“Los últimos, serán los primeros”

Por Héctor de los Ríos |
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P. Héctor De los Ríos L.

VIDA NUEVA

La parábola de los obreros de la viña nos invita a reflexionar una vez más sobre el Reino de los Cielos o Reino de Dios donde muestra que lo esencial de la vida cristiana radica en descubrir la novedad de la llamada que Dios ha realizado y lo sigue haciendo en la vida de cada persona, lo hace en distintos momentos de la vida. Los que hemos acogido la llamada desde la infancia o juventud debemos mirar con generosidad el plan de Dios que consiste integrar a los últimos o aquellos que no cuentan.

El volver a Dios (metanoia) según la invitación del profeta Isaías (Is 55, 6-9) implica disponer el corazón para rastrear la presencia de Dios que está cerca de nosotros, y nos otorga su gracia para que siempre lo hallemos.

El Dios de Jesucristo nos llama a cada uno de nosotros a trabajar en su viña. No importa el tiempo ni las circunstancias en la que hemos recibido, sino que debemos estar agradecidos por trabajar en ella. 

LECTURAS:

Domingo 25 del tiempo ordinario- 24 de septiembre

lectura del libro de Isaías 55, 6-9:”Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca…”

Salmo 144,  R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1, 20c-24. 27ª:”,,, Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 1-16: “…Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

La parábola de los obreros de la viña nos invita a descubrir a Dios que está presente en la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. La viña es una referencia al pueblo de Dios. Para los pueblos mediterráneos, esta imagen no sólo es bella, sino también muy popular. Para quienes poseen una viña, el fruto de la vid, las uvas, y con ellas el buen vino, es la meta de todo el trabajo y esfuerzo de sus propietarios y trabajadores. La imagen del Reino de los cielos o Reino de Dios a partir de esta parábola nos introduce en el misterio de Dios. La viña o el campo de trabajo es el lugar donde Dios nos convoca como pueblo para establecer una Alianza con cada uno de nosotros.

El profeta Isaías (Is 55, 6-9) hace una llamada a la conversión (metanoia), es decir, volver al camino correcto, volver por las sendas de la Ley que tiene como meta descubrir la misericordia de Dios. En las palabras del profeta: «Buscad al Señor mientras se deja encontrar, invocadlo mientras está cerca» (v.6), se nos abre la posibilidad de salir al encuentro de Dios, pues Él está cerca y se aproxima a cada persona. La vuelta a Dios es el fin de la conversión. Para eso, es necesario volver nuestro corazón a lo esencial, a aquello que nos da vida y nos aparta de aquello que es accesorio y nos limita en nuestra peregrinación como hijos libres que somos.

El camino de Dios o sus planes son distintos de los nuestros porque Dios es trascendente no lo podemos manipular. Los criterios de Dios se realizan en plenitud. No obstante, cuando ingresamos en la lógica del Evangelio descubrimos que estamos llamados a ser perfectos como el Padre que está en los cielos es perfecto (cf. Mt 5, 48). Jesús, desde esta parábola nos invita a descubrir la bondad de Dios y su proyecto de Reino.

El propietario del campo es quien sale a buscar obreros para su viña. La parábola hace referencia en la iniciativa del señor, que no deja de llamar a su viña y dispone de sus bienes a su beneplácito. Las horas de trabajo parecen estar establecidas por contrataciones llevadas a cabo incansablemente por un intervalo de tres horas. A los primeros a las seis de la mañana, a otros a las nueve, más tarde a las doce del mediodía y a las tres de la tarde. A los últimos los contrata a las cinco, cuando solo falta una hora para terminar la jornada. El propietario ha convenido con todos los trabajadores «un denario» (correspondía al pago de un jornal de trabajo).  Sin embargo, lo más importante es que nadie quede sin trabajo y sin su salario conveniente.

Si hacemos una transposición del dueño de la viña a Dios, vemos que todos los que trabajan en este campo son siervos y están al servicio del propietario que es Dios. Es el mismo Dios que convoca a cada uno y nos hace partícipes de su vida, ya que quiere que todos formen parte del plantel de su obra. Es interesante ver el tiempo en el que se realiza la convocatoria. Ninguno acude a la misma hora. La paga es la misma.

 ¿No nos resulta llamativa esta llamada a distinta hora? ¿Alguno de nosotros se ha puesto a pensar el día y la hora en el que el Señor nos llamó a trabajar en su viña? Es evidente que cada uno de nosotros ha recibido una vocación particular en un momento determinado de su existencia. Los que nos hemos sido llamado desde las primeras horas (algunos somos cristianos desde nuestra infancia) tenemos la ventaja de haber conocido antes al Señor, por eso no debemos de quejarnos al ver recompensados a los de la última hora como nosotros.

Dios invita a trabajar en su viña para permanecer con Él en su «campo de trabajo» que es el mundo. No quiere que nadie se pierda, sino que, al contrario, que todos se salven y encuentren el camino de la salvación. Incluso a aquellos que consideramos que ya no tienen salvación o que han perdido la fe, siempre existe la posibilidad de acercarse a Dios, pues, como decía el Papa Francisco: «Decimos que debemos buscar a Dios, pero cuando nosotros vamos Él nos estaba esperando, Él ya está. El Señor nos primerea, nos está esperando. Pecas, y te está esperando para perdonarte. Él nos espera para acogernos, darnos su amor y así va creciendo la fe».

En definitiva, esta parábola nos permite reflexionar en un rasgo desconcertante de Dios. Para Jesús, la bondad de Dios supera los límites propios de nuestra justicia. Su bondad es indeterminada y no se ajusta a la medida de los cálculos humanos.

Creo que es importante no medir con nuestros propios criterios o esquemas morales y religiosos a Dios. El mensaje de Jesús es evidente: igual que el «señor de la viña» da a todos sus trabajadores su «denario», lo merezcan o no, simplemente porque su corazón es grande, Dios no agravia a nadie, sino que ofrece la salvación incluso a quienes, a nuestro juicio, no la merecen. A Dios le importa cada hijo/hija. Él se preocupa de cada uno de nosotros, de manera especial, los postergados, los pobres, refugiados, aquellos que son los últimos en la sociedad.

La frase paradójica: «Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos», rompe nuestro sistema de cálculo mercantilista. Los proyectos de Dios parecen romper nuestros esquemas mentales. Sin embargo, la lógica del Evangelio nos interpela a adentrarnos en la lógica de Dios para renovar nuestra propuesta teologal y descubrir que en realidad aquellos que parecen los últimos son tenidos en cuenta por Dios al igual que tú y yo.

Que el Dios de Jesucristo, en quien nuestra fe se encuentra justificada, nos permita abrir nuestro horizonte para descubrir su bondad en cada momento de nuestra vida, en las distintas etapas de nuestra existencia, pero sobre todo en cada hermano que sufre en la pobreza o la marginalidad por causa de la injusticia humana.

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