismo de Cristo.

Seamos comunión de esperanza y signos de Dios.

La Eucaristía debe generar esa unidad para que la comunión permita que el Altar sea, como lo explica bellamente la segunda lectura  el signo que purifica nuestra conciencia de todo mal, de todo egoísmo, de toda soledad.

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