En vísperas de la fiesta de Cristo Rey del próximo domingo, con la que la iglesia cierra el ciclo litúrgico, el evangelio de hoy sigue poniendo su mirada en el último tramo del recorrido cristiano
Nos acercamos al final del Año Litúrgico y la liturgia enfoca nuestra mirada sobre la venida definitiva del Señor al final de los tiempos. Dirigir nuestra vista al horizonte del camino no significa quedarnos contemplando
La liturgia de hoy nos muestra como Dios sigue llamando a cada uno de nosotros, sus hijos, para integrarnos en su proyecto de amor, dándonos pautas en su seguimiento para transformar nuestras vidas
La existencia de cada persona se realiza y se desarrolla (o se ve impedida y obstaculizada) en diferentes ámbitos: la sociedad, con sus distintos elementos: político, económico, educativo
El relato del Evangelio de este domingo comienza de manera similar al canto de Isaías: “Un propietario plantó una viña, la rodeó con una tapia, cavó un lagar y construyó una torre
La Palabra de Dios nos sitúa este domingo ante la responsabilidad personal en el seguimiento de Jesús. Como en tantas otras dimensiones de la vida, la ambigüedad de nuestra condición humana
La parábola de los obreros de la viña nos invita a reflexionar una vez más sobre el Reino de los Cielos o Reino de Dios donde muestra que lo esencial de la vida cristiana
Jesús dio gracias al Padre porque “no he perdido a ninguno de los que me diste”. Es un buen propósito y digno de ser imitado por toda persona de cualquier raza, cultura o creencia.
En la primero y segunda lecturas de este domingo (XXII del T.O. 3 de septiembre), aparecen un par de cuestiones que llaman la atención, por paradójicas, en nuestra realidad actual.
El encuentro con Jesús, el Cristo, mueve, interroga, permite que nos abramos a la plenitud de la existencia y a la salvación que irrumpe con su presencia en nuestras vidas, al calor de la comunidad
Para Israel, era impensable que los extranjeros pudiesen formar parte del pueblo elegido, pero la 1ª Lectura anuncia el deseo de Dios de que todos participen de la salvación.
Allá quedó la celebración de la Pascua de la Resurrección, la intensa experiencia religiosa vivida en aquella fecha tan señalada del calendario litúrgico. Sin embargo, llevados quizá por la inercia del “Tiempo Ordinario”